Hace unos meses vi por primera vez una cigüeña de verdad. Ocurrió la tarde que llegué a Burg Hohenberg, una zona rural de Alemania. Estaba parada en el borde de un enorme nido, sobre la torre de un castillo. Parecía como estar vigilando no sólo su propio nido, sino todo el pueblo.
Como soy del noreste de los Estados Unidos, la única cigüeña que había visto era en un mosaico de cerámica que una amiga le había regalado a mi mamá cuando nací. Llevaba un envoltorio en su pico (supuestamente yo), y sobre el mismo había una lista de todas las estadísticas vitales de mi llegada: fecha de nacimiento, nombre, peso, etc. Cuando yo era chica, siempre que mamá la sacaba del cajón de la cocina para apoyar algo caliente, yo me preguntaba qué tenían que ver las cigüeñas con los bebés.
Cuando regresé a casa del viaje, al fin me enteré de cuál era la conexión. Me fijé en la enciclopedia y leí que, según la tradición, se dice que las cigueñas traen los bebés a la casa porque cuidan con mucho esmero de sus crías. Y la verdad es que las cigüeñas son respetadas en muchas partes del mundo.
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