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Más que una sobreviviente

Del número de noviembre de 2004 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando era chica dormía en el piso del pasillo. No era que no tuviéramos espacio, sino que mis padres no me querían. Con el tiempo, me permitieron tener un dormitorio, pero los años trajeron todo tipo de abuso: físico, sexual y emocional. Durante la mayor parte de mi niñez y mi adolescencia, caía y salía de la oscuridad. La confusión, el aislamiento y la soledad me abrumaban, y no conocía a nadie que pudiera comprender lo que me pasaba.

A menudo los amigos más cercanos que tenía eran dos libros que yacían en mi cómoda, la Biblia y Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy. Estos libros hablaban de la verdad espiritual de Dios y Su creación de una manera que tenía mucho sentido para mí. Afirmaban que el poder está basado en el Espíritu y no en la materia, y proclamaban una existencia llena de amor y propósito, al alcance de todos. Creía en la promesa que esos libros ofrecían, y ansiosamente la buscaba porque dentro de mí anhelaba hacer algo más que sobrevivir. Quería progresar y llevar una vida normal, y de alguna manera sabía que las ideas que contenían estos libros eran la clave para salir del abuso y tener un futuro más prometedor.

Puede que el mal parezca abrumador, pero no tiene la capacidad para superar a Dios.

Mi progreso para salir de la oscuridad y entrar a la luz no se produjo de la noche a la mañana. El abuso definió mi niñez y sus efectos posteriores ensombrecieron mis años de adulta. Sin embargo, tenues vislumbres de la verdad iluminaron a lo largo del camino mi senda e hicieron que pudiera soportar mejor las situaciones que me tocaba vivir. Hubo momentos en que sentí que el amor de Dios era un poder tangible y viviente. También en otras oportunidades derramé amargas lágrimas y sentí Su consuelo.

El estudio de la Christian Science hacía que Dios fuera real para mí, y a menudo recurría a este Padre-Madre para que me diera el aliento, el apoyo y la inspiración que necesitaba para seguir adelante. La curación fue un proceso gradual. Los recuerdos y constantes experiencias de una vida trágica y dañada, constantemente me desafiaban a buscar ansiosamente las verdades espirituales de una identidad definida únicamente por Dios.

Como muchas víctimas de abuso, me enojaba conmigo misma. A menudo me hacía daño intencionalmente, e incluso de niña, el suicidio nunca estuvo muy lejos de mi pensamiento. En una ocasión muy difícil, el siguiente versículo de la Biblia me rescató al asegurarme que Dios está cerca: "Tú has conocido mi sentarme y mi levantarme; has entendido desde lejos mis pensamientos". Salmo 139:2. Me encantaba la idea de que Dios comprendía mi más íntimo ser. Eso me daba mucha esperanza.

Poco a poco, el deseo de castigarme por el mal proceder de otras personas, fue disminuyendo hasta que, con el tiempo, desapareció.

Cuando era adolescente yo había luchado a diario con el comportamiento obsesivo-compulsivo. Cerrar una puerta y regresar a ver si estaba cerrada, lavar en exceso las manos, y otras tendencias similares caracterizaban mis acciones. Mis primeros esfuerzos por terminar con este comportamiento se basaban en el poder de la voluntad. Traté de forzarme a terminar con este proceder repetitivo y sin sentido. Sin embargo, con mi estudio de la Christian Science estaba aprendiendo que Dios no sólo es el poder más fuerte: Él es el único poder que existe. Un día me sentí impulsada a oponerme a esta absurda conducta con un firme "¡No!" Yo sabía que la potestad de hacer esto venía de Dios y no de mí. Desafiar el comportamiento con la autoridad divina fue eficaz, y esa tendencia comenzó a desaparecer naturalmente, y me sentí muy aliviada.

A medida que la realidad de una existencia espiritual y buena en Dios se fue haciendo cada vez más clara para mí, otras acciones y reacciones negativas comenzaron a desaparecer también. Muchos de mis problemas emocionales se resolvieron al comprender que yo nunca fui una personalidad mortal y material sujeta al mal.

A través de éstas y otras experiencias, descubrí a una edad relativamente joven, que siempre tenemos la habilidad que proviene de Dios para enfrentar cualquier cosa que se nos presente. Puede que el mal parezca abrumador, pero no tiene la capacidad para superar a Dios. Es por eso que significa tanto llegar a conocerlo como nuestro compañero constante, nuestra guía y apoyo permanentes. Puesto que no podemos estar separados del Espíritu infinito, que es Dios, no podemos estar separados de nuestra habilidad para actuar con responsabilidad y éxito. Ciencia y Salud dice: "Tenemos que compenetrarnos de la habilidad del poder mental para contrarrestar los conceptos humanos erróneos y para reemplazarlos con la vida que es espiritual y no material".Ciencia y Salud, pág. 428. "La habilidad del poder mental" se estableció en mi pensamiento. Se transformó en algo real, y mi vida se volvió más agradable.

A medida que la comprensión de Dios, que estaba obteniendo mediante mi estudio de la Christian Science, fue en aumento, tuve la suficiente percepción espiritual como para mirar más allá del abuso que estaba sufriendo. No fue nada fácil, pero nunca perdí la esperanza. Y esto me ayudó a salir bien en mis estudios, jugar deportes, participar incluso en actividades extracurriculares, y asistir a una importante universidad. Logré todo esto con Dios a mi lado y a través de mi propia oración y estudio, puesto que opté por no contarle a nadie lo que estaba ocurriendo. La integridad espiritual que proviene de la oración y la confianza en el Espíritu formaron la esencia de mi carácter. Y fue una influencia imparable.

No obstante, en un momento de mi vida, ya de adulta, la desesperación volvió a embargarme. El abuso sexual que había sufrido había sido muy serio y a veces terriblemente doloroso, y los efectos secundarios del maltrato me abrumaban, eran una maraña de pensamientos y emociones encontradas. Me dolía darme cuenta de que no podía recordar cómo había sido mi vida antes del abuso. Yo anhelaba recordar la inocencia que había estado allí primero, pero esa inocencia parecía estar fuera de mi alcance.

A veces buscaba afecto y calidez en el lugar equivocado. Me sentía culpable, y en lugar de esforzarme por alcanzar un sentido más elevado de moralidad, tenía relaciones sexuales con mis novios y me casé la primera vez por razones equivocadas. Sin embargo, nada de eso pudo llenar el vacío que experimentaba dentro de mí.

Más que nada, ansiaba sentir el amor de una madre. Ese deseo no disminuyó al ser una persona madura. Cuando tuve a mi propio hijo, ese anhelo se intensificó. Cerraba los ojos e imaginaba cómo sería ser amada tierna e incondicionalmente.

Sin embargo, para entonces yo ya estaba acostumbrada a apoyarme en Dios para todas mis necesidades. De modo que, apartándome normalmente de la manera en que oraba, me puse de rodillas y le pedí a mi Madre-Dios que me ayudara. Necesitaba un concepto de Madre-amor para pasar de algo abstracto a un principio espiritual que yo pudiera mantener cerca de mi corazón.

Empecé a hablar con Dios más informalmente y a escuchar Su dirección en todo momento, en lugar de recurrir a Ella sólo una vez al día en oración. Así fue como comencé a tener por compañera a mi verdadera Madre. Después de todo, Ella fue la única que realmente había estado cuidando de mí. Poco a poco, empecé a comprender que mi identidad espiritual era creada y mantenida por Dios solamente, y que nada se podía interponer entre Ella y yo. Comprendí que había muchos aspectos de mi carácter que merecían ser atesorados y respetados. Fue en este punto donde hice la transición esencial y pasé de sobrevivir a sanar.

Una de las grandes cosas acerca de Dios es que podemos reconocerlo de infinitas maneras. Es eterno, no está limitado por frontera alguna, y nos valora a cada uno de nosotros. Cuanto más abierta era a la realidad del bien que provenía de Dios, tanto más descubría que estaba a todo mi alrededor. Cada aspecto bueno lo señalaba a Él; la bondad de la empleada del correo, las coloridas flores del jardín, un abrazo de mi esposo. Cada uno de ellos representaba cierto aspecto del amor de Dios presente en mi vida.

El amor maternal de Dios puede provenir de los lugares más inesperados. He desarrollado nuevas relaciones con personas de pensamiento espiritualizado, que me brindan su apoyo y tienen ideas similares a las que a mí me encantan. He encontrado una amistad con la cual he podido comunicarme muy fácilmente — amistad con la que sólo había soñado — cuya experiencia es similar a la mía y a quien puedo contarle mis preocupaciones. A su vez, me he vuelto más generosa con los demás, asumiendo puestos de liderazgo en mi iglesia y en mi comunidad. Incluso personas que han sufrido indignas situaciones como las mías, me han pedido que orara por ellas. Y a medida que lo he hecho, he descubierto que mi propia experiencia me ha brindado una profunda fuente de compasión.

Para mí, la curación no ocurrió de la noche a la mañana. Y siempre tendré algo que descubrir acerca de mi inocencia espiritual. Pero puedo decir con toda honestidad, que hoy mi vida es rica y satisfactoria. Soy mucho más que una sobreviviente del maltrato. Sé con toda convicción que siempre he sido la amada hija de Dios.

Cualquiera puede recurrir al Amor como hice yo — incluso con los desafíos personales más difíciles — y esperar encontrar respuestas que satisfagan las necesidades más profundas del corazón.

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