Me crié en una familia protestante, donde me enseñaron acerca de Dios y Su amor por nosotros. De niño, me encantaba leer las historias de los evangelios que describían el ministerio de curación de Cristo Jesús, y cómo recurría a su Padre, Dios, en busca de guía en todo lo que hacía.
De adolescente empecé a tener preguntas acerca de Dios, de Jesús y de la Biblia. Me preguntaba con persistencia: “¿De dónde viene el mal?” Si, como había aprendido de niño, Dios es el Amor mismo y es omnipotente, entonces ¿cómo podía aparecer el mal, como lo son el pecado, la enfermedad y la muerte? A pesar de consultar con los miembros de mi familia, la gente en mi iglesia y mi pastor, no recibí una respuesta que me satisficiera.
Durante mis años de joven adulto, sufrí de migrañas debilitantes crónicas, que obstaculizaban mis actividades diarias. Me levantaba todas las mañanas con una sensación de temor debido a esta condición. Los médicos me prescribieron medicamentos, pero estos disminuían muy poco el dolor. Hablé sobre mi situación con un amigo que respeto mucho, quien me sugirió que tal vez fuera simplemente la voluntad de Dios que tuviera migrañas, y que debía encontrar un lado positivo a la situación.
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