Segunda Parte
La Ruta Sinuosa está bordeada de una exhuberante vegetación. Los arrozales reflejan las pequeñas nubes blancas perdidas en la inmensidad del cielo. Hace calor, un calor muy agobiante. Pero a pesar del calor de la isla de Java que tiende a hacerte sentir soñoliento, es lindo estar en la carretera. En cada curva de la carretera, el motociclista Philippe Abadie, en su vuelta al mundo, y sus acompañantes, están descubriendo nuevos panoramas. Durante varias horas, el balanceo de la moto, inclinándose a la derecha y a la izquierda para seguir las curvas de la carretera, así como el rugir del motor, ha creado un ritmo monótono que les da la sensación de estar en un sueño.
Hace casi dos semanas que Philippe no está solo. Primero conoció a un motociclista francés y decidieron viajar juntos por un tiempo. Luego, en Yakarta, conocieron a una joven francesa que estaba haciendo turismo en el área y quería ir a Bali. Como les quedaba de camino, se ofrecieron a llevarla. Ese día ella estaba viajando en la moto de Philippe. Habían estado viajando tranquilamente, sin intercambiar palabra. De pronto, al salir de una curva, Philippe vio algo raro. Frente a ellos la carretera tenía un color diferente. Cuando se dio cuenta de lo que era, ya era demasiado tarde. Perdió el control de la motocicleta, patinó, se cayó de lado, y se deslizó por un largo trecho por la carretera. Habían rodado sobre un derrame de aceite que cubría la carretera. Su amigo, que lo seguía, se las había ingeniado para pasar sin perder el control de su moto.
Este tipo de cosas ocurre tan rápido que después del hecho es que uno se da cuenta de lo que ocurrió. Sin embargo, Philippe había tenido tantas pruebas del poder del amor de Dios, que en el momento de la caída no tuvo miedo. “Durante todo el viaje estuve consciente de la presencia constante de Dios. Sentí profundamente lo verdadera que es la promesa del salmista: ‘Jehová es tu guardador; Jehová es tu sombra a tu mano derecha. El sol no te fatigará de día, ni la luna de noche... Jehová guardará tu salida y tu entrada desde ahora y para siempre’”. Salmo 121.
Después de ponerse de pie, Philippe se dio cuenta de que la joven que venía en su moto había sufrido quemaduras en la pierna y en la mano. Sin embargo, eso no pudo cambiar la convicción del joven de que el Amor divino estaba presente. Se sentó al lado de la muchacha, y con palabras muy simples, la ayudó a comprender que no podía estar separada de la armonía y el bien. Y oró en silencio. “Oré comprendiendo que Dios sana y protege, y que en el universo de Dios, en el reino de Dios, no hay accidentes ni variaciones. Todo es perfecto”. Muy poco después, el dolor que tenía la joven disminuyó y desapareció.
Ésta no había sido la primera vez en su viaje que había tenido necesidad de sanar. Un año antes, en Turquía, había tenido un problema de indigestión, muy doloroso. Él sabía que tenía que volver sus pensamientos a Dios. “En un momento dado, cuando el dolor era muy agudo, tuve temor”, recuerda ahora. “Tenía mucho miedo, pero oré, y pude superar el temor. Comprendí que el hombre necesita alimento espiritual. El alimento material no puede tener un efecto negativo en la creación de Dios, que es buena y permanente. Oré especialmente por el temor relacionado con el envenenamiento. Comprendí que el único veneno por el que debía preocuparme, era el temor que puede disminuir nuestra confianza en Dios. Me gusta la cita de Ciencia y Salud donde Mary Baker Eddy escribe: ‘El temor, el cual es un elemento de toda enfermedad, tiene que ser expulsado para reajustar la balanza a favor de Dios’ ”.Ciencia y Salud, pág. 392.
Durante varios días, Philippe siguió sabiendo que Dios es el único creador, y que él estaba, por lo tanto, en perfecta seguridad bajo el gobierno divino. El dolor desapareció por completo. En otra instancia que también tuvo que sanarse, fue en Pakistán durante la Navidad. Había tenido un dolor de muelas muy fuerte. “Esta situación me hizo pensar en la sustancia, la verdadera sustancia [espiritual] que nada puede desequilibrarla y que está siempre presente”. Allí otra vez, el Cristo, el mensaje divino que consuela y sana, trajo una curación perfecta.
Pero volvamos al incidente con la motocicleta. Después de reconfortar a la muchacha y orar por ella, miró su motocicleta y descubrió un agujero grande en el motor. Era imposible usar la motocicleta porque el motor estaba perdiendo aceite. La pieza dañada era de aluminio y necesitaba que la soldaran. Encontrar a alguien que haga una soldadura común en el momento apropiado es bastante difícil, pero encontrar a alguien que suelde aluminio es prácticamente imposible. Sin embargo, Philippe no se amedrentó. ¿Acaso no había entendido tantas veces que está siempre “‘bajo la sombra del Omnipotente’, como dice la Biblia?” “Algunos de mis problemas tuvieron una respuesta instantánea, fue impresionante. Sentía la presencia de la protección del Amor divino. Siempre sentí que tenía esta protección”, dice Philippe.
Pocos minutos después, un motociclista se detuvo y preguntó si necesitaban ayuda. Les dijo que él conocía a alguien que soldaba aluminio. Philippe tomó la pieza rota de la moto y se fue con el motociclista. Cuando llegaron donde estaba el hombre, que era musulmán, era la hora de la oración, de modo que tuvieron que regresar más tarde. Finalmente, la parte fue soldada, la motocicleta reparada y continuaron el viaje.
En todo momento, el sabía que podía confiar en Dios, la fuente de toda inteligencia, sabiduría y amor. Como resultado, pudo seguir adelante con confianza. Por ejemplo, cuando estaba por entrar en China, no tenía nada que lo pudiera guiar dentro del país, ni una guía turística o diccionario. Por lo tanto, no tenía forma de poder leer las señales del camino, escritas en una lengua que desconocía. Pero no sintió temor. A cinco kilómetros de la frontera se encontró con algunos turistas que le vendieron una guía bien detallada que incluía un diccionario de los términos más útiles. De pronto, tenía todo lo que necesitaba para seguir su camino.
Philippe dice: “Desde el principio al fin, mi viaje fue una perfecta ilustración del último versículo del Salmo 23, ‘Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa de Jehová moraré por largos días’”.
Lo que comenzó como una búsqueda personal y solitaria, incluyó y influyó a muchos otros. Pudo compartir su aventura no sólo con su familia, sino también con muchos otros que conoció a lo largo del camino. Respecto de su familia, su hermano lo acompañó al comienzo del viaje, y luego su mamá se encontró con él en dos ocasiones, y viajó cerca de 4000 kilómetros en su motocicleta descubriendo Turquía, Cambodia, Tailandia y Malasia.
Philippe salió a descubrir el mundo con su diversidad de idiomas, razas, costumbres y climas. Pero de esta gran diversidad, surgió para él una unicidad que no había imaginado. La miríada de características diferentes que nos distinguen los unos de los otros, a veces nos hacen creer que es difícil para los habitantes de nuestro planeta comprenderse entre sí, y por ende, llevarse bien y apreciarse. Pero Philippe descubrió precisamente lo contrario, que en realidad todos estamos muy estrechamente relacionados, somos hermanos y hermanas, teniendo todos un padre, Dios. Por lo tanto, allí mismo donde parecen haber una profunda diferencia entre nosotros, hay en realidad una similaridad mucho más grande. Fue esta percepción lo que le permitió comunicarse con tanta gente, aun cuando no hablaban el mismo idioma. Es esta percepción que le permitió comprender que, allí mismo donde estamos, en todo momento, Dios expresa en nosotros la riqueza de Su amor, y la belleza y la perfección de Su creación.
