Imagínese Esto: Usted está sentado en un hermoso y asoleado campo de flores silvestres. Sopla una brisa muy agradable. Pero tiene tapones en los oídos, una capucha en la cabeza, y está vestido con una ropa demasiado calurosa. Alguien, sin capucha, tapones o ropa de invierno, le comenta acerca de campo, de las mariposas y de la brisa. Al principio no le cree. Pero entonces, esta persona le ayuda a sacarse la capucha, y usted ve por primera vez el campo. Se siente asombrado. Le muestra cómo sacarse los tapones de los oídos. Esto lo convence aun más. Finalmente, se cambia totalmente de ropa, y ahora se encuentra alli.
Pero ¿necesitaba ir a algún lado? ¿Cambió algo a su alrededor? No. Y éste es el punto que quiero destacar. Cuando pienso en las personas que se encontraron con Jesús y él les decía que el cielo estaba allí mismo donde se encontraban, me imagino a esas personas con sus ojos abiertos, y sin tapones en sus oídos, y verdaderamente oyendo — percibiendo espiritualmente— lo que estaba y está alli mismo en todo momento.
Para mí, el Cristo, la Verdad, todavía nos está hablando a todos, exhortándonos a ver y sentir el cielo que anhelamos, y que está aquí para nosotros. Cristo nos muestra el camino —el camino del crecimiento espiritual— que revela esta calidad de vida, y su verdadero cielo.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!