Nuestro lugar en la vida, ¿acaso depende de la familia en la que hemos nacido, de nuestro entorno, de las amistades, o de cómo nos sonría la suerte? En un principio puede parecer así, pero para mí en realidad depende de nuestra verdadera identidad y podemos empezar a descubrirla mediante una visión más espiritual y elevada de la vida.
Quizás éste sea un buen momento para empezar y decidirnos a explorar nuevos pensamientos; a investigar nuevas ideas que nos permitan obtener una comprensión más correcta de la vida, de quiénes somos, de cuál es nuestro lugar. Estas ideas nos ayudan a familiarizarnos con el bien y a demostrarlo día a día; incluso cuando la situación no nos permite elevar nuestra mirada y dirigir nuestros pensamientos por nuevos cauces.
Estudio en la Universidad de Alicante, España, y podría decir que el lugar que ocupamos los estudiantes en la sociedad encierra un montón de expectativas. Nuestro compromiso debe ser de formarnos con el propósito de aprender a ser útiles a la sociedad y a nosotros mismos; y así apoyar y contribuir al desarrollo, bienestar y adelanto de la humanidad. En realidad, todos nos esforzamos por hacer bien las cosas, por ayudar y aprender a resolver problemas, tener buen éxito, expandirnos y hacer del mundo un lugar más bello y mejor.
Yo estoy aprendiendo que la espiritualidad nos ayuda a entender nuestro lugar. San Pablo dijo en una charla a los griegos: “Porque en Él vivimos, y nos movemos, y somos; como algunos de vuestros propios poetas han dicho: Porque linaje suyo somos”. (Hechos 17:28)
Si pensamos por un momento en estas grandiosas palabras podemos dejar surgir en nuestro interior el deseo de revelación, de comprensión, y de beneficiamos de estas realidades.
He descubierto que el conocimiento viene de Dios, todo el conocimiento proviene de Él y cuando soy consciente de ello las puertas de la comprensión se abren. A veces estoy estudiando y no comprendo algo y entonces reconozco que la inteligencia no proviene de mí misma, sino de Dios, la única Mente y que yo la expreso, y entonces las cosas se hacen comprensibles, mi visión se amplía y puedo actuar y estudiar mejor. La Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud: “Ni pluma ni lengua humana me enseñaron la Ciencia contenida en este libro, Ciencia y Salud; y ni lengua ni pluma pueden destruirla” (pág. 110).
La espiritualidad ilumina el vínculo que ya existe entre Dios y nosotros, y nos prepara para aceptar Su bien. Y cuando lo hacemos, se produce un cambio que se manifiesta en lo exterior. Este cambio es un reconocimiento de que ocupamos un lugar en Su creación, que no hay pasado ni futuro, sino un continuo presente en el que todo el bien se está expresando y desarrollando ilimitadamente.
Esto me ayuda cuando pienso en mi universidad. Me ayuda a verla como si fuera un cuerpo formado por muchos miembros solidarios y cuyo motor, Dios mismo, la organiza y gobierna. Hay alumnos, profesores, jardineros, albañiles, carteros, cocineros, servicio de mantenimiento. Hay flores, jardines, fuentes, edificios; se organizan conciertos, conferencias, jornadas culturales de verano, intercambios con otras universidades, que son posibles gracias a la continua expresión del bien.
He aprendido a trabajar en equipo cuando ha sido necesario y también de forma individual. Gracias a la función de la universidad, nuestro entorno ha mejorado y se beneficia la sociedad en general, hay muchas bibliotecas para uso público, computadoras a disposición de toda la gente, conexión a Internet, actos culturales y mucha gente que trabaja para que esto sea posible, y todo gracias a que hay estudiantes. Los estudiantes formamos una parte importante de la sociedad y tenemos una misión que cumplir. Ciencia y Salud dice: “Un medio factible como racional de mejoramiento es, al presente, la elevación de la sociedad en general y la obtención de una raza más noble para que legisle — una raza que tenga miras y móviles más elevados” (pág. 63).
Nuestro lugar en la sociedad deriva del hecho de saber que ocupamos un lugar en la creación de Dios, reflejándolo a Él continuamente, a través de infinitas cualidades. No importa dónde estemos, lo que hagamos o quiénes seamos, lo importante es saber que somos Sus hijos y que Dios nos ama. Dios es Amor y nosotros somos la expresión misma del Amor.