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Un salmo de paz para todos

Pensamientos de la Fundadora sobre el Salmo 91

Del número de julio de 2003 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Este Salmo contiene más verdades teológicas y patológicas que ningún otro conjunto del mismo número de palabras en el lenguaje humano, con excepción del Sermón del Monte del gran Maestro de Galilea y de la colina. — Mary Baker Eddy

DURANTE la Segunda Guerra Mundial, yo era apenas una criatura, no obstante, una de las primeras cosas que recuerdo era lo que hacían mis padres para apoyar el trabajo que realizaba mi papá como Ministro de la Christian Science en tiempo de guerra en el Fuerte Knox, y en otras dos bases en Kentucky. Si bien él era civil, trabajaba junto con los capellanes del ejército, impartiendo su ministerio a hombres y mujeres de todas las religiones. Recorría el hospital para ver a los heridos, celebraba servicios religiosos en las bases, y conversaba con los soldados que estaban por ser enviados al exterior.

Y luego estaban las reuniones que se hacían en casa los domingos por la tarde, cuando mis padres invitaban a almorzar a 10 ó 15 hombres y mujeres del ejército. A esta gente le encantaba estar por unas horas en un verdadero hogar, los últimos días antes de que los embarcaran. Absorber la atmósfera, comer pollo frito, sostener una niña pequeña en sus regazos.

A pesar de ser tan pequeña, yo sabía que esas tardes de domingo representaban algo más que el pollo o la buena comida. Había largas conversaciones sobre lo que les esperaba a esos soldados. A veces tenían miedo, y en la privacidad de nuestra sala ellos así lo confesaban. Recuerdo haber visto hombres adultos llorar al hablar de sus familias.

También en la sala escuché decir cuánto ama y protege Dios a cada uno de Sus hijos e hijas. De qué manera cada uno de nosotros vive en el castillo del amor que Dios tiene por nosotros. “Bajo la sombra del Omnipotente”, como dice el Salmo 91. De hecho, yo sé, aunque era muy pequeña para comprender las palabras exactamente, que fue en esa sala donde escuché por primera vez ese importante salmo.

A mi padre le encantaba y recurrió a él toda su vida como practicista de la Christian Science, y lo mismo hicieron mi madre y esos soldados y sus familias. Piense usted en las palabras que incluye, escritas hace miles de años por gente que habitaba en el Medio Oriente en una tierra ocupada, bajo la amenaza constante de que los castigaran por creer en un solo Dios: “Diré yo a Jehová: Esperanza mía, y castillo mío; mi Dios, en quien confiaré... a sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden en todos tus caminos”.

A lo largo de los años desde la Segunda Guerra Mundial, y aún hoy, hombres y mujeres que se sentaron en nuestra sala con nosotros hace tanto tiempo, han buscado a mi mamá y a mi papá para decirles que sí, que ellos sintieron que esos ángeles los cuidaban, protegían y guiaban durante la guerra. Incluso cuando les disparaban, cuando estaban en los campos de prisioneros de guerra, cuando fueron heridos, ellos sintieron el refugio y la fortaleza del insuperable poder y amor de Dios

Mary Baker Eddy también sintió el amor de Dios en su vida, cuando la rescató de la enfermedad, de la pobreza y el abandono. Tal vez es por eso que ella estuvo tan convencida de que Dios es Amor. En su libro Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, ella invita al lector a sustituir la palabra Amor por Dios o Señor, en el Salmo 23.A10125, extracto del discurso que dio Mary Baker Eddy el 27 de febrero de 1898 en el Christian Science Hall, en Concord, New Hampshire. Colección Mary Baker Eddy, La Biblioteca Mary Baker Eddy para el Adelanto de la Humanidad. Ciencia y Salud, véase pág. 578. Uno puede hacer lo mismo con el Salmo 91. “El Amor Divino es esperanza mía, y castillo mío... en el Amor divino confiaré”.

Es preciso comprender que el amor maternal, consolador y constante de Dios también es un castillo. Fuerte e inexpugnable, pero a la vez gentil, tierno y sanador.

Y este amor santo no deja a nadie fuera. No conoce bandos. Reúne a todos, eliminando las animosidades, el odio y el temor. Es esperanza para las naciones, la fuerza que con el tiempo debe unirnos a todos. Tiene el poder no sólo para preservarnos cuando estamos en conflicto, sino para guiarnos de manera práctica para encontrar una resolución, y mitigar el terror. Es el camino para alcanzar la paz.

Mary Baker Eddy amaba muy especialmente el Salmo 91, y basó un hermoso poema en él, que posteriormente se transformó en un himno. El siguiente verso del mismo, en mi opinión, explica por qué la humanidad debe inevitablemente llegar a un consenso... y a la paz.

Amor, refugio nuestro, no he de creer/ el lazo que nos pueda hacer caer;/ habita con nosotros el Señor,/ Su brazo nos rodea con amor.

(Escritos Misceláneos, pág. 389.)

Esos brazos del Amor divino nos rodean a todos, a usted, a mí, al mundo entero. Dondequiera que estemos, cualquiera sea nuestra nación. Y en esos brazos no hay enemigos; sólo hay hermanos y hermanas.


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