“Así como cada estrella tiene su lugar correcto en el cielo, así también tú tienes un lugar que ocupar que es el mejor para ti”, me dijo una vez mi mamá. Pensé muchas veces en esa frase después de terminar la escuela porque realmente quería encontrar mi lugar en la vida, pero no sabía por dónde comenzar. Estaba segura de una cosa: quería ir a la universidad, aunque no estaba segura de qué carrera quería seguir. Y mucho menos cómo conseguiría el dinero para hacerlo. Además dudaba mucho de poder pasar el examen de ingreso.
Durante ese tiempo pensé mucho en Dios. Quería sentirme tranquila y confiar en que todo iba a estar bien, pero me resultaba muy difícil dejar de preocuparme. Hablé con muchas personas sobre esto, desde mis familiares hasta amigos; incluso practicistas de la Christian Science, que son personas a las que se les puede pedir que oren por ti. En esencia, el mensaje que me llegó de ellos fue que dejase todo en manos de Dios y que Él haría que sucediese lo correcto.
Cada vez que me sentía preocupada trataba de pensar en todas las veces que había sentido la ayuda de Dios en mi vida. Me consoló mucho recordar cuán cerca sentí Su amor, sobre todo cuando falleció mi mamá, o cuánto mejor me sentí la vez en que sané de una infección al oído después de orar. Pensar en eso me hacía sentir mejor.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!