Por muchos años trabajé de azafata e hice muchos vuelos internacionales. Me fascinaban los vuelos largos. No obstante, a veces viajaban personas que de pronto comenzaban a atacarme verbalmente y me hacían infinidad de exigencias. Yo siempre me ponía a orar. Y era maravilloso ver cómo la gente entonces cambiaba su actitud con la ayuda de dios. Y algunos incluso más tarde me pedían disculpas y me decían que no sabían por qué me habían tratado de esa forma.
En una ocasión tuve una experiencia que me impresionó mucho. Acababa de empezar la Guerra del Golfo. Estábamos en un vuelo de Arabia Saudita a Norteamérica. A los pasajeros se les había prohibido traer cámaras a bordo. No obstante, por alguna razón un pasajero vestido con un impermeable apareció en la cocina con una cámara. Mi compañera se puso palidísima y perdió totalmente el control. Además de eso los pasajeros en la cabina habían visto lo ocurrido y comenzaron a hablar en voz muy alta. Entonces mi compañera comenzó a gritar como una histérica.
Este hombre me miró con unos ojos que nunca olvidaré. Me empujó a un lado y continuó caminando hacia el frente del avión en la Clase Ejecutiva, aunque se suponía que nadie tenía que pasar por allí.
Esa fue realmente la primera vez en mi vida que tuve que reaccionar rápido. Yo sabía que mis otros compañeros estaban en la parte delantera y este hombre se toparía con ellos. De modo que era más importante que me tomara unos momentos para apartarme en un rincón a orar, de manera de no sentirme abrumada por lo que veía.
El cuadro no era nada alentador. Por un lado estaba la ira del pasajero con la cámara, luego la impotencia y el miedo de los otros pasajeros y de mi compañera, a lo que se sumaban los gritos cada vez más altos de aquellos. Entonces en mi interior me dije: "Dios mío, ¿qué debo hacer? Tú tienes el control aquí, Tú eres nuestra vida, Tú diriges cada situación que tendrá lugar aquí a bordo".
Sólo fueron unos pocos minutos, pero a través de esa oración me sentí más tranquila y con esa paz empecé a caminar por la cabina entre los pasajeros. Ya no recuerdo las palabras exactas que utilicé, pero traté de encontrar la frase apropiada para cada uno de ellos de manera que se calmaran. Una mujer había comenzado a gritar: "¡Hay una bomba a bordo!" Ella temía que hubiera una bomba en la cámara fotográfica. Le expliqué que todo estaba bajo control, que la tripulación tenía la cámara en su poder, y que no había ninguna bomba en ella.
En ese momento sentí el amor y la presencia de Dios muy intensamente. Y fue muy interesante la manera en que de pronto sentí esa ola de amor; sentí una calidez en mí que envolvió a los pasajeros, como si nos rodearan dos manos protectoras.
Y con esto los pasajeros se tranquilizaron. Gracias a Dios, mi compañera de cabina también se calmó.
Y el pasajero del impermeable resultó ser una persona que estaba mentalmente perturbada y que de alguna manera había logrado pasar la cámara furtivamente por la guardia de seguridad. A propósito, la cámara no tenía ni película ni una bomba; de hecho, ni siquiera tenía baterías, por lo cual él no podría haber hecho nada con ella.
Y esto me demostró lo infinitamente trascendental que es la unicidad que tiene el hombre con Dios. También aprendí lo importante que es orar a menudo, antes y durante el vuelo, para estar mentalmente preparado, dondequiera que vayamos en el mundo. Hay que estar listo a cada instante, y en esta profesión especialmente.
Cuando uno contempla la situación actual del mundo con el terrorismo internacional y tantos lugares problemáticos, es obvio que el mundo está conmocionado o perturbado. Para mí se trata de un llamado pidiendo amor. El universo está clamando por amor más de lo que pensamos. Yo hablo inglés y alemán, y algo de francés e italiano, pero a menudo me encontraba con gente que no hablaba ninguno de esos idiomas. No obstante, el idioma universal del amor que llena todo el espacio y el tiempo, nos permitía entendernos. Con el amor la comunicación siempre es posible.