Tengo tres hijos y ocho nietos, de modo que mis manos y brazos siempre han estado totalmente ocupados. Pero no me había dado cuenta de cuánto uso las manos hasta hace unos meses cuando no pude usar una de ellas.
Sin ninguna razón aparente — aparte de una pequeña marca que pudo haber sido algún tipo de picadura — se me empezó a hinchar el dedo medio de la mano derecha, y era extremadamente doloroso. En un día, cambió alarmantemente de forma y quedó prácticamente inutilizado, con todas las señales de tener una seria infección.
Me puse una venda en esa mano y continué con mis quehaceres domésticos y responsabilidades familiares lo mejor que pude, entre ellas levantar cosas pesadas, limpiar y cocinar. No obstante, me resultaba cada vez más difícil hacer mi trabajo. Debido a la restricción que la condición me causaba en la mano, pensé que no sería prudente manejar el coche.
Le pedí a un practicista de la Christian Science que me ayudara a sanar mediante la oración, y juntos razonamos que puesto que Dios es perfecto, Su creación — que me incluía a mí— también debía ser perfecta. Recurrimos a la Biblia para ver con nuevos ojos las curaciones de Jesús y hablamos sobre las vislumbres que Mary Baker Eddy ofrece en su libro Ciencia y Salud. Me ayudó mucho la siguiente observación: "Jesús veía en la Ciencia al hombre perfecto, que aparecía a él donde el hombre mortal y pecador aparece a los mortales" (pág. 476). En este contexto, el término "pecador" se puede aplicar a cualquier situación en la cual no estamos conscientes de la perfección y armonía de nuestra vida.
"Esta es la perspectiva que necesito", pensé. "Justo en el momento en que una seria condición física me está causando temor y ansiedad, es cuando necesito ver la perfección, la salud, que es la esencia de la creación de Dios. Lo que Él hizo es bueno, armonioso, hermoso, útil y siempre está en óptimas condiciones. Nada puede limitar mi potencial para ayudar a otros a lograr lo que Dios quiere que ellos hagan".
Como resultado de esta oración, fácil y naturalmente comencé a recibir reconfortantes ideas, y muy pronto me sentí otra vez en paz. Ya no tenía miedo. En unos días, el área infectada se abrió y drenó, y poco a poco la mano debilitada recuperó sus fuerzas. Fortalecí mis oraciones con la certeza que encontré en las palabras del Apóstol Pablo a los Filipenses: "Todo lo puedo en Cristo que me fortalece" (4:13). Y pude hacer todo lo necesario hasta volver a realizar mis actividades normales.
Justo cuando siento temor y ansiedad es que debo ver la perfección.
Había descubierto que puesto que el espíritu del Cristo es realmente la fuente de mi fortaleza, ésta nunca puede ser disminuida, interrumpida ni anulada por ninguna razón. El Cristo, la manifestación de Dios, está constantemente disponible no sólo para mí cuando cuido de mi familia en mi hogar, sino también para todos aquellos por quienes velamos. Todos estamos rodeados por los amorosos brazos de Dios. Ningún tipo de aflicción, incluida una infección, puede disminuir nuestra habilidad para vivir con plenitud y felicidad, ni debilitar paulatinamente el bienestar y la salud que Dios nos ha dado a cada uno de nosotros.
Estoy muy agradecida por el poder sanador de Dios y por las lecciones que aprendí a través de esta experiencia.
Pietermaritzburg, Sudáfrica
