Por donde vivo se está arraigando cada vez más la costumbre de decir: “Cuídese”, al despedirse. No le encontraba mayor consecuencia a esa expresión de manera que, cada vez que me lo decían, me sonreía, no contestaba y me despedía como siempre he acostumbrado a hacer.
Sucedió que hace más o menos un año pasé un momento muy desagradable que me dejó un poco perturbada. Iba caminando por la calle, tropecé y me caí. Y caí feo. No quería que nadie me levantara: quería estar tranquila y reponerme de la caída. De pronto alguien que yo conocía se acercó, me levantó y me acompañó a casa. Una vez allí, tranquila, comencé a orar, es decir, traté de percibir más claramente la totalidad y perfección de Dios y de Su creación — el hombre y el universo — y la irrealidad de todo lo que es desemejante a la bondad infinita, es decir, desemejante a la naturaleza de Dios. Continué orando durante unas semanas, al cabo de las cuales me sentí totalmente recuperada.
Sin embargo, poco después, iba caminando por la calle, bastante rápido, feliz y agradecida por la curación y ...nuevamente me caí y me llevaron de nuevo a mi casa. Otra vez recurrí de inmediato a la oración. Con el progreso y el enriquecimiento espiritual, las oraciones se tornan cada vez más profundas y eficaces. En un determinado momento, recurrí también a un practicista de la Christian Science cuya ayuda por medio de la oración fue muy eficaz. Prontamente, se concretó la curación.
Mi hermano, apesadumbrado por estos hechos, me dijo seriamente que yo debía cambiar mi estilo de vida, pues en adelante me iba a estar cayendo a cada rato. Le contesté con un fuerte “No”. A esa afirmación, él me contestó muy preocupado: “Te apuesto que sí” y yo le aseguré que no sería así. En realidad, no estaba alegando con mi hermano, sino afirmando mi fe en Dios y rechazando las opiniones habituales que querían imponerse. Nos callamos los dos. Bien sabía que mi respuesta no podía ser mero optimismo, un ferviente deseo de no volver a caer, o hacer uso del poder de la voluntad. ¡Nada de eso!
Con el estudio de la Christian Science voy descubriendo cada vez más que, tanto sea en la calle como en el hogar, en la salud y en las relaciones, las actividades dependen directamente del pensamiento. Mary Baker Eddy escribe: “Cual es su pensamiento, tal es el hombre. Lo único que siente, actúa o impide la acción es la mente”.Ciencia y Salud, pág. 166. ¡Cuánto pues se deben cuidar los pensamientos, cultivando y aceptando sólo aquellos que provienen de Dios! Nuestro Padre celestial revela y provee siempre ideas buenas y específicas para cada situación, que nos guían y sostienen. Y es posible irse compenetrando cada vez más de ese cristianismo puro que tanto nos eleva y que Jesús enseñó y demostró.
Desde que he pensado de esta manera no me he vuelto a caer, ni siquiera a tropezar. Camino firme, segura y rápidamente, siempre de la mano con Dios. No me dejo distraer — en lo posible — por el desaliento ni por el excesivo entusiasmo humano ante el que a veces se puede sucumbir.
Cómo me gustan las palabras del salmista: “Pues tú has librado mi alma de la muerte, mis ojos de lágrimas y mis pies de resbalar”. Salmo 116:8. Hoy, cuando me dicen, “Cuídese”, contesto: “¡Sí!, gracias, tú también”. Agradezco que me recuerden que siempre debo cuidarme de tener esa conciencia espiritual que sólo sabe de Su presencia, totalidad y amor divinos.
