Recuerdo que de niña siempre pensaba que Dios era muy bueno, pero parecía estar muy lejos de mí. Esto hacía que a veces enfrentara dificultades en la vida. Era tímida y le tenía miedo a la muerte, pero pensaba que con Dios sería feliz. De manera que seguí buscándolo.
Crecí e hice todo lo que la sociedad esperaba que hiciera. Todas esas expectativas fueron una gran carga para mí. También recuerdo que tenía el constante temor de morirme sin haber hecho algo digno de recordar. Para mí no era suficiente tener una familia y un buen trabajo. En lo más íntimo de mi ser deseaba encontrar a Dios. Sabía que Él tenía que estar aquí mismo, muy cerca, pero por alguna razón yo no Lo sentía.
En 1978, después de un penoso matrimonio que terminó en separación, tomé la decisión de buscar respuestas que me ayudaran a comprender a Dios y a mí misma. Recuerdo claramente que pensé: “Ahora no tengo ninguna otra distracción. Ahora puedo buscar a Dios”. Consulté con escuelas, maestros y diversas religiones, pero nunca encontré lo que anhelaba.
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