Daniel estaba en mi clase en la escuela todos le teníamos miedo. La maestra sabía que les hacía muchas maldades a sus compañeros, y le dijo a Daniel que pusiera su pupitre justo al lado del escritorio de ella. Si los chicos se le acercaban mucho él les pegaba. Mi mejor amiga, Key, se lastimó cuando Daniel le pisó el cordón del zapato y la hizo caer al suelo. Mis amigas y yo siempre estábamos en guardia, especialmente durante el recreo, por si él trataba de lastimar a alguien.
Pero yo me puse a pensar en algo que estaba aprendiendo en la Escuela Dominical. Yo sabía que había como una armadura que uno se podía poner que era tan fuerte que nada podía atravesarla. Daniel no podía pegarme, y sus malas palabras no podían lastimarme.
Aprendí que los buenos pensamientos eran esa armadura. Esto surgió de una idea que Mary Baker Eddy tenía sobre cómo sentirse completamente protegidos. Ella dijo: “Los buenos pensamientos son una armadura impenetrable; revestidos de ella, estás completamente protegido contra los ataques del error de toda clase”.The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 210.
Así que yo seguí preguntándome si los buenos pensamientos realmente me protegerían e impedirían que Daniel me lastimara.
Decidí comprobar si funcionaba. Pero ocurrió que cuando empecé a tratar de tener buenos pensamientos acerca de Daniel, me sorprendí al ver cuántos malos pensamientos tenía yo de él. Yo continuaba hablando conmigo misma sobre todas las cosas malas que él hacía. De hecho, pienso que no tenía ningún buen pensamiento sobre él.
Pensé que sería mejor preguntarle a Dios si había algo bueno sobre Daniel, para poder tener algún buen pensamiento. Recordé lo que había estado aprendiendo en la Biblia, de que Dios es nuestro único Padre verdadero, y que Dios nos hizo a todos para que fuéramos buenos. Muy dentro de mí, yo sabía que Daniel quería ser bueno porque era el hijo de Dios. Estoy contenta de haber orado de ese modo, porque Dios cambió mis sentimientos hacia Daniel. Yo empecé a preocuparme por él y oré para que Dios lo hiciera más feliz.
Al día siguiente en la escuela, empecé a tratar de ver las diferentes formas en que Daniel realmente quería ser bueno. Me llevó todo el día, pero cuando íbamos a tomar el autobús para regresar a casa, noté que él se mantenía en la fila en silencio sin decir nada. Se estaba comportando bien y yo lo vi.
Al día siguiente, lo vi tirar la basura en el cesto de la basura en lugar de arrojarlo al piso a propósito. Luego pidió permiso para sacarle punta a su lápiz, en lugar de levantarse cuando se le daba la gana. Empecé a sentir que era divertido ver todas las cosas buenas de Daniel.
Después de unas semanas, observé que Daniel ya no peleaba ni se enojaba tanto como antes. Les dije a mis amigas que Daniel quería ser bueno. Pero ellas no me creyeron. Querían que les demostrara que yo podía hablar con él sin que me lastimara. Tuve que tener mucho valor para hacerlo, pero un día me acerqué a Daniel y le dije: “Me gusta mucho tu camisa”.
Antes de que pudiera salir corriendo para esconderme, él me respondió: “Gracias. Tú también te ves muy bien”. Al día siguiente le dije que si quería podía caminar conmigo para comer el almuerzo. Se suponía que no podíamos conversar en el pasillo, de modo que él simplemente caminó tranquilo conmigo y cuando llegamos a la cafetería me dio las gracias. El empezó a ser bueno conmigo todo el tiempo, y mis amigas quisieron probar también. Muy pronto todos querían que Daniel también fuera su amigo. Para cuando llegaron las vacaciones de Navidad, Daniel tuvo que mover su pupitre y ponerlo junto a los demás chicos. Seguimos siendo amigos el resto del año.
Después, me puse a pensar en los adultos que actúan de manera agresiva, tal como hacía Daniel, aunque con armas mucho más grandes. Me pregunté: “¿Será posible que los buenos pensamientos me mantengan a salvo de ellos también?” Yo no sabía, así que le pregunté a Dios. Y me gustó mucho lo que me dijo: “Yo siempre te doy buenos pensamientos”.
Me acordé que los malos pensamientos acerca de Daniel me habían hecho temerosa, mientras que los buenos pensamientos me habían puesto muy contenta de que Dios amara a Daniel. Es por eso que sé que los buenos pensamientos pueden ser mi armadura en cualquier situación. Siempre que tengo buenos pensamientos, me siento cerca de Dios. Y eso me hace sentir a salvo.
Estoy contenta de tener una “armadura impenetrable” siempre que la necesito.
Gracias, Dios mío, por todos los buenos pensamientos.