El Día de los Muertos es una festiva celebración de dos días que se lleva a cabo en toda América Latina y España el 1º Y 2 de noviembre. En este festejo las familias honran la vida de sus seres queridos que han fallecido. El día 1º está dedicado a los niños, por ello se lo llama Día de los Santos, y el 2 a los adultos. Es justo después del 31 de octubre, noche en que en los Estados Unidos, así como en otros países, se celebra Halloween.
En México la festividad del Día de los Muertos es muy pintoresca y particular. Los mexicanos a menudo colocan en las sepulturas coloridos adornos y celebran animadas reuniones en los sitios donde sus familiares están enterrados. También preparan comidas especiales en ofrenda para los que han partido, o organizan desfiles y fuegos artificiales.
Quienes visitan México a menudo se sienten fascinados con el Día de los Muertos. Con su extraña mezcla de rituales prehispánicos y católicoromanos, también ilustra perfectamente la síntesis de las culturas precolombina y española que definen al país y a su gente.
Mientras que en los Estados Unidos el tema de la muerte trata de evitarse, el recuerdo de los ancestros y seres queridos ya muertos es una tradición en varias culturas alrededor del mundo. A menudo el mismo se celebra encendiendo velas y lámparas y haciendo una ofrenda de comidas y bebidas. Los mexicanos hacen bromas, se burlan y juegan con la muerte, como si realmente supieran que no tiene ningún poder. Esto se debe a que el amor es espiritual, y el afecto que sentimos por nuestros padres, hijos y otros seres queridos no puede morir jamás.
El amor que sentimos por nuestros seres queridos no se puede perder.
Aunque mis padres nacieron en México, me criaron como Científica Cristiana y nunca celebramos el Día de los Muertos. No obstante, hace unos diez años, visité una tienda de artesanías llamada The Folk Tree en Pasadena, California, para ver una serie de ofrendas y altares creados por los artistas locales y mexicanos. Al pasear por los altares, me sentí profundamente conmovida al escribirle un mensaje a cada uno de mis padres ya fallecidos en uno de los palitos de las paletas de helado que formaban parte de una tumba falsa colocada sobre un montón de arena en una de las ofrendas.
Regresé a casa decidida a crear mi propia ofrenda.
Como indica la tradición, quité los accesorios que tengo generalmente arriba de un aparador en la sala de estar, y coloqué el cempazúchitl, la tradicional flor del Día de los Muertos — conocida comúnmente como caléndula — en pequeños ramos alrededor del perímetro. Siguiendo la costumbre agregué velas a la ofrenda. Compré calaveras de azúcar decoradas con alcorza y diminutos papelitos brillantes, en la Calle Olvera, lugar donde nació la ciudad de Los Ángeles. Con cuidado puse fotografías de mis padres en el altar así como pequeñas porciones de la comida mexicana que les hubiera gustado comer, servidos en platos en miniatura hechos de barro. También coloqué en el altar un ejemplar de Don Quijote escrito por Cervantes, el gran autor español, en honor de mi padre literato, y otro de Ciencia y Salud por Mary Baker Eddy, en honor de mi madre. Hice esto en dos noches antes del 1º de noviembre, y disfruté mucho buscar objetos de arte tradicionales y otros objetos que a mis padres les gustaban mucho, para agregar a la presentación. Estuve largas horas tranquila en el sofá reflexionando sobre los regalos que me dieron mis padres: el amor y el sacrificio, las virtudes y el amor de Dios, que mi madre me enseñó, y la alegría de vivir y el amor a la literatura y cultura, que mi padre me obsequió.
Pero más allá de los rituales y el placer que siento al honrar a mis padres, me di cuenta de que el recuerdo de las cosas que les gustaban y no les gustaban a ellos, de sus virtudes y sus defectos, es enriquecedor. Todo esto me hizo recordar los maravillosos momentos que pasamos juntos y pensar en las ideas y valores que ellos habían compartido conmigo mientras crecía.
Aquel fin de semana, mi hogar fue transformado y se llenó de rebosante alegría y amor. Y yo sentí una paz interior que sólo había experimentado al tener en mis brazos a mis hijos, al concretarse una curación, o al salir a caminar y mirar el valle después de un largo paseo, maravillándome ante la belleza de la creación de Dios.
Reflexioné sobre el significado más profundo del Día de los Muertos que nos permite reconocer la pérdida de un ser querido cada año a través de la celebración de la vida, aquella que nunca muere. Para mí el día de los Muertos es una ocasión gozosa, llena de recuerdos, un aprecio por la cultura y la herencia, de honor y respeto, así como un día en el que me siento llena de gratitud a mis padres por todo lo que me enseñaron. Para mí esta festividad es una celebración de vida y amor.
