¡Piratas! Aventureros temerarios y valientes que surcaban los mares. Junto con su tripulación, obligaban a sus enemigos a caminar por la plancha, la más temida condena de esa época. ¡Así vivían ellos! Y justamente a esto jugaba la mayoría del tiempo con sus amigos, la estrella de esta historia verdadera, a quien llamaré José. No, él no conocía al Capitán Jack Sparrow, el héroe de Piratas del Caribe: La maldición del Perla Negra. La película todavía no se había estrenado, pero ése era el tipo de piratas que José soñaba ser.
Él tenía el atuendo perfecto para jugar a los piratas. Un parche negro para ponerse sobre un ojo, con el que parecía temible, un pañuelo para atarse en la cabeza, y un marcador negro para dibujarse algunos tatuajes.
Un día José estaba jugando solo y tuvo una idea. Cuando nadie estaba mirando, abrió un cajón de la cocina y tomó uno de los cuchillos de su mamá. Se lo puso entre los dientes como lo había visto hacer a los piratas cuando tenían que trepar por las sogas y trabajar con las velas y aparejos. Entonces comenzó a saltar en la cama. Se imaginaba que era un pirata bajando por una soga doble frente a una enorme vela ondulante.
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