De un día para otro ya no valía la pena vivir. Habían eliminado el puesto de mi esposo. Yo no estaba empleada y él era el único de la familia que ponía el pan en la mesa. La inflación en Kenya había comenzado a sentirse muy fuerte de manera que las probabilidades de que mi esposo encontrara trabajo parecían nulas.
Me sentía traicionada y no sabía a quién recurrir. Entonces una amiga, a quien también la habían echado del trabajo, me dijo que no debía preocuparme porque Dios está siempre presente y activo.
Al principio yo sólo quería encontrar alguna forma de enfrentarme con un futuro que se veía lleno de oscuros nubarrones. Sabía que Dios era bueno y ayudaba a muchas personas. Pero no tenía suficiente fe para creer que el Todopoderoso me ayudaría.
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