Cuando tenía unos veinte años, salía con un hombre con quien pensaba casarme. Por aquel entonces comencé a sentir un fuertísimo dolor en el abdomen y se me hinchó tremendamente el estómago, a tal punto que ni siquiera podía tocarlo.
Hacía un tiempo que conocía la Christian Science y sabía algo de ella a través de mi hermana que la estudiaba. Yo había tenido algunos problemas ginecológicos que habían sido tratados a través de la medicina, por lo que decidí acudir nuevamente al doctor para consultarlo acerca de mi dolor en el abdomen. El médico diagnosticó que tenía un quiste en los ovarios del tamaño de un pomelo. Esta noticia me atemorizó mucho, máxime considerando que recientemente había sido sometida a una intervención quirúrgica.
El médico sugirió que debía hacerme una biopsia y yo consentí. Me sometieron a unos exámenes preoperatorios en el hospital. El doctor me informó que existía la posibilidad de que perdiera uno o ambos ovarios. Yo tenía miedo de que esta operación disminuyera mi capacidad de tener hijos y que, en consecuencia, afectara adversamente mi relación con el hombre con quien salía.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!