Este simple comentario oído al pasar, me hizo pensar mucho. Quizás, porque es como si esperáramos que ese bienestar que disfrutamos ahora, fuese sólo temporal; que hubiera grandes probabilidades de que en en cualquier momento se conviertiera en malestar.
Algunos muchas veces adoptamos sin querer una actitud defensiva, como aguardando un embate del destino. Pero, ¿es necesario que vivamos en esa incertidumbre? ¿Es legítima esta existencia que no disfruta del ahora por temor al mañana?
La Biblia es una fuente de referencias para mí, y voy a menudo a ella para hallar respuesta a mis interrogantes. En la Epístola de Santiago están las palabras que respondieron adecuadamente a mis preguntas: “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación”. Santiago 1:17. 2 Escritos Misceláneos, pág. 124.
Para Santiago, el bien que proviene de Dios es constante. No hay lapsos de la armonía en los que podamos carecer de Sus dádivas. La salud, la paz, la abundancia, el amor, son manifestaciones de ese bien y ya las poseemos como hijos de Dios — son inherentes a nuestra naturaleza espiritual desde siempre y jamás nos pueden faltar.
Muchas veces yo había tenido esa expectativa que mencioné antes, basándome en la creencia popular de que debemos pagar los momentos de felicidad con otros de dolor. Pero una experiencia me demostró que Dios no nos exige ese pago. Su Voluntad es hacernos felices, ¡y además es gratis!
Hace algunos años, mi esposo y yo nos encontramos un día sin un lugar donde vivir, y con cuatro niños todavía pequeños. La situación se veía bastante difícil. Era como si la promesa del bien inamovible y perfecto de la que nos habla Santiago hubiera quedado sin efecto para nosotros. Hubo momentos de duda y desesperación, pero me puse a orar, aferrándome a la idea de que el hogar implicaba seguridad, comodidad, refugio y armonía; que era parte de nosotros porque Dios lo había dispuesto así y, tal como el caracol que lleva su casa a cuestas, nada podía separarnos de ese hogar.
Nos mantuvimos firmes en esa confianza y en la idea de Dios como Amor invariable, hasta que finalmente se manifestó el bien que Él nos tenía preparado. Por motivos de trabajo, mi esposo fue trasladado al interior del país y su nuevo cargo contaba con una hermosa casa adecuada a nuestras necesidades, en un barrio tranquilo y muy cerca del lugar donde realizaba sus tareas.
Pero a los diez meses de estar viviendo en esa ciudad trasladaron nuevamente a mi esposo, y esta vez al exterior del país.
Bueno, nuevamente me puse a orar con el concepto de hogar antes mencionado porque no solamente nos quedábamos sin casa, sino también sin la presencia de mi esposo, al menos por todo un año. Apenas recibida la noticia del nuevo trabajo, mi hermana y su familia viajaron al interior para decirnos que nos ofrecían su casa; allí podíamos quedarnos a vivir hasta el regreso de mi esposo.
Cuando él volvió, luego de trece largos meses, recibimos una nueva oferta de otra de mis hermanas para que nos alojáramos en un apartamento vacío que tenía junto al suyo. Aceptamos nuevamente ese ofrecimiento y me di cuenta de que el amor de Dios, fiel y constante, se manifiesta de innumerables maneras y utilizando diferentes medios. En este caso, la bondad de mis hermanas fue el canal utilizado para que Su protección se demostrara abiertamente. Durante este tiempo, sin casa propia y teniendo que mudarnos tantas veces, no sentimos nunca la sensación de estar desamparados, sujetos a un destino caprichoso. Sabíamos que la voluntad de Dios es buena y que solamente quiere lo mejor para nosotros. Todo se fue acomodando de una manera armoniosa y antes de que pasaran tres años desde el comienzo de mi relato, ya éramos los felices dueños de un amplio apartamento que cumplía con todos nuestros sueños.
Todos podemos ser testigos de que las dádivas de Dios encuentran continua expresión en nuestra vida: son una ley establecida desde la eternidad. De modo que podemos reclamarlas como nuestras, no importa cuál sea la condición que estemos enfrentando.
He comprobado tantas veces ese amor invariable, lleno de gracia y perdón. En muchas ocasiones he sentido el toque sanador de Su mano. Hemos sorteado todo tipo de dificultades apoyándonos en las leyes invariables de Dios: enfermedades, dificultades económicas, discordias familiares. Verdaderamente el “Padre de las luces” es la respuesta que la humanidad sigue buscando, sin darse cuenta de que jamás ha estado fuera de Su cuidado.
¿Cómo hacer para percibir esa dulce y amorosa solicitud siempre disponible?
En nuestro caso, nuestra convicción de que Dios nunca desampara a Sus hijos, unido al sincero deseo de conocer y hacer Su voluntad, tuvieron un peso decisivo en la obtención de un hogar. La confianza de un niño que pone su manito en la de su papá y ni siquiera le pregunta hacia dónde se dirige sino que acepta gozoso su guía, fue nuestro ejemplo a seguir. Esa actitud mental de confiar totalmente en lo perfecto e inmutable de los dones divinos, es lo que nos ayuda a resolver cualquier problema que nos esté afectando.
La Sra. Eddy nos da, en Escritos Misceláneos, una interpretación más amplia acerca de ese amor infinito y constante que Dios tiene por nosotros: “Pues ’¿qué dios es grande como nuestro Dios?’, inmutable, del todo sabio, del todo justo, del todo misericordioso; la Vida, la Verdad y el Amor, que ama y vive por siempre; que consuela a los que lloran, que abre la puerta de la prisión a los cautivos, que cuida del polluelo y que se compadece más de lo que se compadecería un padre; que sana a los enfermos, limpia a los leprosos, resucita a los muertos y salva a los pecadores”.
¿Cómo no esperar, entonces, sólo el bien de parte de ese Padre amoroso y protector? ¿Cómo no confiar siempre en el refugio seguro de Su cuidado infinito?
Ahora, cada vez que escucho decir, “Ando muy bien... por ahora”, me digo a mí misma: “Sí, estoy muy bien, gracias”. Y sé que es por ahora y para siempre.