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José de Nazaret, un hombre de fe

Del número de diciembre de 2000 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Marilyn Resultó ser un inolvidable en la representación de Navidad de nuestra escuela para niñas. La verdad es que nadie más en nuestra clase de cuarto grado quería representar a José. No tenía nada que decir y permaneció de pie en el fondo todo el tiempo. Pero Marilyn hizo que su papel cobrara vida. Ella realmente entendía a José. El tierno cuidado que le prodigaba a María, su admiración al ver al niño Jesús, la tremenda protección que le brindaba a su nueva y pequeña familia. La historia del Nacimiento era algo nuevo para Marilyn, que no era cristiana. No obstante, la naturaleza tan gentil y leal de José, le llegó al fondo del corazón.

En la vida real, el papel de José no debe haber sido nada fácil. Véase Mateo 1:18–25. No debe haber sido fácil descubrir que la mujer con la que se estaba por casar, de pronto y misteriosamente, estaba encinta. No debe haber sido nada fácil decidir si debía abandonar a esta mujer, o permitir que la mataran a pedradas, como lo requería la ley antiguamente.

Tampoco debe haber sido fácil para José aceptar lo que el ángel Gabriel le dijo posteriormente en un sueño: que el bebé de María había sido concebido... "por el Espíritu Santo", que no debía abandonarla, y que debía criar al niño como si fuera su propio hijo, y ponerle de nombre "Jesús", o Salvador, ya que este niño sería el Mesías tan esperado, el Salvador del Mundo.

Todas estas novedades le impusieron muchas exigencias a José. Pero él estuvo a la altura de las circunstancias. Se mantuvo al lado de María con incuestionable fidelidad, comprendiendo, quizás, lo crucial que sería él en el cumplimiento de la profecía bíblica. Gracias a la posición de José como descendiente directo del rey David, Jesús aunque nacido de una virgen, sería de todos modos parte de la línea real de Israel, como el Antiguo Testamento lo había predicho y como específicamente lo cuenta el Evangelio según Mateo.

Es verdad, José era pobre, no era rico, era un carpintero, no un teólogo. Pero era muy leal, y muy dispuesto a ayudar. Dispuesto a recibir al joven Mesías dentro del círculo de su hogar. Dispuesto a ser responsable, como los padres hebreos eran con sus hijos, para enseñarle a Jesús la ley religiosa hebrea. Dispuesto a enseñarle a ser un buen carpintero. Dispuesto a quererlo y protegerlo. Dispuesto a hacer que viera a Dios como su verdadero Padre.

José de inmediato también se vio obligado a hacer varias cosas importantes. Tuvo que cuidar de María, que estaba encinta, y protegerla de las habladurías del pueblo. Y después, cuando María ya estaba a punto de tener familia, tuvo que llevarla a Belén con él para el censo, para que no diera a luz sin que él estuviera a su lado. Véase Lucas 2:1–7.

En Belén tuvo una decepción muy grande. Cansados del viaje y pronta la llegada del bebé, José y María no pudieron quedarse en la posada del pueblo, porque no había lugar. Entonces tuvieron que ir a un establo rudimentario. Allí nació Jesús. En secreto. En humildad. Y en luminosa gloria.

Para mí ésta es la maravilla de la fidelidad de José: que casi todo lo que tuvo que hacer para nutrir y defender a la madre y al hijo tan especiales confiados a su cuidado, tuviera que ser de ese modo. En secreto. Bajo las circunstancias más humildes. Sin ningún reconocimiento público.

Sólo unos pocos comprendieron, aunque levemente, el significado de la venida de Jesús. Los reyes magos, quienes venían del oriente y vieron la estrella sagrada indicando el lugar de nacimiento del Salvador. Los pastores en medio del campo, quienes escucharon el coro de ángeles, anunciando la llegada de Jesús. Y posteriormente, un hombre y una mujer mayores en el templo de Jerusalén, quienes instantáneamente reconocieron el estado divinal del niño. Véase Lucas 2:25–38.

No obstante, sólo José y María estaban conscientes de que la misión de Jesús cambiaría al mundo para siempre. Poco después de su nacimiento, impidieron que el bebé fuera destruido por el mundo que había venido a salvar. José se enteró, en un sueño, de que el rey Herodes quería matar a Jesús. Véase Mateo 2:13–15. Y actuó de inmediato, sacando rápidamente a su familia fuera del país, en un increíble escape nocturno a Egipto. Recién cuando murió Herodes, regresó con su familia a su tierra.

Del mismo modo que en su época, nunca fue reconocido el papel que cumplió José, así no es reconocido hoy en día. Su lealtad, valor, sabiduría, devoción y generosidad siguen siendo historias no contadas. Un erudito moderno de la Biblia dice en su protesta: "A José se le ha dado demasiado poco crédito por la función que cumplió en la historia del evangelio".The Interpreter's Bible. New York: Abingdon, 1951, Vol. VI, pág. 254.

Es importante prestar más atención a las acciones de José. Especialmente ahora que se cumple el segundo milenio de la venida de Cristo Jesús. Porque hoy, la Ciencia del Cristianismo ha dado a la humanidad otro "niño" a quien cuidar. El niño de la curación cristiana. Mary Baker Eddy describe el advenimiento de este niño en un artículo sobre la Navidad, de la siguiente manera: "En distintas épocas la idea divina toma diferentes formas, según las necesidades de la humanidad. En esta época toma, más inteligentemente que nunca, la forma de la curación cristiana. Éste es el niño que hemos de atesorar. Éste es el niño que rodea con brazos amorosos el cuello de la omnipotencia, e invoca el infinito cuidado del amoroso corazón de Dios".Escritos Misceláneos, pág. 370.

Se necesitan muchos "Josés" modernos para cuidar de esta nueva venida del Cristo en la forma de curación cristiana. Se necesitan para que valoren cada evidencia de esa curación. Para atesorarla y ayudarla a que cumpla su cometido. Son necesarios para mantenerse alertas, para defender, y si es necesario, luchar por la revelación de la Verdad, y la curación que siempre trae consigo.

Hoy, la Ciencia del Cristianismo ha dado a la humanidad otro "niño".

Los Josés son necesarios para mantener la fe en las leyes de Dios, aún cuando no sea fácil. Aun cuando nadie más las conozca o se preocupe por ellas. Y seguirán siendo necesarios hasta que el niño de la curación cristiana crezca, se fortalezca y madure. Hasta que el Consolador que Jesús prometió penetre el pensamiento del mundo. Hasta que el dolor y la enfermedad de la humanidad sean totalmente redimidos. Hasta que todos comprendan que el bien es real y el mal es irreal, que el Espíritu es todo y la materia es nada.

Cada día nos ofrece a usted y a mí oportunidades para permanecer junto al niño de la curación cristiana, a veces con el mismo apoyo y actitud callada que José brindó a María y a su niño. Cuando yo tenía unos cinco años, mis padres y yo tuvimos esa oportunidad. Una que nunca olvidaré.

Un hombre, a quien conocíamos y queríamos mucho, se sentía muy presionado por su nuevo trabajo. Finalmente, la presión que bullía en su interior hizo erupción en una tremenda depresión mental. Intentó suicidarse varias veces. Su esposa estaba fuera de sí. No obstante, los dos estaban convencidos de que Dios, y Su Cristo, de alguna manera los rescataría.

Manejaron más de mil seiscientos kilómetros para pasar un tiempo con mi familia en nuestro pequeño apartamento. Se quedaron cerca de dos semanas. Mis padres estaban seguros de que nuestro amigo podía sanar. Pero ellos me explicaron que debíamos darle mucho apoyo, que debíamos ser muy comprensivos y protegerlo. Teníamos que orar mucho.

Posteriormente, la pareja nos dijo que nuestra casa había sido como un santuario para ellos, un lugar para orar en privado, y sentir el amor de Dios. Para cuando se fueron, el hombre había sanado. Estaba listo para hacerse cargo de su nuevo empleo. Y él y su esposa llegaron a ser sanadores cristianos por muchos años, cuidando a muchos otros con la misma atención que ellos habían recibido.

El ser un hombre o mujer de fe, de la manera que José lo fue, es natural cuando la persona ama a Dios, y confía en Su cuidado. Porque la habilidad que usted y yo atesoramos, apreciamos y apoyamos, proviene del Padre/Madre de todos nosotros, de aquel que es eternamente leal, que alimenta, sostiene, cuida, y sana a cada uno de Sus hijos. Sin fallar. Y sin excepción.


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