Un día mi marido Jamie y yo estábamos en el pasillo de cereales del supermercado. A poca distancia había una máquina de cupones con una lucecita roja. Una niña pequeña que se encontraba cerca, le hizo una pícara mueca a mi esposo y puso la punta de su dedo sobre la luz. Él le sonrió también y comentó: "¡Qué divertido! ¿No?"
Al verse como la hija de Dios, pudo percibir su individualidad espiritual, pura e intachable.
Antes de que pudiera contestar una señora del otro lado del pasillo gritó: "¡Suzie! Ven aquí". La mujer le echó una mirada penetrante a Jamie, tomó a la pequeña de la mano, y se alejó rápidamente de nosotros. En estos tiempos de "extraños peligrosos" comprendimos por qué ella se sintió atemorizada al ver a un hombre desconocido hablando con su hija. Pero su actitud nos entristeció.
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