Los derechos de la mujer siempre me han interesado mucho, ante todo, porque soy mujer, y después porque las mujeres en el Congo [y en África en general] enfrentan muchos desafíos desde que nacen. Aquí cuando llega una niña al seno de una familia todos están felices, pero cuando nace un varón están “realmente” felices. Sienten que es el heredero que perpetuará el nombre de la familia. Una de las consecuencias de esto es que a la escuela son enviadas muchas menos niñas que niños, y el nivel de alfabetismo tiende por lo tanto a ser muy desigual. Además, todavía hay adolescentes que son forzadas a casarse, y, según la costumbre, a las viudas se las priva de las posesiones de su esposo en favor de la familia de éste.
En general lo que vale una mujer en África depende mucho de su padre o de su marido, y del hecho de que tenga o pueda tener hijos. Se puede decir que ella está definida por los hombres que la rodean, y vive a la sombra de la situación social que ellos tengan. Mi trabajo con el Alto Comisionado para los Derechos Humanos ha hecho que, desde hace ya varios años, me ocupe directamente del tema de los derechos de la mujer. Y he podido seguir de cerca no sólo muchos casos individuales, sino también la situación en general. He tenido la oportunidad de conducir programas de capacitación sobre el tema y trabajar con organizaciones no gubernamentales [ONG] sobre asuntos específicos de la mujer.
La mujer no necesita sobrepasar al hombre para hacer valer sus derechos.
Mi enfoque sobre todo lo relacionado con la mujer se vio desafiado y sufrió realmente una revolución hace muchos años cuando leí por primera vez el libro Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras. La autora, Mary Baker Eddy, hace varias declaraciones sobre la mujer y sus derechos que francamente en aquel tiempo me parecían una utopía. ¿Cómo podía ella pensar que lo que escribió podía ser parte de la realidad? Recuerdo que me sorprendieron muchísimo estas palabras: “Un solo Dios infinito, el bien... establece la igualdad de los sexos...” [pág. 340]. Lo que yo veía a mi alrededor no tenía nada que ver con la igualdad entre los sexos. Las mujeres estaban rodeadas de tabúes, limitaciones, tratadas como objetos que se podían comprar o desechar. No tenía mucha esperanza de que su mensaje se pudiera aplicar, especialmente en África. Sin embargo, decidí estudiar más profundamente sus ideas, y oré bastante tiempo en busca de inspiración para alcanzar una visión espiritual de la femineidad.
La oración realmente me ayudó a ver más allá de lo que estaba viendo a mi alrededor para percibir la naturaleza real del hombre y de la mujer. Primero, pensé que si el único Dios infinito es el Padre de toda la creación, entonces hombres y mujeres son igualmente Sus hijos. Me familiaricé con el relato de la creación en el primer capítulo del Génesis, en la Biblia, donde se afirma que Dios creó al hombre y a la mujer a Su imagen y semejanza, y les dio dominio sobre todas las cosas. Esto me hizo comprender que para alcanzar su posición social y hacer valer sus derechos, la mujer no necesita sobrepasar a los hombres y dominarlos. La igualdad no es cuestión de ver quién gana la pelea para obtener la mejor tajada. Se trata de un hecho espiritual, ya establecido por Dios el Creador. Este hecho es la realidad presente y garantiza el valor e individualidad de la mujer sin medirla o compararla con el hombre.
¿Te has dado cuenta de que el Padre Nuestro comienza con Dios como Padre? Para mí, esto apunta a la unidad que existe entre nosotros, porque todos expresamos a Dios por ser Sus hijos. En su epístola a los gálatas, el apóstol Pablo dice: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”. Gálatas 3:28. Ha sido un maravilloso descubrimiento personal ver que si hay unidad entre todos los hijos de Dios, tanto hombres como mujeres poseen todas las cualidades necesarias para ir más allá de las limitaciones. Incluso el peso de la tradición no puede impedir el progreso que estos pensamientos espirituales traen para apoyar los derechos de la mujer. Y es muy alentador saber esto.
La perspectiva espiritual que tengas de ti mismo tiene un poder que transforma.
Muchas veces he sido testigo del poder transformador que una perspectiva espiritual de sí misma trae a la vida de una mujer. Esta perspectiva le da el valor para superar el temor, luchar firmemente por sus derechos y encontrar justicia. De hecho, las limitaciones no sólo son impuestas por las costumbres y la sociedad; a veces nosotras mismas nos las imponemos. Para darte un ejemplo, conozco una viuda aquí en Kinshasa, que pudo reclamar su herencia, quedarse con la mayor parte de sus posesiones, conseguir un trabajo, y criar a sus hijos por su cuenta. Incluso asistió a la universidad, e hizo todo gracias a la oración, gracias a su comprensión de las “gloriosas posibilidades” que Dios da a cada uno de Sus hijos. En otras instancias, he visto cómo la situación de las mujeres cambiaba y sanaba tanto en el trabajo como en el matrimonio.
He observado un despertar en el pensamiento general sobre los derechos de la mujer en los dos Congos. Se ha comenzado a definir cada vez más a las mujeres como seres humanos “completos”, que tienen su propio valor y su propia independencia. Esto todavía no está ocurriendo en las áreas rurales tanto como en las ciudades, sin embargo, es una realidad que nadie puede negar. Es como la levadura en el pensamiento que va a leudar todo el pan. Aunque esto no se pueda notar tan claramente, ha habido progreso. Incluso entre las iglesias de la República Democrática del Congo han elegido algunas mujeres como pastoras, las cuales han demostrado ser líderes muy poderosas.
Ahora pienso que las declaraciones de Mary Baker Eddy acerca de la mujer son la base para la verdadera igualdad entre los sexos. Considero que el desafío no es tanto el problema de las imposiciones de la costumbre y de la sociedad sobre las mujeres, como el malentendido básico de que hay una dualidad, una oposición entre ellas y los hombres. Estoy convencida de que la oración que permite comprender que Dios es la fuente verdadera que da el valor de hombres y mujeres, es la mejor respuesta a los muchos desafíos que las mujeres africanas enfrentan cada día. Este tipo de oración garantiza que haya justicia. No puedo dejar de pensar que ha sido parte indispensable del progreso que ya se ha logrado, y que es la base y el futuro de los derechos de la mujer.