Mi familia y yo viajamos a Florida para pasar las vacaciones de Acción de Gracias cerca de la playa. El día de Acción de Gracias fuimos a la playa toda la mañana. Luego fuimos a nuestra casa rodante para comer el almuerzo de Acción de Gracias.
Después del almuerzo, me dolía el estómago. Mi mamá y yo oramos por ello y surgió un pensamiento increíble basado en lo que habíamos presenciado en la playa más temprano esa mañana. Yo había construido un montón de castillos de arena, pero por más grandes o sólidos que los construyera, eran siempre arrasados por las olas.
Pensamos que el océano representaba el poder de Dios, y comparamos el dolor de barriga con uno de esos granos de arena. El dolor de barriga o el grano de arena no tenían ninguna posibilidad de ganar contra el poderoso océano de la verdad de Dios. La verdad siempre arrasa con el error, o cualquier cosa que no sea buena.
También llamamos a una practicista de la Ciencia Cristiana, y ella me habló de una de las parábolas de Jesús en la Biblia (véase Lucas 8:5-8). Dice así: Una vez un agricultor plantó unas semillas. Algunas de las semillas fueron pisoteadas y comidas por las aves. Otras cayeron sobre una roca y no recibieron suficiente agua. Varias aterrizaron donde había espinas y se ahogaron y no pudieron crecer. Y otras semillas cayeron sobre el suelo fértil y florecieron y fueron abundantes.
La practicista me dijo que Dios me planta en el suelo fértil y cuida de mí día y noche. Esto me hizo dar cuenta de que el dolor de barriga era lo opuesto a ser fértil (lo que es puro y bueno), y puesto que estoy plantado en el “suelo fértil” del amor de Dios —ese suelo puro, perfecto y sano— entonces nada infértil o insalubre podía tocarme.
Recordé el poema “Apacienta mis ovejas” de Mary Baker Eddy, la Fundadora de la Ciencia Cristiana. En el poema dice: “La colina, di, Pastor, cómo he de subir” (Poems, p.14). Para mí eso significaba que Dios, el Pastor, no sólo me lleva a la cima, sino a través de la colina. La colina era como el dolor en mi estómago. Voy a través de la colina dondequiera que tenga que ir, y Dios me guía todo el camino. En el mismo momento en que me vino esa idea, ¡sané por completo!
Estaba muy agradecido por haber sanado y haber podido volver a participar de la diversión familiar, y poder jugar con los amigos que conocí en el campamento.
También estoy muy agradecido a mi mamá, la practicista, y a Dios. Dios me sanó y me guió todo el camino por la colina, como Dios siempre lo ha hecho y siempre lo hará.
¡El “océano de la verdad” le ganó al grano de arena!
