Recuerdo que de niña siempre pensaba que Dios era muy bueno, pero parecía estar muy lejos de mí. Esto hacía que a veces enfrentara dificultades en la vida. Era tímida y le tenía miedo a la muerte, pero pensaba que con Dios sería feliz. De manera que seguí buscándolo.
Crecí e hice todo lo que la sociedad esperaba que hiciera. Todas esas expectativas fueron una gran carga para mí. También recuerdo que tenía el constante temor de morirme sin haber hecho algo digno de recordar. Para mí no era suficiente tener una familia y un buen trabajo. En lo más íntimo de mi ser deseaba encontrar a Dios. Sabía que Él tenía que estar aquí mismo, muy cerca, pero por alguna razón yo no Lo sentía.
En 1978, después de un penoso matrimonio que terminó en separación, tomé la decisión de buscar respuestas que me ayudaran a comprender a Dios y a mí misma. Recuerdo claramente que pensé: “Ahora no tengo ninguna otra distracción. Ahora puedo buscar a Dios”. Consulté con escuelas, maestros y diversas religiones, pero nunca encontré lo que anhelaba.
En un momento dado me fui a los Estados Unidos y me inscribí en una escuela religiosa. Fue allí que por primera vez escuché el nombre de Mary Baker Eddy. Se decía que ella había sanado a la fundadora de esa escuela. Yo quería saber más sobre esta Sra. Eddy, y busqué en las bibliotecas de la escuela y le pregunté al personal de las mismas. Pero lo único que sabían era que había dado una charla que inspiró de tal manera a la fundadora, que le trajo curación a ella y a los miembros de su familia. Pasó el tiempo, y me olvidé del nombre.
Diez años después, yo había regresado a México y estaba trabajando para un contador público. Tenía una clienta que me había impresionado mucho porque era muy tranquila y muy amorosa con sus hijos. Me dijo que estudiaba un libro llamado Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras escrito por Mary Baker Eddy. Me acuerdo que casi le grité preguntándole dónde podía obtener este libro, porque el nombre me resultaba muy conocido. Me dijo que me traería un ejemplar del libro en cuanto pudiera. Esperé con impaciencia. Al mes siguiente, vino a mi oficina y me dio el libro. Recuerdo claramente el colorido de la tapa, y que el libro estaba envuelto en celofán. Casi se lo arrebaté de las manos, pues sentía tantos deseos de leerlo... Aquel día, cancelé todas mis otras actividades, me puse el pijama y me fui a la cama donde comencé mi travesía con el libro. Desde el principio, las ideas del libro tuvieron un efecto sanador en mí, y fue allí que me di cuenta de que había encontrado las respuestas que había buscado toda la vida. Aquí tenía un libro para pensadores, un libro que explicaba a Dios como yo siempre había sentido que debía ser: del todo amoroso, puro y poderoso, no pronto para la ira ni variable. Al principio no lo entendí muy bien, pero continué leyendo.
Una de mis primeras curaciones fue de dolor de cabeza. La curación se produjo cuando comprendí mejor lo que siempre había sabido en mi corazón, es decir, que yo expresaba la naturaleza espiritual de Dios y que Él hizo al hombre completo y saludable.
Otros problemas de salud sanaron y las relaciones familiares se fortalecieron y armonizaron. En Ciencia y Salud estaba encontrando los pasos específicos que necesitaba para sanar como Cristo Jesús había hecho.
Mi travesía continuó. Durante casi treinta años, yo había tenido dolorosos períodos menstruales. Cuando comencé a estudiar la Ciencia del Cristo, como lo explica Ciencia y Salud, comprendí que debía rechazar categóricamente todo pensamiento que dijera que se espera que las mujeres sufran y que esta condición sólo se puede tratar con medicamentos. ¡Qué alivio tener el remedio ya en mis manos! Me sentí inclinada a estudiar a conciencia el capítulo sobre el matrimonio, y gradualmente todo dolor desapareció.
Mi búsqueda había terminado. No obstante, no tiene fin lo que estoy aprendiendo de este libro. Ciencia y Salud ha producido un cambio digno de recordar en mi vida y puede hacer lo mismo en la vida de todo aquél que está dispuesto a hacer esta travesía espiritual.