Era un día hermoso de otoño cuando iba yo caminando por una calle cerca de la estación central de Ámsterdam. Estaba regresando a Indonesia, después de pasar un mes maravilloso de visita en casa de mi hermana en Suiza. Estaba muy agradecida de poder visitar esta ciudad con sus hermosos edificios antiguos y pintorescos canales.
En ese momento me pregunté porqué esa calle por la que estaba caminando estaba tan desolada. Me sentí contenta cuando un amigable caballero me saludó. Me dio el valor para preguntarle si estaba en la calle correcta para ira a la estación. Me dijo que sí, pero que lamentablemente no había elegido el camino más seguro. Me dijo que agradecía que nada malo me hubiese ocurrido, y se ofreció a indicarme otra calle que era mucho más segura.
Al aceptar con mucha gratitud si ayuda, en silencio le agradecí a Dios por haberme protegido de cualquier peligro del que yo no estuviera consciente.
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