Pocos meses después del ataque terrorista al World Trade Center, regresé a casa del colegio, en el que estaba interna, para pasar las Fiestas Navideñas. La ciudad de Nueva York se veía diferente. Siempre había sido un lugar lleno de caras desconocidas y muchas sorpresas. Pero en esta ocasión, cuando viajaba en el metro desde mi departamento en el Bronx hacia Manhattan, sentí como si la gente a mi alrededor estuviera enojada y con miedo de sus semejantes.
Entonces el año pasado cuando me gradué del liceo, regresé a vivir a la ciudad. Un día, cuando volvía a casa desde el trabajo en el centro de Manhattan, me di cuenta de lo temerosa que estaba de mis vecinos desde el 11 de septiembre. Siempre que viajaba en el metro iba mirando al suelo, tratando de no mirar a la gente a los ojos, en lugar de disfrutar el viaje a casa. En un momento dado levanté la vista y miré a las personas que estaban en el vagón. En su mayoría, nadie se veía preocupado por nada, todos parecían muy felices. Un muchacho enfrente de mí movía la cabeza al ritmo de una canción que sonaba fuerte en sus auriculares. Del otro lado del vagón, dos niños miraban un diario y leían en voz alta en español mientras su padre los ayudaba a pronunciar las palabras difíciles.
Allí sentada, tomé la decisión de no seguir viviendo con temor a la gente que me rodeaba. Algo tenía que cambiar.
Empecé a pensar en Dios, y cómo había creado un universo para que todos Sus hijos lo compartieran en paz. Pensé en el hecho de que todos somos hermanos y hermanas, que no importa de dónde vengamos, todos tenemos la misma fuente o Creador. Dios no creó a algunas personas para que amen y a otras para que odien, o a alguien capaz de empezar bien y terminar mal. Todas las cosas que Dios ha creado son “buenas en gran manera” (Génesis 1:31). Reconocí que cada persona en el tren tenía la bondad de Dios, y que ésa era una razón para que yo amara a mi prójimo, en lugar de odiarlo o temerlo. Luego pensé en el resto de las personas de la ciudad de Nueva York, de los Estados Unidos, y del mundo, y supe que esto era verdad acerca de ellos también.
Estos pensamientos me hicieron sentir a salvo y en paz, como si ninguna cosa pudiera perturbarme o lastimarme. Nada a mi alrededor había cambiado, pero yo sentía el amor de Dios por mí, y por cada persona que aparecía en mi camino.
Una maestra que tuve en la Escuela Dominical en una ocasión nos pidió que memorizáramos este versículo de la Biblia: “No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia” (Isaías 41:10). Estas palabras siempre me hacen presente que Dios está con nosotros, dándonos fortaleza y elevándonos espiritualmente cuando tenemos miedo. Él no es una fuerza sobrenatural y poderosa allá arriba en el cielo que no podemos alcanzar, y que no nos puede ayudar cuando nos sentimos pequeños y vulnerables. En lugar de eso, siempre podemos contar con Dios, nuestro Padre y Madre, para que nos traiga consuelo y protección. Sabiendo que todos estamos a salvo en Su presencia, dondequiera que estemos, me hace sentir más cerca de ustedes, todos mis hermanos y hermanas en el mundo.
Con mucho cariño,
Bronx, Ciudad de Nueva York, EE.UU.