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¿El Cielo está aquí?

Del número de enero de 2000 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Imagínese Esto: Usted está sentado en un hermoso y asoleado campo de flores silvestres. Sopla una brisa muy agradable. Pero tiene tapones en los oídos, una capucha en la cabeza, y está vestido con una ropa demasiado calurosa. Alguien, sin capucha, tapones o ropa de invierno, le comenta acerca de campo, de las mariposas y de la brisa. Al principio no le cree. Pero entonces, esta persona le ayuda a sacarse la capucha, y usted ve por primera vez el campo. Se siente asombrado. Le muestra cómo sacarse los tapones de los oídos. Esto lo convence aun más. Finalmente, se cambia totalmente de ropa, y ahora se encuentra alli.

Pero ¿necesitaba ir a algún lado? ¿Cambió algo a su alrededor? No. Y éste es el punto que quiero destacar. Cuando pienso en las personas que se encontraron con Jesús y él les decía que el cielo estaba allí mismo donde se encontraban, me imagino a esas personas con sus ojos abiertos, y sin tapones en sus oídos, y verdaderamente oyendo — percibiendo espiritualmente— lo que estaba y está alli mismo en todo momento.

Para mí, el Cristo, la Verdad, todavía nos está hablando a todos, exhortándonos a ver y sentir el cielo que anhelamos, y que está aquí para nosotros. Cristo nos muestra el camino —el camino del crecimiento espiritual— que revela esta calidad de vida, y su verdadero cielo.

Entonces, ¡quítese la capucha!, ¡cambie sus ropas!, siga las enseñanzas de Jesús, y descubra el camino.

Si el reino de los cielos está aquí como Jesús dijo, ¿por qué no lo podemos ver? Yo pienso que la respuesta está en esta palabra que Jesús usó: Arrepentirse. Él dijo: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mateo 4:17). Arrepentirse es cambiar la manera de pensar, tener un cambio de conciencia. ¿No indica esto que su experiencia o mi experiencia del cielo está determinada por el estado, o naturaleza, de nuestros pensamientos? Jesús nunca habló del cielo como un lugar físico. Es un estado de conciencia, y los más elevados y puros pensamientos celestiales, tienen su origen en Dios, la Mente divina.

El libro del Apocalipsis cuenta cómo San Juan percibió un nuevo cielo y una nueva tierra, sin tener que morir. Refiriéndose a esta percepción, Ciencia y Salud aclara: “El autor del apocalipsis estaba en nuestro plano de existencia, y sin embargo contemplaba lo que el ojo no puede ver —lo que es invisible para el pensamiento no inspirado. Ese testimonio de las Sagradas Escrituras sostiene el hecho en la Ciencia, que los cielos y la tierra, para cierta consciencia humana, esa consciencia que Dios imparte, son espirituales, mientras que para otra, la mente humana no iluminada, la visión es material” (pág. 573).

Entonces, nosotros vemos el cielo a través de la percepción de las cualidades espirituales que están aquí, en todos lados, y que vienen de Dios —todo el amor, bondad, inteligencia, salud, paz y virtud, que nos son dados para tener y disfrutar. Y que hacen que la Vida sea divina.

Cuando le preguntaron a Jesús cuándo vendría el reino de Dios, él contestó: “El reino de Dios no vendrá con advertencia, ni dirán: Helo aquí, o helo allí; porque he aquí el reino de Dios está entre vosotros” (Lucas 17:20, 21).

Esto significa que no necesitamos dejar nuestro cuerpo o lugar para encontrar a Dios y su reino. Ellos están aquí. Sólo necesitamos la resurrección de nuestro pensamiento, para comprender nuestra relación con Dios y sentir Su presencia.

Cuando pienso en la resurrección, me imagino un edificio de cincuenta pisos y veo que ¡yo estoy en el sótano! ¿Conoce usted esa sensación? El sótano es oscuro, húmedo y deprimente.

Pero luego entro al ascensor y subo hasta el piso cuarenta. Allí todo parece diferente; hay luz, es abierto y la vista es espectacular — y sin embargo estoy aun en el mismo edificio.

Esto me ayuda a describir el proceso de resurrección del pensamiento. Nuestra conciencia continúa elevándose, una experiencia tras otra, a un estado más espiritual, hasta que la realidad total del reino de Dios es clara y certera. Entonces uno sabe que el cielo está aquí, adentro, no afuera. No hay necesidad de ir a ningún lado — sino hacia arriba solamente.

¿Cómo es el cielo?

En muchas de sus parábolas Jesús compara el reino de los cielos con cosas muy conocidas de la tierra. Una, es la levadura que tomó una mujer, y escondió en tres medidas de harina, hasta que todo fue leudado (Mateo, capítulo 13). También compara el cielo con un grano de mostaza, un tesoro escondido y una red de pescar, entre otras cosas. Para mí, todas estas comparaciones sugieren que el cielo ya está aquí. Y, siendo éste el caso, no hay necesidad de mirar a la muerte como una manera de llegar al cielo, ni tampoco pensar que el cielo está en otro lugar, donde todos nuestros problemas finalmente serán solucionados. Más bien, yo creo que Dios está dispuesto a ayudarnos aquí mismo.

Sin embargo, para descubrir este cielo en la tierra, debemos entender que Dios está aquí, que es Amor, y que le encanta dar a Sus hijos todo el bien. El sufrimiento resulta de creer que aquí existe algo diferente a Dios —que es superior a él— y que este poder maligno es la fuente de cosas tales como el pecado, la enfermedad y la muerte.

Descubrí que una de las formas de percibir la bondad de Dios es a través de la gratitud. Comprendo que tal vez se requiera de persistencia para encontrar algo por lo que estar agradecido cuando atravesamos épocas muy difíciles. Pero la gratitud abre nuestros ojos a la bondad de Dios. Y entonces, comienzan a suceder cosas maravillosas. A medida que aumenta la gratitud, aumentan las razones para estar agradecidos, hasta que la gratitud se vuelve algo normal y constante.

El cielo es un estado de conciencia; un constante descubrimiento del bien que está siempre aquí, y que continúa eternamente.

¿El cielo aquí y ahora?

Lamentablemente muchos piensan que el cielo es una localidad, en vez de la atmósfera de la Mente divina, Dios. Esto contribuye a un falso sentido de que el hombre vive fuera de la presencia de Dios —visión que tiende a justificar todo el sufrimiento que uno ve en la tierra.

No obstante, a través de sus curaciones, Jesús desafió el control que el sufrimiento —la enfermedad— tiene sobre las personas. Él reprendió y destruyó el pecado que dominaba a hombres y mujeres. Declaró que la vida no está bajo la jurisdicción de la enfermedad ni de un cuerpo vulnerable, sino que está en este mismo instante bajo el gobierno de Dios. El cielo es el reconocimiento de que la ley de Dios es suprema en este mismo momento. No es que “vamos” al cielo, sino que podemos y debemos comenzar a responder al gobierno de Dios aquí mismo. Todos necesitamos el cielo ahora.

Cuando algo o alguien me traía infelicidad, anhelaba la felicidad duradera del cielo. Sólo que había un problema: creía que debía morir para llegar allí.

Más tarde, conocí las enseñanzas de la Christian Science y leí esta declaración en Escritos Misceláneos: “El reino de los cielos es el reino de la Ciencia Divina: es un estado mental. Jesús dijo: ‘Está entre vosotros’, y nos enseñó a orar así: ‘venga tu reino’; mas no nos enseñó a orar por la muerte para así llegar al cielo. No recurrimos a la obscuridad en busca de la luz. La muerte jamás puede ser la precursora del amanecer de la Ciencia que revela las verdades espirituales de la Vida del hombre aquí y ahora” (pág. 174).

Cuán agradecida estaba de saber que el cielo no es un lugar sino un estado mental, una manera de pensar espiritual. La felicidad es la expresión de la sabiduría, la pureza, el amor y la salud. Cada vez que nos llenamos de los pensamientos del Cristo, damos la bienvenida a un extraño, actuamos con amabilidad, o cambiamos nuestro pensamiento de conflictos y asperezas a paz y amabilidad, experimentamos, en cierto grado, la felicidad celestial.

Cuando nos llenamos de ira o desesperación, encontramos el dolor del infierno en nuestra vida. Podemos reconocer estos pensamientos infernales porque son infelices, llenos de orgullo, envidia, miedo, odio y justificación propia. No obstante, debido a que estos pensamientos no tienen nada que ver lo que en realidad somos, nos podemos liberar de ellos.

El amor, la alegría, la paz, nos pertenecen porque somos el reflejo de Dios, el Alma. Por ser Sus hijos, estamos completamente satisfechos. Siempre podemos sentir esa alegría de la vida. Nada ni nadie nos puede quitar la felicidad que Dios nos da. Jesús dijo: “Nadie os quitará vuestro gozo” (Juan 16:22).

El cielo está aquí, y la alegría es nuestra. No tenemos que esperar para experimentarlo.

¿Qué es el infierno?

No lo veo como un lugar, sino como un estado mental. El odio es el infierno. La depresión es el infierno. La depravación es el infierno. El infierno también puede ser un estado de pensamiento que nos sofoca más allá de nuestros límites. Sin embargo, a medida que nuestro concepto de vida se eleva y nos espiritualizamos más, dejamos atrás el infierno.

Todos podemos hacer esto ahora mismo. Lo estamos haciendo. A veces recuerdo esas épocas que me parecían infernales. La Ciencia del Cristianismo me ayudó a salir de esas circunstancias tan eficazmente, que no puedo imaginarme tener que enfrentarme a ellas nuevamente. Cada vez que se presentaban, recurría a Dios y aprendía algo importante, permanente, algo espiritual acerca de mí misma y de relación con Él. Esa nueva inspiración y conocimiento me liberó de la desesperación, y dio paso a la esperanza, la libertad y el amor. Estas lecciones son tan reales, que sé que nunca se podrán apartar de mí. En ese sentido, puedo decir que estoy teniendo menos visitas al infierno. Y que día a día, y paso a paso, siento que me estoy acercando más al cielo. Es un proceso gradual, pero el final es cierto.

¿Es la muerte el camino para llegar al cielo?

Jesús mostró que el camino cristiano es una manera de vivir, no de morir. En más de una ocasión resucitó a gente que había muerto. Entonces se plantea la pregunta: ¿Por qué devolvió la vida a algunos que habían muerto, si por medio de la muerte estas personas habían llegado más cerca del cielo y de la felicidad? Jesús nos debe de haber mostrado que el camino al cielo se transita a través de la vida. Además, él predicó en apoyo de la vida que sigue el ejemplo del Cristo. La vida cristiana halla que el cielo está a nuestro alcance, ayudándonos a demostrar, paso a paso, que la ley de Dios nunca termina en muerte. Jesús dijo: “El que guarda mi palabra, nunca verá muerte” (Juan 8:51).

Mucha gente piensa que debe pasar por la muerte para alcanzar el cielo. Pero Jesús señaló: “Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos” (Juan 10:9). Su vida reveló el gran amor y poder de Dios, y lo mostró aquí en la tierra. Él mostró que podemos comenzar naturalmente a vivir el cielo, el poder y el gobierno de Dios, ahora mismo. Jesús no promovió la muerte como una respuesta al sufrimiento o como la puerta a la felicidad. Fue la curación y la reforma lo que resultó en una vida mejor. La curación cristiana trajo el cielo a la tierra. Y cuanto más cerca estemos de comprender la vida de Jesús y de seguir su ejemplo, más cerca estaremos del cielo.

Pero algunos se preguntan: “¿Acaso no somos salvos por la muerte de Cristo?” Si bien Jesús dijo muchas veces que estaba cercana su muerte, les quería indicar que él la iba a vencer. Cuanto más estudio los Evangelios, más me convenzo de que Jesús venció la muerte, el odio y la brutalidad del mundo, para demostrar la realidad del cielo: el sentido consciente y la evidencia de la bondad y el poder siempre presente de Dios.

Si Jesús es la puerta, es necesario que nos esforcemos por vencer la muerte y la manera de pensar que nos lleva a ésta.

Los primeros cristianos se saludaban con la alegre noticia: “ha resucitado”. Esto les debe de haber dado un maravilloso sentido de lo que es el cielo, de la prueba que Jesús dejó de que Dios gobierna aquí en la tierra. Esto los estimuló a seguir el ejemplo del Maestro con una fidelidad y un poder aún más grande. Y ellos a su vez, dieron una muestra del cielo a aquellos que sanaron y salvaron.

A veces se piensa que el cielo es un lugar donde llegamos a la presencia de Dios y tenemos eterna comunión con Él. Una vez allí, tenemos la garantía de una felicidad eterna y un inmenso deleite y placer. ¿Quién no haría lo que fuera necesario para llegar allí?

Pero, ¿es morirse o suicidarse la manera de entrar al cielo? No. Y me baso en las enseñanzas y el ejemplo de la vida de Jesús. Él dijo que “el reino de los cielos se ha acercado” (Mateo 3:2). Yo sé que si usted escucha que hubo un tiroteo, o está teniendo un día difícil en el trabajo, o no tiene dinero suficiente para cuidar a su familia, le resultará difícil creer que la armonía y la felicidad están a su alcance.

En la época de Jesús las cosas tampoco se veían del todo bien, pero él tenía obviamente una visión que iba más allá de las circunstancias materiales. Por ejemplo, en vez de insistir en la injusticia, él enseñó a la gente a amarse los unos a los otros como hijos de Dios. Mostró que si abandonamos nuestra confianza en las cosas materiales y seguimos su camino, tenemos la alegría y armonía de la vida eterna. Él nunca dijo que los que mueren, debido a esa experiencia, estarían más cerca de Dios. Al contrario, resucitó a los muertos y sanó a la gente de sus males, restaurando sus vidas a la normalidad. Ellos no tenían que dejar la tierra para gustar el cielo.

Cada uno de nosotros puede tener una visión espiritual de la realidad que percibió Jesús. Podemos aprender que el reino de los cielos está siempre presente.

¿Qué pasa con la gente que murió? ¿Está en el cielo?

Mi madre falleció hace cinco años, y creo de todo corazón que ella está en el cielo. Pero la verdad es que yo también estoy en el cielo. Dios nos ama, gobierna y protege a las dos. Así es como se define el cielo. Cada uno de nosotros está, verdaderamente, viviendo y expresando la Vida, espiritual y eterna. Antes de fallecer, ella buscó con afán entender todo lo que pudo de Dios. Creo que el proceso de aprendizaje y crecimiento espiritual continúa para ella tanto como para mí. El mismo Dios que cuidó de ella mientras estaba físicamente presente, cuida de las dos, ahora. Cuando vislumbro un poco esta verdad, aunque sea por un momento, sé cuán cerca está el cielo de todos nosotros.

¿Qué pasa con nuestro cuerpo?

Si la vida celestial carece de los límites, sufrimientos y placeres de la carne, entonces nuestros cuerpos ¿no nos están impidiendo entrar en el cielo?

Es común que alguien se haga esta pregunta cuando está pensando en el cielo y en cómo llegar allí. Si el cuerpo físico nos impide alcanzar una vida más sana y santa, entonces, ¿no sería inteligente despojarse del cuerpo lo más rápido posible? Continuando en esta línea de pensamiento, se plantea la inquietante conjetura de que tal vez la muerte no es un enemigo para ser vencido como dijo Jesús. Quizás sea un amigo al que debemos dar la bienvenida; un paso de progreso con el cual podemos dejar la carne para siempre y pasar a una vida más celestial.

No hay duda de que para Jesús, el hombre que sabía más que cualquier otro sobre el cielo y la manera de llegar allí, este razonamiento no es correcto. Jesús mostró que la restauración de la salud —restaurando el cuerpo a su función y organización normal— es un paso esencial hacia una vida mejor. En el orden del crecimiento espiritual que se observa en su vida, es evidente que Jesús primeramente dominó el cuerpo y la ley física. Sanó a enfermos y resucitó a muertos por el entendimiento espiritual de la ley y del poder de Dios. Luego vino su ascensión espiritual sobre la necesidad de un cuerpo físico. Jesús no murió para salir del cuerpo; él ascendió.

Todo crecimiento sigue un orden determinado. Creer que podemos pasar por encima una etapa esencial de aprendizaje y experiencia, y simplemente saltar a un estado más avanzado, es tan erróneo como tratar de resolver un problema de trigonometría sin primero haber entendido cómo resolver un problema de matemáticas más simple. El crecimiento espiritual no es una excepción a esta regla.

Pero, un momento. ¿Para qué nos daría Dios este cuerpo y nos pondría en la tierra en primer lugar, si Él quiere que vivamos sin un cuerpo físico —ser Su imagen y semejanza espiritual— en el cielo? Esta es una pregunta razonable. Sin embargo la misma supone que Dios, queriéndolo o no, dio vida a Sus hijos en condiciones materiales, mortales y posiblemente peligrosas.

Suponer que una condición física es la vida que todos hemos recibido, y que estamos atrapados en ella, es ignorar lo que Jesús mostró ser el verdadero origen y la naturaleza de la vida del hombre, que es Dios, el bien. Es ignorar el hecho de que el único creador del hombre es el Espíritu infinito. Entonces, la semejanza del Espíritu debe ser, y es, puramente espiritual. No es posible que lo que proviene de Dios esté constituido de elementos materiales.

Todo esto nos conduce al concepto que deberíamos tener de nosotros mismos. Lo que necesitamos para tener mejor salud y una vida mejor, es percibir la verdad de que lo que hemos de expresar en nuestra vida como hijos amorosos e inteligentes de Dios, está a nuestra disposición aquí y ahora. Nuestra verdadera individualidad es y siempre ha sido espiritual. Viene de Dios. Nunca fue puesta en una forma material. Entonces, aquello de lo que verdaderamente necesitamos escapar es de la creencia de que el físico define nuestra identidad. Esto revela el reino de Dios que está en nosotros.

La gente que percibe esta verdad y vive de acuerdo con esto, está viendo señales incuestionables de crecimiento espiritual. Se ven fortalecidos para tener un mejor control de sus cuerpos, vencer el miedo y restaurar la salud y la normalidad.

Con cada paso de descubrimiento espiritual, nuestra vida se vuelve celestial, y nuestro cuerpo funciona más armoniosamente. Dejamos de lado la falsas creencias de que la materialidad pueda ser la sustancia de lo que somos.

Lo que hace posible el crecimiento y la curación espiritual, es un hecho por el que Jesús oró y deseó que algún día nosotros entendiéramos: el cielo está aquí.

Personal del
Christian Science Sentinel

Jehová da
la sabiduría,
y de su boca viene
el conocimiento
y la inteligencia.
El provee de
sana sabiduría
a los rectos.
Proverbios 2: 6, 7

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