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El valor de ser agradecido

Del número de noviembre de 2002 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En momentos de tragedias y crisis internacionales, es necesario reconsiderar cuidadosamente la práctica de dar gracias, tanto por lo que es como por lo que no es.

Primero, expresar gratitud ante una situación grave no significa pretender ingenuamente que no está ocurriendo nada malo, y tampoco significa ser insensibles al sufrimiento de los que están en una situación peor que la nuestra.

Cuando personas y naciones se enfrentan al mal, la gratitud es el medio por el cual se comprometen, con más fuerza aún, con aquello que los impulsa hacia delante. De hecho, el Día de Acción de Gracias se originó debido a la gratitud que los Peregrinos sentían por el bien recibido tras un año de muerte y devastación.

He llegado a entender que el bien es la realidad fundamental de la vida, y este entendimiento es lo que trae curación a la existencia. He descubierto que una de las maneras de sentirnos agradecidos y mantenernos firmes en nuestra fe en el bien, es entender y expresar en forma consciente las cualidades espirituales que definen nuestra propia individualidad y la de los demás.

Cuando mi esposo falleció mis hijos eran pequeños todavía, y las personas que más me ayudaron no fueron las que se hundieron en el abismo de la desesperación con nosotros, sino aquellas que me dijeron: “Lamento mucho que estés pasando por esta situación, pero sé que la vas a superar”. Pese a los problemas que estaba enfrentando, su confianza en mi relación con Dios así como la comprensión que ellos tenían de que el bien es real, fueron una señal para mí de que debía aprender a expresar gratitud.

Al principio, mi expresión de gratitud consistió en el simple reconocimiento de las increíbles cualidades que Donald había demostrado para con los niños y conmigo. Mi esposo era una de esas personas que pasaban de una tarea a otra sin quejarse de los pequeños detalles de la vida. Su sentido del orden, la belleza y su aprecio por la cocina, me enseñaron a dejar de quejarme por las tareas domésticas. Él nos apoyaba con mucha generosidad en todas nuestras actividades.

Otro paso que di para aprender acerca de la gratitud fue que, a pesar de que Donald ya no estaba con nosotros, no habíamos sido privados de sus valores espirituales porque provenían de Dios. Dios siempre estaría con nosotros. Al entender esto, encontré la fortaleza y la gracia para enfrentar los problemas más diversos como el de las confusiones en torno a las pólizas del seguro de vida. El mismo orden, serenidad y paciencia que tan bellamente Donald nos había transmitido mientras estaba con nosotros, pronto se evidenciaron en toda la familia, y nos dimos cuenta de que podíamos afirmar que esos atributos espirituales continuarían manifestándose en nuestras vidas.

Asimismo pudimos reconocer que la provisión de Dios era continua, a medida que mes a mes nos fuimos abriendo camino y gradualmente nuestra familia fue volviendo a la normalidad. Pese a que el sentido común indicaba lo contrario, estuvimos prontos para mudarnos en menos de un año, de Wisconsin a Chicago.

Antes de partir, mis padres vinieron de visita y mi papá me trajo de regalo un comedero para pájaros. Una luminosa mañana de primavera, había en el comedero una pareja de magníficos jilgueros de hermosos colores dorados compartiendo su desayuno, demostrando una ternura evidente el uno hacia el otro. El plumaje primaveral de la hembra me pareció muy brillante. No pude evitar recordar que Donald y yo nos habíamos casado vestidos de amarillo. (Yo había usado una chaqueta y un vestido amarillos tejidos y él un chaleco similar y un pantalón de lino color crema.) El amarillo era mi color favorito. Mientras observaba las aves, sentí que el Amor infinito me alentaba a obtener una nueva vislumbre espiritual.

Serenamente, pensé: “De la misma manera en que has visto que las cualidades que Dios le había dado a Donald han continuado sosteniéndote a ti y a tus hijos, ¿no entiendes que las cualidades que Dios te ha dado a ti continúan también expresándose en la vida de Donald?” Esa pregunta era fundamental porque, honestamente, yo creía que Donald era mejor persona que yo. Si bien los niños y yo necesitábamos de sus cualidades, era difícil imaginar que fuera importante para él tener las mías. Pero fue obvio para mí que la pregunta me exigía reconocer y sentirme agradecida por las cualidades que yo le había aportado a él.

Mis debilidades me habían permitido darle a Donald muchas oportunidades de reír y de no tomarse a sí mismo demasiado en serio. Él era un músico muy dedicado, y aunque yo también había estudiado música en la universidad, mis intereses eran mucho más amplios; a Donald le encantaban nuestras conversaciones sobre otros temas aparte de la música. Él se había sentido atraído por mi dedicación a la práctica de la curación espiritual, y al observar mi trabajo descubrió que él también quería ayudar más abiertamente a los demás.

Recordé también que, una vez que aprendí a manejarme con los niños, él había querido expresar esa naturalidad que yo demonstraba y la misma relación emocional que yo disfrutaba con ellos.

De pronto, al recordar todo esto, supe que el futuro de nuestra familia no sería alterado por el sufrimiento. A pesar de lo injusto de su partida, y la furia instintiva que me produjo, me di cuenta de que la sustancia de nuestra individualidad, la mía, la de Donald, la de los niños, no había sido alterada. A medida que admitía sinceramente que yo había sido buena con mi esposo y que él aún estaba experimentando el bien, aunque en una forma diferente, supe que teníamos las mismas perspectivas brillantes de una vida llena de progreso; las mismas que teníamos cuando estábamos juntos. ¡Sentí tanta gratitud al reconocer esto! Los últimos once años que hemos vivido en Chicago nos han confirmado el cuidado y la provisión de Dios.

No podía creer que él necesitara de mis cualidades.

La clave para sentir y expresar genuina gratitud es reconocer que Dios, el Amor mismo, se manifiesta en nuestras vidas continuamente. Aunque vemos el amor a nuestro alrededor expresado en la generosidad de los demás, en indicios de belleza, en la provisión que responde a nuestras necesidades, la práctica de la gratitud es fundamentalmente el reconocimiento de las cualidades espirituales en nosotros mismos y en las personas que amamos.

Cuando alguien fallece, es natural y apropiado recordar sus cualidades más destacadas, las cosas que nos permitían amarlo a pesar de los desafíos. Pero debemos tener cuidado de no exagerar su lugar en nuestra vida de una manera que nos disminuya. Esto nos engañaría haciéndonos pensar que nos puede faltar la alegría o la paz a causa de la ausencia de ese ser querido. Si bien las personas son valiosas y esenciales confirmaciones de la bondad del Amor infinito nunca pueden ser y nunca han sido el origen de esa bondad. Son expresiones tangibles y reconocibles del mismo.

Jesús resumió el propósito de nuestra vida en dos mandamientos: amar a Dios con todo nuestro corazón, nuestra mente, nuestra alma y nuestra fuerza, y amar al prójimo como a nosotros mismos. Véase Mateo 22:37—39. Esas motivaciones espirituales nos hacen comprender que sólo Dios es el origen de todo el bien. Apreciar a nuestros seres queridos, ya sea que estén físicamente con nosotros o no, está plenamente de acuerdo con esos mandamientos porque nos ayuda a entender mejor que esa fuente de bien que nuestros seres amados transmiten, es también el origen de nuestra propia bondad. Así como no podemos amarnos a nosotros mismos más que a los demás, no podemos permitirnos amar a los demás más que a nosotros mismos.

Puede que se necesite valor para hacerlo. Quizá más del que pensamos que tenemos. Puede demandar el reconocimiento de nuestra propia valía como la imagen del Espíritu, y la convicción de que las cualidades espirituales tales como humildad, gozo, fe y afecto, dan autoridad y poder a nuestra existencia misma. Entender que nuestra valía es tan importante como la de los demás, nos ayuda con paciencia y persistencia a romper el hábito de no tener confianza en nosotros mismos, de no creer en nuestro valor y la tendencia a ver sólo el lado oscuro de las cosas.

La buena noticia es que la valentía es una capacidad extraordinaria. Dios, quien gobierna el universo con Su ley omnipotente, nos da valentía espiritual. Aunque la mayoría de nosotros evita instintivamente las situaciones que requieren valentía, cualquiera puede adquirir paciencia, perseverancia, fortaleza y valor, porque el Espíritu decreta que esas características de Su amor sean reveladas.

“Para gloria mía los he creado”, dice Dios de nosotros. Isaías 43:7. Hemos sido creados para dar evidencia de Dios. Nuestro empeño en vivir la bondad de Dios, produce en nosotros la individualidad original que Él ha establecido en nosotros desde el comienzo. La gratitud por tener espiritualidad proporciona la fortaleza necesaria para enfrentar la vida con honestidad y responsabilidad. La bondad del Amor universal no puede ser burlada. Nuestra habilidad para reconocer esa bondad y dar gracias por ella, no sólo es fundamental en tiempos de tragedia, sino que es la única forma de reconocer que nosotros y aquellos seres queridos que ya han partido, puedan seguir adelante.

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