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Sanada de tifus

Del número de septiembre de 2000 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Al Terminar mis estudios secundarios, vine del sur del país a Santiago a estudiar en la universidad, y fui a dar a la casa de una tía que era una dedicada estudiante de la Christian Science. Un día, en la iglesia a la que ella concurría no tenían organista, y me pidió que fuera a tocar el órgano. Fui a esa iglesia con la intención de hacer algo bueno, pues quería de alguna forma retribuir todo el bien que esta tía había hecho por mí.

En aquella época, los servicios eran en inglés y yo no entendía prácticamente nada de ese idioma. Sin embargo, cuando estaba ahí sentada al lado del órgano, escuchando lo que se leía de la Biblia y de Ciencia y Salud, tuve la certeza de que allí estaba lo que yo había estado buscando ansiosamente.

Muy pronto tuve la oportunidad de poner en práctica estas enseñanzas. Estábamos en pleno período de exámenes en la universidad; terminé el último examen y al día siguiente caí enferma con una fiebre muy alta. Yo estaba pronta a irme nuevamente al sur a pasar las vacaciones, y la familia en Santiago se preocupó mucho y le avisaron a mi papá. Cuando llegué a la estación mi papá estaba con la camilla esperándome para llevarme a una clínica. Al internarme me dejaron bastante aislada porque no había mucha certeza de lo que tenía, que podría ser contagioso. Pasaba los días prácticamente sola, y fue en esa época que empecé seriamente a estudiar las lecciones bíblicas indicadas en el Cuaderno Trimestral de la Christian Science. Era lo primero que hacía al despertar, y dedicaba algunas horas para hacerlo. El resto del día pasaba pensando y profundizando lo que había estudiado en la mañana. Sentí que era como un imperativo purificar mi pensamiento, y ver al hijo perfecto de Dios en cada familiar, en todos mis compañeros universitarios y en todas partes. Muchos años después me di cuenta de lo importante que fue este estudio en esa época para ayudarme a progresar espiritualmente.

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