Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer

Vuelo seguro con un pasajero agresivo

Del número de agosto de 2003 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Una vez estaba a bordo de un avión 747, que estaba a punto de partir de Londres con destino a Nueva York. Estaban por cerrarse las puertas cuando escuché que en la sección delantera del avión había una conmoción. Había estallado una riña entre un pasajero y algunas de las azafatas.

Luego vi al joven que había generado el altercado. Estaba profiriendo maldiciones, tratando mal a las azafatas, abriendo compartimientos y tirando al suelo su contenido. En resumen, estaba causando un caos.

De pronto me di cuenta de que había sólo un asiento vacío, y que estaba junto al mío. Luego vi al joven caminar en mi dirección, seguido por el comisario de a bordo, que le decía acaloradamente que si no se calmaba lo sacarían del avión.

Entonces el joven se dejó caer en el asiento a mi lado y exclamó en voz alta: “¡Hola! Me llamo Charlie. ¿Y tú?” Respondí con calma y en voz baja. Había comenzado a orar y a declarar en silencio que nadie podía estar fuera del control de Dios.

Luego se dio vuelta, se quitó sus pequeños lentes de sol y me clavó los ojos de un penetrante color azul. Nuestras miradas se encontraron. Yo estaba haciendo todo lo posible para verlo como el hijo de Dios. Mientras esperábamos a que el avión despegara, procuré tener una conversación normal con él.

— ¿A qué te dedicas? — le pregunté.

— Soy hechicero

— ¿Qué hacen los hechiceros?

—¡Dominamos el mundo!

Continuó explicando que los hechiceros dominan el mundo con la mente, y que ésa era una mente personal, en este caso, la suya propia. Había aprendido esa profesión de sus “maestros” en la India e Irán, países de los que acababa de regresar.

Durante todo este tiempo mantenía sus ojos fijos en mí; parecíamos estar en una especie de lucha. De pronto me di cuenta de que estaba tratando de hipnotizarme. Entonces recordé que en una conferencia de la Christian Science, un profundo pensador espiritual había dicho que nadie puede ser hipnotizado si no da su consentimiento. El conferenciante comentó que la hipnosis puede resistirse si uno se concentra en algo que sabe que es real. Apliqué esas ideas, concentrándome en lo que conocía de Dios, la Mente divina, que es exclusivamente buena. No se trataba simplemente de una lucha para ver quién era más fuerte, yo estaba confiando en que la Mente divina es el único poder.

Durante un momento, el joven pareció fijar sus ojos en mí aún más intensamente. Después dijo: "Usted es un hombre fuerte". Cuando le pregunté por qué lo decía me dijo que había estado tratando de hipnotizarme. Yo le contesté que él no podía hacer eso a menos que yo diera mi consentimiento, y yo no iba a hacerlo.

Luego perdió interés en mí y comenzó nuevamente a abusar verbalmente de las azafatas. Utilicé varias estrategias para disuadirlo, pero parecía estar decidido a causar problemas. Por último, el comisario de a bordo le dijo que si no cambiaba su actitud sería expulsado del avión. Entonces se calmó. Yo continué orando para verlo como Dios lo veía — no como pendenciero, violento y problemático, sino tranquilo, equilibrado y amable.

En medio del vuelo, me dijo que iba a crear turbulencia y el avión de inmediato comenzó a sacudirse. Por un momento me pareció que sus técnicas hipnóticas estaban teniendo éxito, por lo que afirmé mentalmente con gran vehemencia la siguiente declaración de Ciencia y Salud (pág. 293): “No hay vana furia de la mente mortal — expresada en terremotos, vientos, olas, relámpagos, fuego y ferocidad bestial — y esa llamada mente se destruye a sí misma”. A esa lista agregué “turbulencia”.

La oración me tranquilizó y la turbulencia cesó de inmediato. Mi compañero de asiento me miró extrañado, pero no dijo nada.

Continué orando durante el resto del vuelo. Recordé la siguiente declaración de Mary Baker Eddy en Escritos Misceláneos (pág. 62): “Al mantener en mi mente la idea correcta acerca del hombre, puedo mejorar mi propia individualidad, salud y condición moral, y también la de otros...” Esto me dio confianza en la eficacia de mi oración.

El joven se quedó dormido. Poco tiempo después, despertó y dijo: “Me siento distinto”. En verdad, estaba tranquilo y tenía otra actitud. Luego hablamos de asuntos triviales y compartimos algunas ideas espirituales.

Al aterrizar en Nueva York, me dijo: “Éste es el mejor vuelo que he tenido”, y me dio las gracias. Después, sonriente, ayudó a otros pasajeros a bajar sus bolsos. Parecía otra persona.


Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / agosto de 2003

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.