Llegué A Londres en mayo de 1946, en casi inmediata posguerra. Tenía una beca del Consejo Británico para estudiar teatro en la Royal Academy of Dramatic Art. Y desde ese día empecé a escribir todo lo que hacía cada día de mi vida. Así que puedo rastrear sin problema los últimos 56 años. He vivido en Nueva York, en Londres y en París, y siempre que he podido me he hecho una escapadita a algún lugar del mundo. Antes en barco, y después en avión, siempre con miedo.
En Boston tuve una experiencia curiosa porque allí hice, en español, la obra “Emily”, que es la vida de la famosa escritora Emily Dickinson. Fue en un pequeño teatro de la sección latinoamericana de la Universidad de Harvard. La sala estaba llena de estudiantes; era un público inteligente y captador; y las preguntas que me hicieron después fueron tan formidables, que recuerdo muy bien esa visita a Boston.
¿Qué la llevó a dedicarse al teatro?
Mucha gente me pregunta eso, pero está muy dentro de mí, en el recuerdo más lejano que tengo de mi vida. Lo que ocurre es que desde chica yo quería, sin ponerle la palabra justa [a lo mejor, ni siquiera la palabra actriz], estar haciendo algo y que la gente me mirara, me felicitara y me aplaudiera. Porque hay grandes médicos y hay grandes sabios que hacen cosas importantes, pero no los aplauden como a nosotros. Y a lo largo de mi vida he sentido, y todavía siento, ese infinito placer de subir a un escenario.
Ahora estoy haciendo una cosa muy emocionante en mi vida, porque yo ya estoy por cumplir 82 años y estoy haciendo un gran papel protagónico en una obra muy importante. El tema de la misma ha sido como un desafío en estos momentos en que la gente va al teatro muchas veces para divertirse con cosas un poco frívolas, con música, chistes, humor. Esta obra se llama "El camino a La Meca", y es del escritor sudafricano Athol Fugard. Cuenta la historia de una mujer que en realidad existió y que murió hace unos 30 años. Ella vivía en un pequeño pueblo sudafricano, y dedicó su vida a hacer esculturas sin ningún fin de lucro. Simplemente, hacía esculturas gigantescas y las ponía en su jardín. La historia cuenta que una vez pasó por ahí un periodista y vio una casita muy modesta, y en el jardín gigantescos camellos y pavos reales, sirenas y búhos, pirámides y reyes. La autora de esas esculturas era un extraño personaje llamado Helen. Véase pág. 24.
Nunca pensé que esto me iba a pasar.
Estoy haciendo esta obra con un enorme éxito y con una respuesta del público que sobrepasa el aplauso a una cosa intelectual; es como el aplauso que se escucha en una cancha de fútbol cuando se gana un campeonato. Es un aplauso visceral que sale de las entrañas de la gente, que dice gracias y bravo.
Yo nunca pensé que esto me iba a pasar, por una razón muy simple, no hay grandes papeles protagónicos para una persona como yo. A mi edad, me tengo que resignar a ser una buena abuela, un personaje circunstancial. Pero éste es un gran papel protagónico y tiene esa cosa mágica que atrae a la gente.
En Argentina ha tenido tanto éxito como una revista musical. La gente decide que se quiere divertir, que se quiere reír y se hacen comedias y obras musicales. Pero de golpe esa gente demuestra que también tiene hambre de este otro tipo de teatro. En mi larga vida de actriz [y son más de 60 años] para mí eso es como un momento, un hito.
Yo soy uruguaya, y cuando era chica en mi país no había teatro que fuese uruguayo propiamente dicho. Y justo cuando volví de estudiar arte dramático en Londres, una compañía oficial empezaba a hacer teatro en Montevideo. Yo, que había hecho teatro independiente con amigos, sin dinero, de golpe me encuentro ganándome la vida haciendo algo que habría hecho toda mi vida, aunque me hubiera costado dinero.
¿Qué tipo de teatro era?
Lo mío era la Comedia Nacional, que es municipal. Pero tenía un gran nivel y yo estuve ahí 10 años maravillosos. Después me fui a vivir a Norteamérica. En Nueva York fui profesora de francés en el Browning School, y por las tardes trabajaba en una oficina de teatro.
Eran los famosos sixties [60s], el momento de los hippies; yo estuve en Nueva York desde el 64 al 68. Estaba allí cuando mataron a Martin Luther King, cuando mataron a Bob Kennedy.
¿Vivió también la guerra de Vietnam?
Viví la guerra de Vietnam y aprendí de Norteamérica cosas maravillosas que la gente no conoce. Es curioso, porque este país tiene el arte de vender, pero ellos no se venden bien. Porque las cosas malas que se dicen de Norteamérica por ahí son en parte verdad. Pero las cosas maravillosas no las cuenta nadie. Porque para conocer lo que es ese país hay que vivirlo, no hay que ser un turista que va al Radio City Music Hall a ver a las Rockettes. No. Hay que vivirlo como lo viví yo, con la “green card”, cobrando un sueldo y viendo la fe que se deposita en un ciudadano.
Estando en Nueva York, mandé a buscar a dos sobrinas, hijas de mi hermana mayor, porque eran como mis propias hijas. Y fue por esa época que se produjo el famoso apagón. Yo había salido a comprar una cinta de hilera en una mercería, y de pronto estaba todo negro, faltaba esa especie de telón de fondo de luces a la cual uno está acostumbrado. Nunca lo voy a olvidar. Y me acuerdo que llegué a mi casa, que estaba a pocas cuadras de ahí, y mis sobrinas me dijeron: “¡China, siempre la misma distraída, no pagaste la luz!” Y hasta el día de hoy me pregunto ¿qué fue eso? ¿Cómo se pudo apagar esa inmensa cantidad de kilómetros cuadrados de luz?
¿Usted también llegó a ser hippie?
Los primeros hippies eran encantadores. Antes de la droga andaban todos por Wall Street y repartían flores. Cuando salían los banqueros con el maletín les decían: “Una sonrisa y le doy una flor”. Y los banqueros de Wall Street se reían, a lo mejor por primera vez en el día, y ellos le ponían una florcita en la solapa. Después vino el fantasma de la droga y cambió todo eso. Pero el movimiento hippie era esencialmente pacifista. “Make love not war” [hagamos el amor no la guerra]. En aquel entonces eso era único.
En su trabajo ¿qué importancia tiene la espiritualidad? Porque viendo todas las películas, miniseries y obras de teatro que ha hecho, se nota que a usted le interesa la gente y los problemas que enfrenta.
A mí me interesan las cosas que pasan en el mundo, tanto espirituales como otras cosas que no son espirituales y que están pasando ahora en la forma más inesperada. Como cuando, por ejemplo, aparece en Brasil este extraño personaje, este hombre chiquito con barba, un obrero, que la gente vota con una gran mayoría, un apoyo nunca visto, y que le dice al mundo: “Vamos a dejar de hablar de guerras, hay gente que se está muriendo de hambre”. Eso tan simple. Todos los presidentes y reyes deberían haberlo dicho, pero no lo dijeron. Todos en el mundo deberíamos haberlo dicho y no lo dijimos.
Esta obra que estoy haciendo ahora, es una obra muy espiritual, porque apela al espíritu de la persona que sigue sus convicciones en la vida. Y hoy la gente quiere eso más que cualquier otra cosa. Hace un tiempo estuve en un programa de televisión de un hombre políticamente muy jugado, muy cáustico en sus observaciones, y muy respetado. Yo iba ahí a contar cosas gratas y una noche dije un poema. Y lo que pasó fue que nunca más pude decir otra cosa que no fuera un poema, porque la gente se quedó tan asombrada y tan feliz de que alguien les dijera un poema. Y me llamaban del canal de televisión: “Por favor, mandanos la fotocopia del poema que dijiste, porque la gente lo pide por teléfono”. Entonces les estamos dando guerras y la gente quiere escuchar poemas. Estoy simplificando por supuesto, pero yo veo un poco así el mundo. Y en este momento nos la jugamos con un grupo de amigos con una obra totalmente espiritual y estamos haciendo la mayor recaudación en la boletería. Entonces uno se acuerda de aquellos hippies, “Make love not war”. Y resulta que la gente quiere oír poemas y les damos los noticiarios con focos de violencia en todos los rincones del mundo.
La gente quiere oír poemas, y les damos noticias sobre violencia.
¿Cuáles son sus obras de teatro favoritas?
El teatro español me gusta y me gusta el teatro de García Lorca; será porque lo hice mucho con Margarita Xirgú, una actriz española muy famosa que vivía en el Uruguay.
A mí me gusta mucho un género teatral que está pasando un mal momento ahora, que es el humor. El humor bien hecho es una lección de vida. No hay cosa más equivocada que la gente que hace humor hoy en día riéndose del prójimo y haciendo chistes sobre sexo. A mí me gusta el humor que está a kilómetros de eso y curiosamente, siendo como soy de origen español, tengo una admiración por el humor inglés, que es el humor fino. Es muy difícil hacer comedia con estilo. Y yo sé hacer eso. Y digo así con esta falta de modestia porque a nadie se le puede enseñar a hacer comedia. Yo nací con el don de que sé decir una frase y que la gente se ría. Y aunque estoy haciendo ahora “El camino a La Meca”, que no es nada cómica, estoy soñando ya con hacer una buena comedia para que la gente se ría. Porque creo que la risa hoy en día es algo que la gente necesita.
Ahora en Norteamérica la comedia musical empujó un poco al teatro hablado. Hay momentos en que hay en cartel veinte comedias musicales y tres obras serias. Y yo no lo lamento porque el placer de una comedia musical bien hecha en Broadway no se reemplaza con nada. Y a veces al mundo hay que darle eso, pero hay que dárselo sin dejar de lado lo otro. Y creo en las dos máscaras del teatro que son del mismo tamaño, la tragedia y la comedia. La gente que piensa con la cara seria y la gente que se ríe con la máscara que se ríe. Pero yo soy gran admiradora de lo que es el mundo de Broadway; la cartelera de Broadway es formidable. Se me hace agua la boca sólo de pensar.
Como cosa pintoresca, resulta que cuando yo estudiaba teatro en Londres, vi a Dolores Gray, la actriz americana que hacía “Annie, get your gun”, obra en la que en el papel de Annie Oakley cantaba el famoso, “Anything you can do I can do better... I can do anything better than you...” [Todo lo que tú haces, yo lo puedo hacer mejor... puedo hacerlo todo mejor que tú]. Resulta que esta actriz de día iba a la Royal Academy of Dramatic Art a estudiar teatro. Llegaba a primera hora a la academia y se sentaba con nosotros para oír a los maestros hablar del teatro inglés. Estudiaba la letra, asistía a clase y después a la noche se iba a actuar al teatro. Es una lección de disciplina que nunca olvidé.
¿Qué le diría a los jóvenes que están estudiando y sienten que no saben qué hacer?
Que tienen que seguir estudiando porque el panorama mundial cambia tanto y con tanta velocidad y pasan cosas tan buenas, que hay que esperar hasta el último momento... hay que ser optimista hasta el último momento, porque las cosas se pueden arreglar inesperadamente; y al final siempre sale el sol.
¿Le gustaría agregar algo más? ¿Tal vez algún mensaje de esperanza a tantos países que están enfrentando situaciones tremendas?
Cuando recién me vine a vivir a la Argentina, alguien me pidió un autógrafo, algo que no pasaba tanto en el Uruguay porque todos nos conocemos desde chicos y no está la gente en esa cosa de los fans. Una señora me pidió un autógrafo y a mí me divirtió y le puse mi nombre: China Zorrilla. Y ella me dijo: Póngame algo lindo además de la firma. Y yo, abajo de la firma, puse la palabra “paz”. Y hace 34 años, que es el tiempo que llevo en la Argentina, que cada vez que firmo pongo la palabra “paz” después de la firma, y hoy me despido con esa palabra que, más que nunca, es mi palabra favorita: PAZ.
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