En una ocasión se acercaban las fiestas navideñas y mi hijo que vivía en Italia, me pidió que le mandara unos artículos por correo que estaban empacados en unas cajas grandes. Era cerca de medianoche cuando entré en el pequeño cuarto para buscar los artículos. Cuando vi las cajas apiladas unas sobre otras, pensé un poco indignada, “¿cómo es que mi hijo quiere que saque estas cajas?” En ese momento, al querer moverlas, una muy pesada se me cayó sobre la pierna.
Cuando traté de dar un paso atrás, no pude. Sentía que la pierna estaba tan pesada que era como si tuviera un plomo encima. Enseguida se me ocurrió corregir el pensamiento. Pensé que si mi hijo hubiera estado en casa, él no me habría pedido que buscara esos artículos; él mismo lo hubiera hecho.
Ni bien dejé de culpar a mi hijo, se me ocurrió que no estaba sola, que Dios estaba conmigo.
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