Un día estaba jugando con mis dos hermanos con una cuerda afuera en el jardín, cuando de repente la cuerda me raspó muy duro el cuello.
Al principio me puse a llorar porque estaba sangrando y me dolía muchísimo. Me fui corriendo a ver a mi mamá. Ella me limpió la herida y me habló acerca de Dios. Me dijo que Él estaba siempre conmigo, incluso en ese momento. Y que Dios sólo tenía preparado el bien para mí. Que no importaba lo que había ocurrido, porque por ser el hijo de Dios yo era perfecto y no me había lastimado. Me tranquilicé y ya no me salía sangre.
Más tarde, ese mismo día, fui a mi clase de natación. Aunque cuando me metí en el agua la herida todavía me dolía, yo sabía que Dios me estaba protegiendo y manteniendo a salvo. Y pude nadar sin ningún problema.
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