EMPECÉ a tener ataques de depresión cuando era adolescente. Los mismos continuaron por más de veinte años, durante los cuales no lograba sentir el amor de Dios.
Una noche, hace unos siete años, toqué fondo. Estaba convencida de que mi esposo y mis hijos, a quienes amaba mucho, estarían mejor sin mí, siempre deprimida, sin alegría e infeliz. Por lo que decidí suicidarme tomando una sobredosis de pastillas para dormir. Una hora y media después, me di cuenta de la estupidez que había cometido y de la gravedad de la situación. Entonces le dije a mi esposo lo que había hecho. Él no se asustó, pero insistió en que tratara de vomitar las pastillas, pero era demasiado tarde. Mi esposo me suplicó que llamara a un practicista de la Christian Science para que orara por mí, pero me negué. Entonces me dijo: “Muy bien, entonces voy a llamar a un practicista para que ore por mí”.
Minutos después me preguntó si quería hablar con uno de mis mejores amigos, y estuve de acuerdo, pero sólo para despedirme. Este amigo, un hombre muy sabio y afectuoso, me dijo: “Te necesitamos”. Sus palabras fueron una poderosa afirmación de que yo valía mucho, y me llegaron de inmediato. Él es practicista de la Christian Science y empezó a orar por mí y continuó haciéndolo toda la noche. Yo sentí el poder de esas oraciones, y recuperé el deseo de vivir. En menos de 24 horas no mostraba efecto alguno de la sobredosis que había tomado.
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