Por lo general creemos que tener un hogar significa: papá, mamá e hijos y una casa bonita, llena de muebles, además de una decoración impactante que guste mucho a quienes nos visitan visitan y, por supuesto, a nosotros mismos. No obstante, muy pronto comprendemos que éstos no son más que objetos y personas, y que sin el reconocimiento de su valor espiritual, no podemos entender su verdadera utilidad o función.
Recuerdo que cuando me casé con un hombre viudo y con hijos, creía que sería muy fácil formar una familia. Sólo bastó que empezara a cumplir con las funciones de mamá para encontrar las dificultades propias del caso. Como suele ocurrir en este tipo de situaciones, ellos, antes que verme como una solución, me veían como una intrusa que pretendía reemplazar a su mamá. De acuerdo con la creencia humana, el amor de madre es irreemplazable. Además los chicos me veían como una amenaza que podía quitarles lo único que les quedaba, o sea, el amor de su padre. Al tiempo mi esposo y yo tuvimos un hijo y pensé que las cosas se arreglarían, pero las relaciones se tornaron cada vez más tensas e insoportables para todos, así que decidí regresar con el niño a casa de mis papás. Allí empecé a estudiar la Christian Science en serio, y lo primero que aprendí fue que "hogar" es sinónimo de cielo, y de inmediato me di cuenta de que el hogar que había formado era todo menos eso.
Poco a poco, a través de mi estudio, comencé a entender que ese cielo se construye con amor, pero, no con el amor humano, sino con el Amor divino, o sea, Dios.
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