En una ocasión se acercaban las fiestas navideñas y mi hijo que vivía en Italia, me pidió que le mandara unos artículos por correo que estaban empacados en unas cajas grandes. Era cerca de medianoche cuando entré en el pequeño cuarto para buscar los artículos. Cuando vi las cajas apiladas unas sobre otras, pensé un poco indignada, “¿cómo es que mi hijo quiere que saque estas cajas?” En ese momento, al querer moverlas, una muy pesada se me cayó sobre la pierna.
Cuando traté de dar un paso atrás, no pude. Sentía que la pierna estaba tan pesada que era como si tuviera un plomo encima. Enseguida se me ocurrió corregir el pensamiento. Pensé que si mi hijo hubiera estado en casa, él no me habría pedido que buscara esos artículos; él mismo lo hubiera hecho.
Ni bien dejé de culpar a mi hijo, se me ocurrió que no estaba sola, que Dios estaba conmigo.
Muchos pensamientos se hicieron presentes. Incluso el pasaje bíblico que relata el incidente de Jacob, cuando vio subir y bajar ángeles por una escalera que llegaba hasta el cielo. Eso me hizo sentir que los ángeles, los mensajes de Dios, también estaban conmigo.
Dios nos habla de una manera que Lo podemos entender, comunicándose con nosotros por medio de sus ángeles, sus pensamientos.
No sé cuánto tiempo estuve adentro de ese cuartito. Obedecí la idea de buscar los artículos, y sin moverme los encontré todos.
Luego, cuando miré la pierna vi que estaba muy hinchada, pero no tuve miedo de lo ocurrido.
De modo que me puse a orar. Orar me hace sentir que puesto que Dios existe, yo existo, que sin Su poder yo no podría mover un solo dedo. Cuando oro pienso que Dios es el creador universal, y la luz que disipa toda la oscuridad. Pienso en esa conexión tan especial que el Amor divino tiene con todos Sus hijos y cómo Él nos incluye a todos, tal como el sol incluye a todos sus rayos.
Terminé de orar y al levantarme me di cuenta de que podía caminar. De pronto me vino el pensamiento que podría tener algún hueso roto, o que tendría sangre que lavar o que debía ponerme hielo. Pero no le hice caso a esas sugestiones, sino que me quité el pantalón como pude y me fui a dormir, sin mirar el pie ni la pierna.
Por la mañana, estaba completamente bien. Dos personas que me vieron ese día comentaron, como siempre solían hacerlo, lo bien que me veía y la energía que tenía.
Esta hermosa curación me demostró que Dios está siempre presente. Y el estudio de Ciencia y Salud, que me ayuda a comprender mejor la Biblia, me sigue mostrando que Dios nos sostiene y que con Él hallamos la vida.
Boston, Massachusetts, EE.UU.