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Existe un camino

Del número de agosto de 2003 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


“Así como cada estrella tiene su lugar correcto en el cielo, así también tú tienes un lugar que ocupar que es el mejor para ti”, me dijo una vez mi mamá. Pensé muchas veces en esa frase después de terminar la escuela porque realmente quería encontrar mi lugar en la vida, pero no sabía por dónde comenzar. Estaba segura de una cosa: quería ir a la universidad, aunque no estaba segura de qué carrera quería seguir. Y mucho menos cómo conseguiría el dinero para hacerlo. Además dudaba mucho de poder pasar el examen de ingreso.

Durante ese tiempo pensé mucho en Dios. Quería sentirme tranquila y confiar en que todo iba a estar bien, pero me resultaba muy difícil dejar de preocuparme. Hablé con muchas personas sobre esto, desde mis familiares hasta amigos; incluso practicistas de la Christian Science, que son personas a las que se les puede pedir que oren por ti. En esencia, el mensaje que me llegó de ellos fue que dejase todo en manos de Dios y que Él haría que sucediese lo correcto.

Cada vez que me sentía preocupada trataba de pensar en todas las veces que había sentido la ayuda de Dios en mi vida. Me consoló mucho recordar cuán cerca sentí Su amor, sobre todo cuando falleció mi mamá, o cuánto mejor me sentí la vez en que sané de una infección al oído después de orar. Pensar en eso me hacía sentir mejor.

Cuando faltaban pocas semanas para el último examen de ingreso en la universidad a la que quería entrar, una persona muy querida ofreció prestarme el dinero para pagar la cuota del examen. “Eso está muy bien”, pensé, aunque comencé a sentir un pánico terrible porque aún no había decidido en qué carrera quería entrar. Tenía un folleto de las carreras disponibles pero había unas cuatro en la lista que me gustaban. Me sentía tan confundida que llamé a una amiga para que me ayudase a orar y así poder elegir bien. Ella me sugirió que escogiese la que más me gustara, y que no tuviese miedo de equivocarme porque, si lo hacía, Dios finalmente me llevaría al mejor lugar posible. Eso me calmó bastante y al día siguiente me inscribí en Ingeniería de Sistemas, y también en Publicidad, como segunda opción.

Luego me dediqué a estudiar durante el tiempo que quedaba. Cuando llegó el día del examen estaba un poco preocupada porque aún no sabía todo el material, así que otra vez llamé a mi amiga. Esta vez me sugirió que orase no sólo para que a mi me fuese bien, sino por todos los que iban a dar el examen. Así traté de hacerlo, y por un rato no pude encontrar ninguna idea que realmente tuviese significado para mí, hasta que me vino la idea de que lo que yo realmente deseaba era poder expresar inteligencia, alegría, calma, en resumen, cualidades que no nacen de mí, sino que Dios es quien me las da. Y yo estaba segura de que Él nos las daría a todos los que las necesitáramos. ¡Después de eso me sentí bastante tranquila! Estaba segura de que todos contábamos con la ayuda necesaria; además, dejó de importarme si ingresaría o no. Tan solo quería encontrar el camino que Dios tenía para mí, y si dicho camino pasaba por la universidad o no, no era tan importante como seguir la senda que Dios me tenía preparada. La paz que me trajeron estas ideas se quedó conmigo no sólo durante el examen, sino hasta varios días después. Esa noche, al escuchar los resultados, me enteré de que había ingresado a Ingeniería de Sistemas.

Aunque ahora ya no estoy estudiando esa carrera, el tiempo en que lo hice me fue muy útil para darme cuenta de que lo que realmente me gusta es estudiar algo relacionado con letras y diseño. Pero lo mejor de todo es que mi madre tenía razón: todos tenemos un lugar que ocupar y es Dios quien nos da la mano.

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