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Sanado de un fuerte dolor de cabeza

Del número de enero de 2000 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace Unos Meses fui de paseo con mi hermana y unos cien niños de 5 años de edad, quienes concurren al jardín de infantes del cual mi hermana es subdirectora. Desperté esa mañana con un fuerte y molesto dolor de oído y de cabeza. La noche anterior me había quedado festejando hasta tarde, porque había salvado un examen en el liceo que había sido un gran desafío para mí. Comencé a orar razonando que si Dios es el Creador de todo lo que verdaderamente existe, el bien, nunca pudo haber creado el dolor, y yo por ser Su hijo no podía sentir dolor de ningún tipo. Con esta reflexión, comencé a negar de inmediato el dolor. Me sentí un poco mejor pero no del todo. No obstante partí al paseo.

Cuando llegué a la escuela con mi hermana, una hora y media más tarde, el dolor casi había cesado y no me preocupé más. Cargamos los ómnibus, las cámaras fotográficas, las cámaras filmadoras, los termos de agua caliente y partimos hacia “Punta Espinillos”, mate en mano. “Punta Espinillos” es uno de esos lugares que tiene una ciudad que no son muy conocidos, pero tienen una belleza incomparable. Cuando llegamos allí el dolor casi no me molestaba. Descargamos los ómnibus y empezó la actividad. Pero al empezar a caminar, agacharme y correr, el dolor empezó entonces sí molestarme, pero bueno, había que seguir adelante.

Al mediodía, cuando el calor era intenso, todo cambió. El dolor de cabeza se agudizó de un momento a otro; el zumbido en los oídos era igual al dolor de cabeza: “imbancable”. Entonces me comuniqué vía teléfono celular con mi padre y con mi madre, que son practicistas de la Christian Science, quienes me dijeron que afirmara la verdad de que Dios está en todas partes y que en el reino de Dios no existe el dolor; que yo también era parte de Su reino por más lejos de mi casa que estuviera (y realmente sí que estaba lejos de mi casa), y además me dijeron que me quedara tranquilo, que todo estaba bien.

Y eso hice, me quedé tranquilo. Tomé mucha agua porque el calor era impresionante, y pude seguir el ritmo vertiginoso de todos los chiquitos, y hacer lo posible por colaborar en todo lo que podía. Así siguió toda la tarde, todo muy tranquilo: almorzamos, caminamos, corrimos, jugamos, hicimos todas las cosas normales que se hacen en un paseo con niños chicos.

A las cuatro de la tarde iniciamos el regreso. En el trayecto nos dormimos casi todos. Finalmente llegamos a la escuela y descargamos los ómnibus. Yo sentía molestias pero estaba tranquilo de que Dios me cuidaba y no tenía que preocuparme. Luego de otra hora y media de viaje llegamos a nuestro hogar, realmente muy pero muy cansados, así que me fui a dormir. Me levanté al cabo de cuatro horas realmente reponedoras.

Cuando me levanté, de todo ese dolor, calor, molestia, lo único que quedaba era la molestia en uno de los oídos que me duró casi cuatro días. La molestia era cada vez menor, pero yo estaba preocupado, o sea, no comía, no salía con mis amigos, no hablaba con nadie. En conclusión, vivía para mantener el dolor y nada más. Así que un día me levanté y dije: “No, se acabó”. Volví a mis clases de conducir (realmente me apasiona conducir), a charlar con mis amigos, a andar en bicicleta; es decir, volví a mi vida normal.

Durante esta experiencia me ayudó mucho saber que Dios es todopoderoso, y está en todas partes, en todo momento; que nos acompaña siempre por más lejos que estemos de casa o de la civilización. Y esa idea hay que mantenerla y no perderla, porque es la base fundamental para salvarnos de cualquier cosa, por más insignificante que sea, hasta un simple dolor de cabeza o dolor de oído. También me resultó muy útil reconocer mi afiliación divina y la idea de no “vivir” para apoyar el dolor, sino saber que el dolor no tiene realidad porque carece de origen, Dios nunca lo creó.

Estoy muy agradecido por las enseñanzas de la Christian Science.


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