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Original Web

Querido Dios… gracias por ser Tú

Del número de noviembre de 2017 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 11 de septiembre de 2017 como original para la Web.


Siempre me ha gustado el viejo cuento popular de cuando el diablo estaba cerrando su negocio y puso en venta todas sus herramientas. Estaban todas alineadas, rotuladas y con el precio correspondiente: el temor, la envidia, la malicia, los celos, el odio, el engaño, la sensualidad, y así sucesivamente. ¿Y cuál era la más gastada y de precio más alto? Una cuña de apariencia inofensiva llamada “desaliento”. 

Cuando se le preguntó porqué era tan cara, el diablo explicó que era la más valiosa que tenía: “Con ella puedo meterme en el corazón y la mente de una persona, cuando no tengo éxito con cualquier otra herramienta. Muy pocos saben que esta herramienta me pertenece a mí”. Al preguntársele si había algún corazón al que no lograba dominar con el “desaliento”, él respondió: “Sí. Un corazón agradecido”.

Recordé este relato y su lección, cuando más lo necesitaba. Fue una época en la que el recordatorio de la Biblia, “y, sed agradecidos”, se volvió más preciado e importante que nunca para mí.

Me sentía sumamente decaída, muy desalentada y deprimida, y luego físicamente enferma. Siempre había pensado que era una persona agradecida, estaba siempre expresando gratitud a Dios por cada pizca de bien, etc. Pero ahora, al pensar en este cuento popular, me di cuenta de que no había estado alerta a las provocaciones sarcásticas “del diablo” (en mi caso, los solapados pensamientos que cuestionaban la omnipotencia de Dios, el Amor divino). Habían estado cincelando mi pensamiento hasta que lo único que quedó fue temor y lástima de mí misma. 

Entonces, ¿qué hice? Primero respondí de inmediato (como hizo Jesús cuando dijo: “Quítate de delante de mí, Satanás!” [Mateo 16:23]). Yo dije: “¡Tú no puedes usar el ‘de-saliento’ en mí ni un segundo más!”

Inmediatamente, hice una lista de las cosas por las que estaba agradecida. Esto no fue difícil, y mi lista de bendiciones comenzó a fluir, no solo por mi casa, familia, etc., sino por la protección de Dios, la provisión y la manifestación del bien, todo lo que Dios realiza. No obstante, no me ayudó. Al pensar en ello, me di cuenta de que lo había hecho muy mecánicamente, sin entusiasmo alguno, como si fuera una fórmula, como cuando hago la lista para ir al supermercado. Como que había estado usando la gratitud como “una técnica de auto ayuda”.

Oh, pero ¡la gratitud es mucho más que una técnica! La gratitud genuina es un sentimiento sincero que surge de la efervescente inspiración divina. En una definición de gratitud que encontré, el diccionario decía: “El amor de Dios es la gratitud más elevada”. No se puede fingir.

Ahora, mentalmente despierta y ansiosa de hacerlo correctamente, abrí mi Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy y vi esto: “Si no estamos agradecidos por la Vida, la Verdad y el Amor, y sin embargo damos gracias a Dios por todas las bendiciones, somos insinceros e incurrimos en la censura aguda que nuestro Maestro dirige a los hipócritas” (pág. 3).

Yo había leído esto antes, y siempre me había parecido muy duro, sin embargo, aunque resonaban en mis oídos las palabras “ingrato”, “insincero”, “censura”, “hipócrita”, ¡ahora me resultó muy útil! Me di cuenta de que estar agradecido por la Vida, la Verdad y el Amor divinos —simplemente estar agradecido porque Dios es Dios— no había estado en mi lista de gratitud. Estaban incluidas las pruebas del cuidado de Dios, pero no Dios Mismo. “¿Por qué?”, me pregunté.

Como notarán, ahora mi pensamiento se estaba volviendo totalmente a Dios, y muy pronto todo mi pensamiento estaba lleno de todo lo que yo sabía que era Dios: Amor (por siempre presente y abrazándolo todo), Verdad (tierna y fuerte), Vida (expresando espontáneamente todo el bien). Ahora estaba empezando a comprender y a sentir genuinamente que el amor de Dios por ser Dios es la gratitud más elevada.

Ese fue el final absoluto de mi depresión y enfermedad. Desde entonces, el recordatorio de la Biblia, “y, sed agradecidos”, es más preciado e importante que nunca para mí. Aprendí muchísimo de esa experiencia. Aprendí que la gratitud es más que dar gracias por la comida o reconocer un día festivo. Es la oración incesante, un reconocimiento y aprecio constantes y continuos de la naturaleza de Dios, y de Su guía, protección y gobierno de todo.

Pastores, médicos, educadores, trabajadores sociales, líderes de empresas y comunitarios también han escrito y hablado mucho acerca de los beneficios de la gratitud en nuestra vida y cómo se relaciona con la salud, la felicidad y el éxito. Sí, hay muchas evidencias que sugieren que la gratitud genuina es poderosa.

La gratitud ilumina nuestras tinieblas, nos libera de las cargas, conmueve nuestro corazón, hace más felices nuestros días. También nos protege y nos sana. Y qué mejor libro de “mucho-más-que auto ayuda” podría haber para ayudarnos a descubrir, cultivar y practicar esta benévola actividad, que esa Santa Biblia eterna. El libro de los Salmos está lleno de canciones y oraciones de gratitud a Dios, no solo por el bien ya recibido, sino por Su naturaleza misma, por la bondad de Dios, por Su justicia, verdad misericordia y juicios que permanecen para siempre; por Su omnipresencia y Su omnipotencia.

La Biblia también está llena de relatos de personas cuyas vidas fueron transformadas por la gratitud, que gracias a ella superaron sus dificultades y su salud fue restaurada. Me encanta el relato del Antiguo Testamento de Jacob que, cuando se sintió solo y apartado de todo el bien, exilado y de camino a Harán, tuvo la visión de una escalera (véase Génesis 28). (No importa cuán lejos nos sintamos de Dios, la gracia de Dios siempre nos alcanza.) Sobre esa escalera le vino a Jacob un ángel, o un pensamiento de Dios: la promesa de Dios de que estaría con Jacob dondequiera que fuera, que nunca lo dejaría, que cuidaría de él y lo llevaría de regreso a su tierra.

Este fortalecedor mensaje directamente de Dios, le dio tanta inspiración, que impulsó una inmediata promesa solemne de parte de Jacob. Allí mismo Jacob prometió que si Dios hacía eso por él, entonces Él sería su Dios. Jacob tampoco esperó a que Dios cumpliera esas promesas. A partir de ese momento, Dios fue su Dios, y él era uno de “la gente de Dios”. Y su carácter fue transformado. Más tarde, cuando regresó a hacer las paces con su hermano, Esaú, vio el rostro de su hermano, “como si hubiera visto el rostro de Dios”. Los dos lloraron y se reconciliaron (véase Génesis 33:1–10).

En el Nuevo Testamento vemos que la gratitud era algo tan instintivo para Cristo Jesús, que se volvía continuamente hacia su Padre celestial con amorosa gratitud, y esto hizo que prosperara en todo lo que hacía. Al leer los cuatro Evangelios, no pude evitar notar que Jesús a menudo agradecía primero a Dios, no esperaba a ver Sus beneficios, confiando siempre y plenamente en Su infinita bondad.

Antes de alimentar a los 5.000, Jesús le agradeció a Dios, el Espíritu, la fuente infinita y el dador de todo el bien. Luego alimentó a la gente con cinco panes y dos peces, y todos fueron satisfechos. Hasta sobró (véase Lucas 9:10–17).

Él agradeció a Dios antes de resucitar a Lázaro de los muertos (véase Juan 11:41, 42). Y en la última cena con sus discípulos, Jesús primero le agradeció a Dios antes de compartir su copa dolorosa y partir el pan (véase Lucas 22:17–19).

“Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús” (1 Tesalonicenses 5:18) es la máxima de la Biblia. Es conocer y amar a Dios constantemente por lo que Él es, así como por lo que hace por el hombre. Es “Tu mano en todo puedo hallar y todo en Ti, Señor” (Samuel Longfellow, Himnario de la Ciencia Cristiana, N° 134, traducción © CSBD).

Este amor profundo y bien arraigado por Dios es algo natural para cada uno de nosotros, y se hace más y más grande a medida que crecemos en nuestro entendimiento de Él, Su infinitud, constancia, atención y certeza. Esa gratitud no puede fabricarse. Es, verdaderamente, un sentimiento firme del corazón, pero es mucho más que pura emoción humana momentánea, porque está respaldada por una comprensión espiritual sólida.

Mary Baker Eddy, que comenzó esta revista, sabía esto muy bien. Al leer biografías de ella, no pude dejar de notar que por más difíciles que fueran los desafíos que enfrentaba (y hubo muchos), su pensamiento no se encontraba en “cuán profundo es el pozo donde me encuentro, cuán grandes son mis problemas”, sino que estaba constantemente en “cuán grande es mi Dios aquí mismo, que está ahora mismo junto a mí”.

Y eso la elevaba para probar una y otra vez la certeza que ofrece la Biblia de que “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones” (Salmos 46:1). Todo aquello que niega la presencia, el poder y la bondad de Dios es una mentira (una herramienta del diablo, o mentiroso) que no tiene realidad, por más real y grande que parezca ser. Entonces, ¿de qué otra forma podría yo describir la gratitud?

La gratitud es más que sentirse agradecido por los beneficios de Dios; es sentirse profundamente agradecido por Dios Mismo; porque está siempre aquí presente, ahora mismo están Su bondad, omnipotencia y totalidad.

La gratitud es más que una actitud del pensamiento. Es la altitud sagrada de pensamiento que entroniza a Dios en nuestra consciencia y la mantiene tan llena de Dios, que no hay lugar alguno para el desaliento o ninguna de las “herramientas del diablo”.

Ahora sé por qué y cómo “La gratitud y el amor deberían reinar en todo corazón cada día de todos los años” (Mary Baker Eddy, Manual de La Iglesia Madre, pág. 60). Dando gracias a Dios cada día, simplemente por ser Dios, es la primera prioridad.

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