Anoche regresé a mi casa en Rumania a las dos de la madrugada, después de haber enfrentado dos vuelos con niños chicos, una conexión complicada y una demora en el último avión que alargó aún más el trayecto de vuelta. Y sin embargo, no estoy cansada. Todo lo contrario, me siento pronta para empezar a trabajar: Quiero profundizar mi relación con Dios, mi entendimiento de sus leyes divinas; deseo ampliar y fortalecer mi desarrollo espiritual; quiero encontrar nuevas vías para expresar un amor más práctico por la humanidad, — bendecir el país donde vivo, la comunidad, mi vecindario —.
Y todos estos anhelos son el fruto directo de lo que constituyó el motivo de mi viaje: asistir a la Asamblea Anual 2003 y Simposio, en Berlín.
Para empezar, fue impactante ver aunado el actual desarrollo de los medios de comunicación a la más alta tecnología, ambos al servicio de transmitir y compartir ideas espirituales. Asistentes de todas partes del mundo estuvieron allí presentes, así como infinidad de participantes a través de Internet. En ocasiones las voces de los oradores llegaban de micrófonos localizados en distintos continentes, traducciones simultáneas de más de diez idiomas se sucedían con absoluta fluidez, y las transmisiones vía satélite sentaban codo con codo a quienes estaban a un lado y a otro del océano. Sin lugar a dudas un magnífico ejemplo de que es posible superar distancias, fronteras, y cualquier otra imposición que quiera ponerle freno a las ideas.
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