Cualquiera que haya cambiado a un nuevo sistema de computación, sabe muy bien lo que significa comenzar con un proceso nuevo. Y uno se pregunta: “¿Por qué será que lo que antes era tan fácil, ahora se ha vuelto tan complicado? Estoy seguro de que tarde o temprano, me voy a acostumbrar al cambio”. No obstante, surgen preguntas importantes sobre el proceso en sí. ¿Qué constituye un mejor proceso? ¿Es acaso mejor, más simple, más rápido, más eficiente? ¿Estamos perdiendo más tiempo con el proceso que lo que éste nos sirve a nosotros?
No hay nada de malo en buscar una mejor manera de hacer las cosas. Hubo una época en que el mejor método de clasificar la correspondencia era a mano. Pero después, en muchos países, se comenzó a hacer mediante un proceso automático y esto revolucionó el correo. ¿Quién hubiera dicho, en aquella época, que décadas después surgiría el correo electrónico y sería común escribir, recibir y enviar un mensaje en segundos, en lugar de días?
La historia nos ha demostrado, una y otra vez, que lo que parecía ser el mejor proceso inventado por el hombre, mediante la inspiración o una diferente perspectiva, muy pronto resulta ser obsoleto. Esto quiere decir que es necesario mantener el pensamiento abierto.
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