Siempre me ha gustado el viejo cuento popular de cuando el diablo estaba cerrando su negocio y puso en venta todas sus herramientas. Estaban todas alineadas, rotuladas y con el precio correspondiente: el temor, la envidia, la malicia, los celos, el odio, el engaño, la sensualidad, y así sucesivamente. ¿Y cuál era la más gastada y de precio más alto? Una cuña de apariencia inofensiva llamada “desaliento”.
Cuando se le preguntó porqué era tan cara, el diablo explicó que era la más valiosa que tenía: “Con ella puedo meterme en el corazón y la mente de una persona, cuando no tengo éxito con cualquier otra herramienta. Muy pocos saben que esta herramienta me pertenece a mí”. Al preguntársele si había algún corazón al que no lograba dominar con el “desaliento”, él respondió: “Sí. Un corazón agradecido”.
Recordé este relato y su lección, cuando más lo necesitaba. Fue una época en la que el recordatorio de la Biblia, “y, sed agradecidos”, se volvió más preciado e importante que nunca para mí.
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