En septiembre de 1987, Australia experimentó una desastrosa caída de la Bolsa de Valores, como consecuencia de la que hubo en Estados Unidos. Los analistas habían previsto problemas en el campo financiero, pero las personas que tenían acciones o que habían invertido en títulos y fondos de pensiones fueron tomadas por sorpresa, y se esfumaron enormes cantidades de dinero. Muchas personas fueron afectadas, entre ellas Meg y Barrie McCauley.
El año había empezado bien para ellos. Se habían comprometido para casarse y tenían planeado comprar su casa. No obstante, ellos habían pospuesto el “gran sueño australiano” de tener su casa propia, porque primero Meg iba a ir a los Estados Unidos para capacitarse como enfermera de la Christian Science. Y puesto que debían esperar varios años, Barrie había decidido invertir en acciones en la Bolsa de Valores una considerable cantidad de dinero que tenía para el anticipo, esperando obtener algunas ganancias adicionales mientras Meg estudiaba.
Para el momento de la partida, en abril, Meg había vendido la casa, pagado sus deudas y depositado en el banco una pequeña cantidad de dinero. Se despidió de Barrie y se fue a los Estados Unidos, donde estaría tres largos años.
Entonces, en octubre, Meg recibió una llamada telefónica desde Australia con una noticia desoladora: la mayoría del dinero se había perdido con la caída de la Bolsa.
“Barrie estaba sumamente enojado”, recuerda Meg. Antes de la caída, él había dado instrucciones al corredor de bolsa de que vendiera sus acciones e invirtiera el dinero en oro. Él creyó que el corredor lo había hecho, de modo que cuando se produjo la caída, no se preocupó mucho, pero un par de días después, cuando revisó su capital, descubrió que las acciones habían sido vendidas después de la caída. Los precios habían sido bajos, mucho más de lo que hubiera esperado.
“Mi novio estaba indignado. Ese dinero estaba destinado a comprar la casa cuando yo regresara. Eso ya no iba a ser posible, y yo también me preocupé. Empecé a pensar que si yo no hubiera ido a los Estados Unidos, ya habríamos estado casados y viviendo en nuestro propio hogar. ¡Ahora nunca podríamos comprar una casa!”
Meg cuenta que en ese momento decidió orar. Barrie la apoyaba plenamente en su deseo de ser enfermera de la Christian Science, y esto le recordó una declaración de Ciencia y Salud: “El deseo es oración; y nada se puede perder por confiar nuestros deseos a Dios, para que puedan ser modelados y elevados antes que tomen forma en palabras y en acciones”. Ciencia y Salud, pág. 1.
“Vi que tenía que confiar en que Dios cuidaría de nosotros”, dijo. Barrie también tenía una profunda espiritualidad y una fe inquebrantable en la bondad de Dios. “Así que ambos oramos para poder perdonar y para sobreponernos a nuestra gran decepción”.
Pero Meg tenía otros problemas. Estaba haciendo grandes esfuerzos para vivir con un ingreso mucho menor al que estaba acostumbrada; además, su familia había empezado a pedirle que fuera a visitarlos a Australia, pero ella no sabía cómo hacerlo, porque no tenía dinero.
Meg recuerda que “un día estaba conversando con una amiga sobre esto y ella me dijo: ‘¡Deja de mirar tu cuenta bancaria! El “banco” de Dios es el bien en abundancia. Tú puedes disponer de esa abundancia en cualquier momento’. Eso me hizo recapacitar. Yo me había estado fijando en una cuenta bancaria sin recursos y me sentía pobre; era tiempo de dejar de hacerlo y de confiar en que Dios satisfaría todas mis necesidades”.
Y esto fue lo que sucedió: Meg recibió una beca que cubrió el pago de sus estudios por dos años. Además, inesperadamente, le pagaron un dinero que le debían desde hacía diez años. Esto le permitió ir a visitar a su familia a Australia, no una, sino dos veces — la segunda para casarse con Barrie.
Pero la historia no termina allí. Meg se graduó de enfermera y regresó a Australia. No obstante, debido a su situación económica, ella y Barrie tuvieron que alquilar la mitad de una casa que estaba en mal estado. A ella no le gustaba vivir allí, y nuevamente empezó a sentirse molesta por la pérdida del dinero que les hubiera ayudado a comprar su propia casa.
“Sabía que estar molesta era contraproducente”, dijo Meg, “así que decidí 'amar' la vieja casa donde vivíamos. Barrie y yo nos sentamos e hicimos una lista de las cualidades que pensábamos constituían el hogar, entre ellas, amor, armonía, alegría, confianza y expectativa del bien. Entonces traté de ver esas cualidades en la casa donde vivíamos, y aprecié más las mejoras que habíamos hecho en su interior; me sentí más agradecida por el calor y el amor que se expresaban en ella. A las pocas semanas de haber hecho esto, Barrie recibió una herencia que fue suficiente para que compráramos una hermosa casa”.
Meg dice que ella y Barrie están muy agradecidos por haber pasado por esa experiencia. Aunque inicialmente sufrieron una pérdida económica, al final no se privaron de nada que fuera bueno. Su sueño de tener su casa se hizo realidad. Meg comenta: “Fue un ejemplo de este versículo de la Biblia: ‘Y os restituiré los años que comió... la langosta’ ”. Joel 2:25.