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Para jóvenes

Una victoria inesperada

Del número de noviembre de 2002 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Juego hockey sobre hielo desde que aprendí a caminar. Cuando tenía nueve años empecé a jugar de portero, y mi primer par de protectores fueron unos viejos y desgastados, con tres tiras, que se usaban tanto. Recuerdo que en el invierno con mi papá nos poníamos a disparar goles en la laguna congelada del fondo de casa.

Este año, cuando jugué de arquero en las finales del oeste del Estado de Maine, tuve una experiencia de la que aprendí mucho. Ese torneo, donde los ganadores tienen la posibilidad de ir a las finales del estado, se celebró en el Centro Cívico del Condado de Cumberland, el estadio más grande de la ciudad de Portland y pueblos aledaños.

El año pasado, nuestro equipo, The Falmouth High School Yachtsmen, perdió en las finales jugando contra el mismo equipo con el que íbamos a jugar nuevamente este año. Era un partido importante. Se trataba de la revancha. En la temporada regular le habíamos ganado dos veces. Y éramos el mejor equipo del estado.

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