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Cómo oré cuando me robaron el auto

Del número de agosto de 2003 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En una oportunidad, como usualmente lo hacía, estacioné mi automóvil contra el cordón de la vereda de una calle arbolada, cerca del lugar donde trabajo. Al finalizar el día, cuando fui a buscarlo, ya no estaba allí.

Ahora quiero tomarme un momento para agradecer a Dios por haber conocido la Christian Science y por el entendimiento acerca de Él que adquirí como consecuencia de diez años de estudio de la Biblia y de Ciencia y Salud. Este estudio, sin duda alguna, me permitió permanecer tranquila en el instante en que me percaté del robo. Me vinieron sin esfuerzo alguno, pensamientos de amor y armonía.

Regresé a la oficina y le conté a mis colegas lo que había sucedido. Se sintieron indignados. Dos de ellos se ofrecieron a llevarme a la comisaría para hacer la denuncia. Durante todo este tiempo y pese a que mi automóvil no estaba asegurado contra robo, permanecí tranquila, pensando en la armonía de la creación divina. Dios no creó ladrones ni víctimas de robos. En Su reino, donde realmente vivimos, todas las necesidades son satisfechas.

Me sentí en paz. Cuando llegué a casa, leí nuevamente la Lección Sermón de esa semana. Me detuve en un pasaje de Ciencia y Salud que dice: “El Amor tiene que triunfar sobre el odio” (pág. 43). Pensé en la persona que había tomado mi automóvil y lo rodeé con pensamientos de amor, sabiendo que era un hijo amado de Dios. En la oración, no pedí que me devolvieran el vehículo, simplemente mantuve mi pensamiento “al abrigo del Altísimo”, como podemos leer en el Salmo 91, es decir, en la conciencia del Amor siempre presente, donde todo es eternamente armonioso.

A la mañana siguiente, me sentía muy feliz y reconocí que sólo la armonía es real. Recordé el siguiente versículo de la Biblia: “Éste es el día que hizo Jehová; nos gozaremos y alegraremos en él” (Salmo 118:24). Me puse mi mejor vestido y me fui a trabajar. Mis compañeros de trabajo estaban preocupados, pero yo les aseguré que todo estaba en orden.

A media mañana, mi hija me llamó para informarme que habían encontrado el auto y que debía ir a la comisaría. Lo hallé bien estacionado en una calle hermosa y arbolada. Estaba limpio y en buenas condiciones, con el depósito de combustible lleno y mi chaqueta aún estaba sobre el asiento. No faltaba nada ni nada había sido dañado. Cuando la gente en el trabajo dijo: “¡Qué suerte!” yo pude contestar con las palabras de la Biblia: “Jehová... Tú sustentas mi suerte” (Salmo 16:5).

No tengo palabras para agradecer a Dios, no sólo por haber recuperado mi medio de transporte, sino por haberme mantenido en paz, serenidad y rodeada de amor durante esta experiencia.


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