Por donde vivo se está arraigando cada vez más la costumbre de decir: “Cuídese”, al despedirse. No le encontraba mayor consecuencia a esa expresión de manera que, cada vez que me lo decían, me sonreía, no contestaba y me despedía como siempre he acostumbrado a hacer.
Sucedió que hace más o menos un año pasé un momento muy desagradable que me dejó un poco perturbada. Iba caminando por la calle, tropecé y me caí. Y caí feo. No quería que nadie me levantara: quería estar tranquila y reponerme de la caída. De pronto alguien que yo conocía se acercó, me levantó y me acompañó a casa. Una vez allí, tranquila, comencé a orar, es decir, traté de percibir más claramente la totalidad y perfección de Dios y de Su creación — el hombre y el universo — y la irrealidad de todo lo que es desemejante a la bondad infinita, es decir, desemejante a la naturaleza de Dios. Continué orando durante unas semanas, al cabo de las cuales me sentí totalmente recuperada.
Sin embargo, poco después, iba caminando por la calle, bastante rápido, feliz y agradecida por la curación y ...nuevamente me caí y me llevaron de nuevo a mi casa. Otra vez recurrí de inmediato a la oración. Con el progreso y el enriquecimiento espiritual, las oraciones se tornan cada vez más profundas y eficaces. En un determinado momento, recurrí también a un practicista de la Christian Science cuya ayuda por medio de la oración fue muy eficaz. Prontamente, se concretó la curación.
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