Cuando Sean Weaver comenzó a leer Ciencia y Salud por primera vez en el liceo, no tenía idea de que algún día repartiría cientos de ejemplares de este libro a otros estudiantes interesados en la espiritualidad como él. Pero eso es lo que tuvo que hacer como cofundador de la Organización de la Christian Science en la Universidad de Cincinnati, en Ohio, Estados Unidos.
“Simplemente seguimos encontrando formas de compartir Ciencia y Salud”, dijo este estudiante graduado del programa de ciencias de la computación. “Lo hemos repartido antes de las conferencias, regalado en las ceremonias de graduación, y distribuido a los recién ingresados en una exposición durante el período de orientación”.
“Creo que una palabra clave sería ‘disposición”, dijo Sean, explicando la naturalidad con que fue impulsado a establecer la OCS. “Cuando se trata de las actividades de la iglesia, siempre estoy dispuesto a asumir cargos, de ofrecerme voluntariamente para llevar a cabo nuevas tareas y de contribuir en todo lo que pueda. Pienso que fue esa misma actitud que me impulsó a iniciar la OCS”. Eso y el deseo de compartir con otros el libro cuyas ideas habían cambiado su vida: Ciencia y Salud.
“Durante un tiempo fue difícil,” relata Sean, refiriéndose a algunos hechos ocurridos durante sus últimos años del liceo y los primeros de la Facultad. “Pero hubo dos excelentes personas en mi vida que siempre me hicieron recurrir a los conceptos contenidos en la Biblia y en Ciencia y Salud. Me indicaban ideas en estos libros que yo podía utilizar. Aun cuando las cosas parecían estar muy mal, encontraba respuestas buenas y muy sustanciales”.
Para no mencionar la curación. La resolución de una difícil situación con un miembro de la familia y el cambio favorable en sus estudios académicos, convencieron a Sean de que cualquier persona podía aplicar las ideas de Ciencia y Salud en su vida diaria.
“Me resultaba natural compartirlo con los demás”, dijo Sean, expresando así el concepto que desde hace mucho tiempo se encuentra en el corazón del trabajo de la OCS. “Compartir es parte inherente de este movimiento”.
Después que el grupo salvó una serie de obstáculos logísticos y se convirtió en una organización oficial, sus miembros comenzaron a pensar en el papel que la Organización cumplía en la universidad. Se preguntaban: Siendo una entre docenas de grupos de estudiantes de la Universidad de Cincinnati, ¿qué los haría destacar entre los demás? La respuesta resultó ser sorprendentemente simple.
“Nuestra meta es proporcionar un foro para el diálogo”, explicó Sean, “un lugar donde la gente puede reunirse, compartir sus ideas y encontrar soluciones. Esto no es una iglesia. Queríamos dejar esto bien claro desde el principio, y nos dimos cuenta de que no podíamos atender las diversas necesidades del estudiantado solamente llevando a cabo servicios religiosos”.
No obstante, la idea de ofrecer un servicio intrigaba a Sean, y se preguntaba qué tipo de servicio tan original podría brindar su OCS a la comunidad. “Siempre me había gustado el doble significado de la palabra”, explicó él, “y eso fue lo que me indujo a pensar acerca de lo que teníamos para ofrecer. Sabía que podíamos brindar un servicio, y quizá fue por eso que las previsiones del Manual sobre las conferencias en las universidades me atraían tanto”.
Por esa razón, basados en el Estatuto del Manual de La Iglesia Madre que establece que los miembros de una Organización de la Christian Science pueden solicitar que un integrante del Cuerpo de Conferenciantes dé una conferencia en su Universidad, Sean y la otra fundadora de la OCS, Lauren Farquhar, decidieron organizar una serie de tres conferencias. ¿Cuál fue el tema? Uno actualmente muy común, el estrés.
No todo resultó fácil mientras el grupo trabajaba para concretar la serie. Uno de los primeros problemas que tuvieron fue el de los fondos. “Descubrimos que, siendo una organización oficial de estudiantes, teníamos derecho a recibir hasta US$ 5.000 anuales de la universidad para gastar en lo que quisiéramos”, explicó Sean. “Lo único que debía hacer era redactar mi propuesta y someterla a consideración del consejo financiero de estudiantes”.
“Me gusta pensar que la OCS es un centro metafísico para la universidad”. —Sean
Parecía muy sencillo, pero a menos de una semana de la fecha de las conferencias, Sean descubrió que había habido una confusión y el formulario no había llegado a manos del consejo. “Ellos dijeron: ‘Llegaron demasiado tarde’, relata Sean. “Lo único que podía hacer era enviarles una carta pidiendo que reconsideraran nuestra solicitud de fondos. Yo sentía pánico al pensar que no íbamos a obtener los recursos financieros que necesitábamos”. Sean escribió la carta, pero más importante que eso, oró. “Por supuesto que quería obtener el dinero”, explicó Sean, “pero mientras esperaba el resultado de las deliberaciones del consejo, se me ocurrió que no debía orar acerca del aspecto monetario. En lugar de eso, oré para saber que de acuerdo con la ley de Dios, lo que estaba errado debía ser subsanado. No era nuestra culpa que la solicitud de fondos no hubiera sido vista a tiempo. De ahí que la Organización no debía ser castigada por ello. Era correcto que nuestra solicitud fuese considerada sin importar que la respuesta resultara afirmativa o negativa”.
La solicitud de la OCS no sólo fue considerada, sino que la organización obtuvo el dinero que necesitaba. Aprendieron una buena lección, una de las muchas a lo largo del camino.
“A medida que la serie se desarrollaba, aprendimos más acerca de la forma de hacer publicidad y de cómo llegar a la gente”, dijo Sean. “Fijar volantes en la universidad interesó a unos pocos estudiantes, pero descubrimos que distribuirlos personalmente, con la interacción que ello permitía, era mucho más eficaz”. Como también lo fue la distribución de Ciencia y Salud antes de la conferencia.
“Antes de nuestra tercera charla, repartimos Ciencia y Salud con un volante adentro detallando la conferencia que se avecinaba”, explicó Sean. La idea básica era: ‘He aquí un libro que emplearemos en el seminario esta noche. Puedes llevártelo para tener el tiempo suficiente para hojearlo y formular buenas preguntas’”.
A Sean no sólo le gustó el hecho de que este enfoque los alentaba a compartir Ciencia y Salud, sino que se dio cuenta de que despertaba el interés por la conferencia de una manera que los otros esfuerzos publicitarios no habían logrado.
“Daba la sensación de que teníamos todos los colores del arco iris representados en la charla”, dijo Sean comentando acerca de lo diverso del público. “Había personas de todas las nacionalidades, una chica que practicaba la magia blanca, un ateo, un cristiano fundamentalista, y varios otros. ¡La dinámica de la charla fue fantástica! Nadie sintió vergüenza al momento de hacer preguntas y uno podía percibir que la gente realmente estaba pensando. ¡También estaban recibiendo respuestas!”
Mucho más que el número de los asistentes (la tercera conferencia fue la que atrajo la mayor cantidad de gente), fue la participación del público y la forma en que se relacionó con las ideas lo que le dio a Sean la confianza de que la OCS de la Universidad de Cincinnati estaba progresando.
“Creo que estamos encontrando nuestro lugar”, comentó él. “Ya no sólo creemos que tenemos algo para ofrecerle a la universidad, sino que sabemos que es así”.
“Me gusta pensar que nuestra OCS es un centro metafísico para la universidad”, explicó él, expresando la relación que existe entre el deseo del grupo de brindar un espacio donde debatir sobre las preguntas de la vida, y donde pueden surgir, a su vez, las respuestas. “Pero para poder transformarnos en el centro de una manera práctica, tenemos que formar parte de la amplia comunidad universitaria”.
Hay algo en lo que por cierto está centrada la OCS de la Universidad de Cincinnati. Tal como lo afirma Sean: “Mientras salgamos afuera y continuemos compartiendo el libro, creo que estamos en el camino correcto. Después de todo, es la única forma de contribuir con algo bueno”.