Cuando era estudiante de segundo año en la universidad, pasé un semestre en el extranjero, en Japón. Un día en particular me pareció como que tenía una buena experiencia tras otra. Esa mañana, nuestro grupo se había reunido con un profesor universitario japonés, que había contado profundos relatos sobre la relación histórica entre Japón y Estados Unidos. Aquella tarde, pasamos un tiempo con estudiantes universitarios japoneses, y terminé teniendo una conversación muy profunda con uno de ellos sobre las diferencias culturales entre Japón y Estados Unidos.
Cuando regresé por la noche a la casa de la familia con la que estaba viviendo, mi “mamá anfitriona” dijo muy entusiasmada que había hecho uno de mis postres favoritos —tarta de calabaza— porque yo había mencionado lo mucho que me gustaba y ella quería que me sintiera como en casa. Me sentía abrumada por su amor y por toda la amabilidad que había experimentado durante el día.
Sin embargo, mientras cenábamos, de repente sentí un dolor agudo en el estómago, y rápidamente se transformó en algo muy incómodo. Tratando de que no se dieran cuenta de la situación, fui al baño y me senté en el suelo muy afligida. No podía contactar a mis padres o a un practicista de la Ciencia Cristiana para pedir ayuda porque no tenía teléfono. Mi familia anfitriona no sabría qué hacer conmigo, y no quería que se preocuparan. ¿Y ahora qué hago?, pensé.
El dolor seguía empeorando, y me sentía completamente sola e indefensa. A medida que estos pensamientos amenazaban con tomar el control, me di cuenta de que tenía una opción: podía recurrir a Dios como había hecho tantas veces antes. Para hacerlo, sabía que necesitaba callar los pensamientos de temor y dolor para poder escuchar los pensamientos sinceros de Dios, que es la Verdad misma, los cuales traerían curación. En ese momento, en realidad dije en voz alta: “¡Basta! Se acabó”.
Uno de mis himnos favoritos del Himnario de la Ciencia Cristiana me vino al pensamiento, específicamente esta parte del segundo verso:
Ningún defecto pudo dar
el Dios que es Creador
al hombre fruto de bondad,
a quien Amor formó.
(Mary Alice Dayton, N° 51, traducción © CSBD)
Me di cuenta de que, puesto que Dios no podría crear al hombre imperfecto, eso quería decir que yo era siempre perfecta, porque era espiritual. Ninguna sugestión de dolor podría cambiar este hecho o impedirme ver mi perfección. También vi que el dolor era tan solo una distracción de todo el bien que había ocurrido ese día, y que yo realmente había sentido como la obra del Amor. Traté de mantener mis pensamientos en el Amor y no distraerme con nada más.
Entonces pensé en algo que mi mamá solía hacer con mis hermanos y conmigo cuando no nos sentíamos bien. Ella nos hacía jugar a “¿Quién te ama?”. Nosotros pensábamos en todas las personas en nuestra vida que nos amaban y nos concentrábamos en la gratitud que sentíamos por ellas y por su amor. Sentir ese amor y esa gratitud era sanador porque señalaba la fuente de todo amor, Dios, y Su presencia siempre presente. Y donde Dios, el bien, está presente, no hay lugar para nada que no sea bueno, como la enfermedad.
Cuando era más joven, me burlaba de ese juego porque me parecía infantil. Pero en ese momento, lejos de casa, era exactamente lo que necesitaba. Permanecí sentada allí enumerando a todos aquellos en quienes podía pensar, y sintiendo gratitud por el amor que la gente me había expresado aquel día y durante todo el viaje. Afirmé que no estaba sola porque Dios, el Amor divino, estaba conmigo. Aunque me hubiera gustado tener a mi mamá conmigo, sabía que el hecho de que el Amor estuviera allí era realmente suficiente. Fue sanador.
El dolor empezó a disminuir. Incluso antes de que desapareciera por completo, sabía que se había producido la curación porque me sentía totalmente tranquila. Me uní a mi familia anfitriona para comer el postre y me olvidé del dolor. Cuando terminamos, me di cuenta de que había desaparecido completamente.
Durante todo este viaje, había estado luchando bastante a menudo con una sensación de soledad y sintiéndome desconectada del amor. Pero por medio de esta curación y otras percepciones espirituales que tuve, me di cuenta de que el Amor estaba allí y que era suficiente. Había estado esperando que el amor viniera a mí de determinadas maneras, y cuando no ocurría así, lo interpretaba como que no me amaban. Pero en realidad, siempre había estado abrazada por el Amor. Tan pronto como cambié mi perspectiva, lo único que vi fue el amor expresado, e incluso encontré compañía. Este viaje me enseñó que yo era amada entonces, y que siempre lo seré.
