Mi abuelo nos enseñó muchas lecciones de la vida. Con él aprendimos a trabajar: cortar el pasto, quitar la maleza, rastrillar las hojas, sacar la nieve con la pala. Debido a que nos pagaba por el trabajo que hacíamos, teníamos asegurado un ingreso fijo de dinero todo el año, aunque éramos apenas niños. Además, a menudo nos regalaba bates, pelotas, patines, cañas de pescar y otros elementos esenciales para todo niño que crece en Minnesota.
Mi abuelo llevó una vida muy activa, casi siempre al aire libre. Y en una ocasión, de joven, sufrió un accidente mientras iba de caza en el que se le incrustaron algunos perdigones en el hombro. Al preguntarle por el incidente, su respuesta me sorprendió. Me dijo que jamás había vuelto a cazar con el hombre que había causado el accidente. En esa época yo era un niño y no podía entender cómo un accidente, por más grave que fuera, había podido separar a estos dos hombres para toda la vida. Años después me di cuenta de que cuando ocurre algo “imperdonable” puede ser muy difícil perdonar y olvidar lo sucedido.
Aquí se plantea la pregunta: “¿Podemos realmente perdonar y olvidar algo “horrendo”? ¿Es posible acaso hacer borrón y cuenta nueva para empezar de cero? ¿Podemos recuperar la confianza después de una traición? Vale la pena considerar estas preguntas. Sí, es posible perdonar. Existe un enorme potencial para salvar amistades, redimir matrimonios, sanar asperezas familiares y restaurar relaciones de toda índole.
Jesús perdonaba sin reservas y recomendaba el perdón de muchas formas. Él perdonaba incluso a sus peores enemigos, pues para él el perdón era parte esencial de la oración y un elemento fundamental en su práctica sanadora.
Una vez, después de decirle a un hombre, “Tus pecados te son perdonados”, percibió la silenciosa crítica de sus detractores, quienes se preguntaron: “¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?” La respuesta de Jesús fue revolucionaria: “¿Qué es más fácil, decir: Los pecados te son perdonados, o decir: Levántate y anda? Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados (dice entonces al paralítico): Levántate, toma tu cama y vete a tu casa”. Mateo 9:5—8.
Esa relación entre el perdón y la curación demuestra que no tenemos que vivir a la sombra de errores, malas acciones, o fracasos, que ocurrieron en el pasado y que no pueden olvidarse. El perdón puede eliminarlos de nuestra conciencia y destruir sus efectos.
Recordemos el relato bíblico acerca de José que fue traicionado por sus hermanos. José se sentía tan libre de resentimiento para con ellos que pudo decir: “Ahora, pues, no os entristezcáis, ni os pese de haberme vendido acá; porque para preservación de vida me envió Dios delante de vosotros”. Génesis 45:5. No había en José vestigio alguno de resentimiento. Eso le permitió contrarrestar los efectos de las crueles acciones de sus hermanos en su contra y acceder a un cargo que finalmente los salvó a todos de morir de hambre.
No tenemos que vivir a la sombra de los errores o fracasos del pasado.
Una practicista de la Christian Science me dijo una vez que su labor entrañaba “dar crédito”. En sus oraciones, ella acreditaba que el individuo poseía, en abundancia, precisamente aquello de lo que parecía carecer. En lugar de concentrarse en las limitaciones humanas, se ocupaba de llenar esos aparentes vacíos sabiendo que Dios ya ocupaba ese espacio. Si la persona actuaba en forma deshonesta, ella acreditaba que expresaba la honestidad divina. Si era desconsiderada, reconocía que era capaz de vivir el amor de Dios. Ella activamente llenaba los vacíos con el bien.
¿Es difícil hacer esto? Quizás. ¿Vale la pena intentarlo? Definitivamente.
Lo que me dijo aquella practicista me ha sido muy útil. Por ejemplo, el estar consciente de que Dios nos ha hecho a todos honestos, me ha permitido, en más de una ocasión, superar la sensación de que he sido víctima de la deshonestidad.
Generalmente se acepta que el odio y el resentimiento son contraproducentes. Cargar con ellos toda la vida puede ser abrumador. Por lo tanto, el perdón es un gran paso en la dirección correcta. Para seguir el ejemplo de Jesús y realmente sanar una situación se necesita el perdón más amplio que se pueda concebir, un perdón de tal magnitud que nos lleve hacia la redención, a llenar con el amor de Dios los vacíos que parecen ser tan evidentes, negativos y dolorosos. Una vez llenos, esos vacíos dejan de existir. Los malentendidos y las separaciones entre amigos y seres queridos se disuelven. En realidad, llenar los vacíos puede ser tan sencillo como entender que no hay vacíos porque Dios es el bien. Está en todas partes. Ahora mismo.
