En una oportunidad, me vi frente a una situación donde parecía reinar el terror y las alternativas para alcanzar una resolución pacífica eran limitadas. Esto ocurrió cuando trabajaba en la isla de Santa Cruz, parte de las Islas Vírgenes, en la industria hotelera. En dicha ocasión me encontraba con unos clientes participando en una actividad que incluía cena y baile. El restaurante, donde disfrutábamos del ritmo de instrumentos de percusión, se encontraba en la playa.
En medio de la cena en la terraza al aire libre de pronto percibí que algo se movía en la oscuridad de la playa. Rápidamente me di cuenta de que varios hombres enmascarados, cargando escopetas de caño recortado, se aproximaban sigilosamente al restaurante. La oscuridad nocturna había escondido su avance desde la playa.
El terror que sentí en ese momento quiso paralizarme. En seguida, como en una pesadilla, escuché los gritos de los turistas y también los disparos de las escopetas. Todo ocurrió muy rápidamente, pero al mismo tiempo todo parecía moverse con mucha lentitud. Las personas a mi alrededor reaccionaron de formas diferentes. Algunos se echaron al suelo, otros corrieron a esconderse detrás de los arbustos y árboles que había alrededor de la terraza.
Aunque quedé estupefacta por unos momentos en seguida me encontré acudiendo a Dios en oración. Aunque me sentía petrificada por el temor, mentalmente permanecí alerta. Mi pensamiento se enfocó por completo en pedirle dirección a Dios. "Padre, ¿qué hago?", pensé. Desde mi niñez había aprendido a buscar en Dios la respuesta a todas mis necesidades. Y en ese momento esa acción ayudó a contrarrestar el intenso temor que sentía. Si bien, en cierto grado aún sentía temor, éste ya no me paralizaba. El confiar en Dios y buscar Su guía me dio la confianza necesaria para saber que podía responder apropiadamente frente a esas circunstancias atemorizantes.
La respuesta que sentí fue instántanea: "Aléjate de aquí". Aunque por un instante hubo un asomo de resistencia, no vacilé en obedecer. Sabía que era la dirección divina. No obstante, la lógica parecía refutar esa orden de alejarme de allí. No era posible salir del lugar sin que los asaltantes me vieran. Además, yo estaba vestida de blanco y si trataba de correr fuera de allí quedaría totalmente expuesta y vulnerable.
Sinceramente, sentía mucho temor. Desde donde estaba podía ver a varias personas que parecían estar heridas. Sin embargo, la confianza en Dios era más grande que el temor a los asaltantes. De modo que corrí sin mirar hacia atrás y sentí como si me levantaran con alas. Algunos de los clientes trataron de detenerme, exhortándome a que me escondiera, pero fue como si hubiera sido totalmente invisible a los ojos de los hombres armados.
"Padre, ¿qué hago?", pensé.
Adyacente a la terraza del restaurante había una propiedad con apartamentos de veraneo. Para llegar hasta allí tenía que pasar por el portón que dividía ambas propiedades. Esa era la única dirección hacia la cual podía dirigirme. Corrí hasta el portón y continué corriendo hasta llegar a uno de los apartamentos. La puerta estaba abierta, y una pareja allí parada miraba hacia la oscuridad de la noche para ver de dónde provenían los disparos. Sin detenerme continué corriendo hasta entrar al apartamento y ellos, aunque sorprendidos, no me impidieron el paso. Rápidamente cerraron la puerta detrás de mí y les conté lo que había acontecido. Les expresé mi gratitud por su ayuda y permanecí con ellos varias horas.
Al día siguiente supimos los detalles de lo sucedido. Me preocupaba la situación de los que permanecieron en el restaurante y sentí mucha gratitud al saber que no hubo muertes, si bien algunos resultaron heridos por balas perdidas. Aunque los enmascarados dispararon algunos tiros, parecía que el motiva principal era robar y no matar.
Esa noche al orar le di gracias a Dios por la protección que había recibido, no solo yo, sino todos. Todo esto hizo que sintiera un deseo sincero de entender mejor la naturaleza divina puesto que, aunque confiaba en Dios, sabía que aún me faltaba mucho por comprender.
Años después, cuando comencé a estudiar la Christian Science, comprendí más y más los eventos de aquella noche desde una perspectiva más espiritual. Al aprender que Dios es Mente divina, percibí que la comunicación de Dios con Sus hijos ocurre incondicionalmente y sin interrupción. Por ejemplo, pienso en la historia de Moisés, cómo su madre obedeció la voz de Dios para salvar a su hijito. ¿Qué madre echaría su bebé al río en una canasta sin saber lo que le espera? Sólo una madre que confía plenamente en Dios y no se aparta de Su voz haría algo así. La inspiración divina siempre esta disponible, pero necesitamos escucharla y obedecerla aun cuando la respuesta muchas veces parezca contradecir lo que es razonable.
Pienso en cuán importante es estar alerta y no permitir que entre al pensamiento la creencia de que pueda existir un poder más fuerte o más grande que el poder del Amor divino. Esta actitud nos protege para que no seamos víctimas de ese pensamiento falso. Estas palabras escritas por Mary Baker Eddy ilustran para mí lo que todos podemos demostrar en nuestras vidas diariamente: "El poder de Dios libera al cautivo. Ningún poder puede resistir el Amor divino".Ciencia y Salud, pág. 224. En toda situación y bajo cualquier circunstancia, podemos acudir a nuestro Padre-Madre Dios quien nos da exactamente la inspiración necesaria para vencer el terror.