Al Terminar mis estudios secundarios, vine del sur del país a Santiago a estudiar en la universidad, y fui a dar a la casa de una tía que era una dedicada estudiante de la Christian Science. Un día, en la iglesia a la que ella concurría no tenían organista, y me pidió que fuera a tocar el órgano. Fui a esa iglesia con la intención de hacer algo bueno, pues quería de alguna forma retribuir todo el bien que esta tía había hecho por mí.
En aquella época, los servicios eran en inglés y yo no entendía prácticamente nada de ese idioma. Sin embargo, cuando estaba ahí sentada al lado del órgano, escuchando lo que se leía de la Biblia y de Ciencia y Salud, tuve la certeza de que allí estaba lo que yo había estado buscando ansiosamente.
Muy pronto tuve la oportunidad de poner en práctica estas enseñanzas. Estábamos en pleno período de exámenes en la universidad; terminé el último examen y al día siguiente caí enferma con una fiebre muy alta. Yo estaba pronta a irme nuevamente al sur a pasar las vacaciones, y la familia en Santiago se preocupó mucho y le avisaron a mi papá. Cuando llegué a la estación mi papá estaba con la camilla esperándome para llevarme a una clínica. Al internarme me dejaron bastante aislada porque no había mucha certeza de lo que tenía, que podría ser contagioso. Pasaba los días prácticamente sola, y fue en esa época que empecé seriamente a estudiar las lecciones bíblicas indicadas en el Cuaderno Trimestral de la Christian Science. Era lo primero que hacía al despertar, y dedicaba algunas horas para hacerlo. El resto del día pasaba pensando y profundizando lo que había estudiado en la mañana. Sentí que era como un imperativo purificar mi pensamiento, y ver al hijo perfecto de Dios en cada familiar, en todos mis compañeros universitarios y en todas partes. Muchos años después me di cuenta de lo importante que fue este estudio en esa época para ayudarme a progresar espiritualmente.
Cuando llegaron los exámenes médicos de Santiago indicaban que era tifus exantemático, tifus intestinal, y un tercer tipo de tifus del cual no me acuerdo el nombre. Hasta ese momento no me habían dado ningún medicamento porque, si bien había cierta preocupación por la alta temperatura, que ya no era tan alta, encontraban que estaba demasiado bien. Yo ya estaba teniendo una comprensión clara de Dios y del hombre. De Dios, como Espíritu incorpóreo e infinito, y de mí misma, como Su imagen y semejanza espiritual, jamás invadida ni subyugada por microbios o bacilos. Esta comprensión continuó liberándome de la creencia de enfermedad.
Un buen día amanecí sin fiebre, pero entonces me dijeron que no podría irme hasta que pasara cinco días sin fiebre. Al quinto día me vino una temperatura muy alta, y entonces en la clínica me dijeron que ahora sí comenzaba el tifus, que lo anterior había sido como un preludio. Ahí empezaron a prepararme como para una gran lucha. Pusieron todo tipo de medicamentos en el velador, y le dijeron a la enfermera de noche que no me diera nada si me encontraba durmiendo. Esa noche mi papá vino muy afligido a verme, pero lo tranquilicé diciéndole que se iba a demostrar definitivamente el poder de Dios, y que todos esos remedios no iban a ser necesarios.
Así fue que esa noche quería estar despierta, consciente de las verdades espirituales, comprendiendo mi relación con Dios. Cuando entraba la enfermera de noche, yo cerraba los ojos y ella se volvía a ir.
Al día siguiente, cuando apareció la jefa de las enfermeras le dije que estaba muy bien, y que no había tomado ningún medicamento. Ella me tomó la presión, y vio que estaba normal; luego me tomó la temperatura, y estaba sin fiebre. Decidieron dejarme dos días más en la clínica, y verdaderamente la presión y la temperatura permanecieron totalmente normales.
Esto fue para mí mi entrada en la Christian Science, y ahí comenzó una nueva vida, sana, robusta y con un horizonte bellísimo.
Cuando recuerdo esta curación me gusta pensar en una frase de Ciencia y Salud que comienza diciendo: “Un grano de Ciencia Cristiana hace maravillas por los mortales, tan omnipotente es la Verdad, pero hay que asimilar más de la Ciencia Cristiana para continuar haciendo el bien” (pág. 449). Los muchos granos que entretanto se han acumulado en mi granero me han seguido demostrando las maravillas que se van viendo, sintiendo y demostrando en nuestra vida al seguir fielmente las enseñanzas de la Christian Science, y por esto estoy profundamente agradecida.
Santiago, Chile