Cuando Pensamos en nuestra relación con la tecnología, parece como que la humanidad hubiera diseñado sistemas y programas electrónicos que, en la peor de las situaciones, pueden transformarnos en sus propios cautivos. Algunos se han preguntado: “¿No habremos creado un monstruo?”
A mí me ha resultado muy útil pensar en una declaración que hace Mary Baker Eddy en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, que va a la raíz de la cuestión: “La Ciencia del ser, en la que todo es Mente divina, o Dios y Su idea, sería más clara en esta época, si no fuera por la creencia de que la materia es el medio del hombre, o sea, que el hombre puede entrar en su propio pensamiento incorporado, atarse con sus propias creencias, y luego calificar de materiales a sus trabas y denominarlas ley divina”. Ciencia y Salud, pág. 372.
La palabra clave es creencia. Aunque creamos y actuemos como si fuéramos seres físicos que piensan, funcionan y viven independientes de Dios, eso no es verdad. El hombre es el hijo de Dios, Su imagen y semejanza espiritual. A medida que comprendemos esto y vivimos nuestra vida de acuerdo con esa verdad, vemos que no estamos sometidos por la tecnología. No estamos condenados a ser víctimas de nuestros propios inventos. Tenemos la capacidad de comprender que todo está bajo el gobierno de Dios, la Mente única.
En la Biblia hay dos historias que ilustran la importancia que tiene reconocer esta inteligencia única. Una es la historia de la ciudad de Babel, cuyos habitantes tuvieron que dejar de construir la ciudad y fueron esparcidos por otras tierras, porque la estaban construyendo para glorificarse a sí mismos, y no a Dios. Véase Génesis 11:1–9.
La segunda es la historia de Noé, Véase Génesis caps. 6–9. quien tuvo la inspiración de construir un arca que los mantendría a salvo a él y a su familia, y a muchos animales, durante el diluvio. Su motivo para construir el arca fue altruista, y siguió cuidadosamente la guía de Dios para hacerlo muy bien.
La pregunta que se plantea es cómo podemos construir como lo hizo Noé, poniendo por obra los pensamientos que nos vienen de Dios, en lugar de enredarnos en los métodos mundanos, como hicieron los habitantes de Babel. La respuesta es: por medio de la oración y la búsqueda de espiritualidad que ilumina nuestra conciencia. Así vemos que la actividad del universo, aun en la forma de avanzada tecnología, no depende de la materia. Por el contrario, la tecnología existe para servirnos.
Todo lo que vemos y experimentamos, incluso la tecnología, es el resultado o la manifestación del pensamiento. Cuando la espiritualidad, en lugar del materialismo, rige nuestro pensamiento, los dispositivos materiales se vuelven sirvientes en lugar de amos de nuestra vida.
Un amigo mío tuvo una experiencia que probó esto. Una noche estaba preparando el material para una reunión importante, y tenía problemas con las computadoras. Los técnicos habían estado tratando de resolver el problema durante varias horas. Entonces mi amigo decidió llamar a una practicista, para pedirle ayuda a través de la oración.
La practicista le contó que hacía poco había resuelto un problema de salud, justamente cuando comprendió que Dios le había dado dominio sobre los sentidos materiales y, por ende, sobre la condición material, o enfermedad. Insistió en que no importaba si el problema era un cuerpo que no funcionaba bien, o un sistema de computación que no funcionaba bien. El cambio en la dirección del pensamiento hacia una base más espiritual, tendría el mismo efecto favorable. Minutos después, un colega le avisó a mi amigo que las computadoras ya estaban funcionando bien.
Este tipo de experiencias indica que los problemas se pueden resolver cuando comprendemos que cada detalle de la existencia está bajo el gobierno amoroso e inteligente de Dios. Cuando consideramos la tecnología sobre esta base espiritual, podemos ejercer nuestro dominio y probar en cierto grado la ley de armonía de Dios que opera en nuestra vida.
Siempre me resulta muy útil pensar en la historia de Moisés, quien sacó a los hijos de Israel de la esclavitud de Egipto, y los llevó por el desierto hacia la Tierra Prometida. Ellos tenían su confianza puesta en leyes materiales y creían que éstas iban a responder a sus necesidades diarias. Pero cuando se vieron sin los medios convencionales para obtener comida y agua se asustaron, porque no comprendían que Dios era su fuente de provisión, y no el sustento material.
Con las oraciones de Moisés sus necesidades fueron respondidas de maneras inesperadas. Por ejemplo, el maná, “una cosa menuda, redonda”, apareció “sobre la faz del desierto”, Véase Éxodo 16:14, 15. era algo que podían comer. Moisés también golpeó la roca con su vara y surgió agua de ella. Véase Éxodo 17:3–6.
Los problemas que enfrentamos, tanto individual como colectivamente, nos obligan a ver más allá de lo que los sentidos materiales parecen decir en cuanto a qué controla nuestra vida. De esta manera nos volvemos más receptivos a la ley de Dios, que por siempre mantiene la armonía. Podemos confiar en que nuestras necesidades serán satisfechas a medida que reconozcamos, reclamemos y cedamos a esta ley.
No tenemos por qué esperar a que se produzca un desastre para demostrar la presencia de Dios en nuestra vida. Nuestra espiritualidad es un hecho establecido, de modo que la podemos reclamar aquí y ahora, y comenzar a demostrarla. Esto es ejercer nuestro dominio espiritual en todos los aspectos de nuestra experiencia. Y también nos permitirá seguir beneficiándonos con la utilización de la tecnología en los años por venir.