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Curación física y ejemplo de protección

Del número de agosto de 2017 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Publicado originalmente en el Christian Science Journal de Mayo de 2017.
 Apareció primero el 23 de junio de 2017 como original para la Web.


La Ciencia Cristiana fue la única religión que aprendimos y practicamos en mi familia de cinco hermanos. Vivíamos en el Territorio de Hawai, en la isla de Hawai, y teníamos una Sociedad de la Ciencia Cristiana activa.

Cuando tenía dieciséis años, se me paralizó una pierna y permanecí inmóvil y postrada en cama varias semanas durante el verano. La mujer encargada de la limpieza me cuidaba durante el día, mientras mi mamá trabajaba a tiempo completo como Bibliotecaria de la Sala de Lectura de la Ciencia Cristiana, en el centro de la ciudad. Pedimos ayuda por medio de la oración a una practicista de la Ciencia Cristiana en Honolulú. En aquel entonces, la única forma de comunicarnos con ella era por carta, que podía enviarse por barco dos veces a la semana.

Mi madre me cuidaba cuando regresaba del trabajo, y a diario me leía la Lección Bíblica semanal de nuestro Pastor de la Ciencia Cristiana, la Biblia y Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, de Mary Baker Eddy. Un día, al llegar a casa, me dijo: “Toma, a tí te gustan las biografías. Lee este libro de Sybil Wilbur sobre Mary Baker Eddy”.

La biografía me encantó desde el primer momento. Mi pensamiento se sentía cautivado con la búsqueda espiritual de la Sra. Eddy, la cual había empezado desde su temprana infancia en el seno de una familia muy religiosa. Valoré el profundo amor a Dios de su madre y el interés de su hermano en fomentar su educación. Su vida me inspiró. Ella buscaba en la Biblia respuestas a cómo ocurrían las obras de curación de Jesús. Mediante el estudio bíblico, la revelación divina y la prueba práctica en su propia vida, llegó a ver que el Dios único es enteramente bueno e hizo al hombre perfecto y a Su imagen. Percibió que Él es infinito, está siempre presente y que nada desemejante a Su naturaleza buena tiene auténtica realidad.

Después de terminar el libro, me sentí impulsada a salir de la cama y a caminar por la habitación, y así lo hice inmediatamente. Al día siguiente, conduje el coche, y al siguiente domingo asistí a la Escuela Dominical y al servicio religioso. No cuestioné la curación ni me pregunté cómo pasó, pero fue obvio que mi pensamiento se sintió conmovido por el poder del Cristo, la Verdad, mediante la ayuda de la practicista y la lectura de la experiencia de la Sra. Eddy. Con gratitud hice lo que era normal y natural: caminé.

La prima de un miembro fundador de nuestra Sociedad de la Ciencia Cristiana había dejado de asistir a la iglesia. Cuando me vio sanada, volvió a asistir y me dijo: “No necesito ver otra curación. La Ciencia Cristiana es para mí”.

Esta experiencia sentó la base para muchas, muchas otras pruebas sanadoras del amoroso cuidado de Dios durante los años siguientes.

Más tarde, cuando me casé, vivíamos en High Sierra, en el noreste de California, junto a la orilla de un lago artificial. Mi marido era profesor y yo, artista de acuarela. Habíamos construido un estudio para los talleres de arte, clases y una galería.

Un día a finales de octubre, el tiempo refrescó mucho. El viento soplaba. Estaba trabajando a solas en mi estudio, cuando mi marido entró corriendo y dijo: “Voy a navegar una vez más antes de guardar los botes por el invierno. Estaré en casa para la cena, antes de que anochezca”. Absorta en mi trabajo, dije “OK” sin perder una pincelada. Mi marido era un nadador fuerte y un marinero excelente.

Al acercarse la noche, caminé por el césped hasta casa para preparar la cena. Mi marido no estaba en casa. Fui caminando hasta la playa para buscarlo. No había nadie a la vista y el viento se estaba convirtiendo en una feroz tormenta.

Volví a casa decepcionada, llamé a la oficina del sheriff y les pedí que lo buscaran en su lancha patrullera. “Lo sentimos, señora. Hemos guardado nuestras lanchas por el invierno”, contestaron.

Llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana para pedirle ayuda mediante la oración, y exclamé: “¡No sé dónde está! ” “Pero Dios sí sabe”, contestó calmada.

Después de hablar con ella, empecé a leer la Lección Bíblica del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana, en busca de palabras de consuelo. La primera cita bíblica era: “En ti, oh Jehová, me he refugiado; no sea yo avergonzado jamás” (Salmos 71:1). Otra cita me recordó que Dios, el Amor divino, siempre responde a nuestras necesidades. Y la letra de un himno añadió la certeza de la presencia de nuestro Padre. “Padre santo, Tú me enseñas que la vida en Ti está; con tu mano Tú me salvas si en peligro llego a estar” (John M. Neale, Himnario de la Ciencia Cristiana, Nº 115, traducción © CSBD).

Le pedí a unos amigos que condujeran por la carretera y echaran un vistazo por el lago y la playa para buscar a mi marido. Sentí la necesidad de quedarme en casa para estar en calma y orar.

Poco después de que se fueran, levanté la vista y vi a mi marido empapado caminando por la carretera en dirección a nuestra casa.

Me contó que había navegado hacia el norte. Cuando empezó a soplar un fuerte viento del sur, decidió volver a casa. Desafortunadamente, con el fuerte viento y la marejada la embarcación se puso “panza arriba” y lo lanzó al mar agitado debajo de un bote volcado. No llevaba chaleco salvavidas y, aunque pudo salir de debajo de la embarcación, no logró darla vuelta y enderezarla. Estaba a unos 65 metros de la orilla y la única alternativa hubiera sido nadar hasta la misma en el agua helada y agitada.

Oró para saber qué hacer. Cuando levantó la vista, vio a un hombre caminando por la playa. Mi marido consiguió llamar su atención. En cuestión de segundos, fue a rescatarlo en un bote de remos.

El señor le dijo a mi marido: “Jamás voy a pasear por la playa en esta época del año, y no sé de quién es este bote”. Al llegar a la orilla, subió la colina hasta su casa, recogió su coche y trajo a mi marido a casa.

Mi marido fue a rescatar su velero por la mañana, pero no lo veía por ninguna parte. Oramos juntos.

A media tarde nos llamaron del puerto deportivo que había a cinco kilómetros de distancia. Habían encontrado su embarcación flotando boca abajo fuera de su puerto. Al parecer, el viento había cambiado de dirección y los vientos terrales empujaron la embarcación cinco kilómetros por el lago hacia el centro turístico, donde con su equipo el rescate fue más sencillo.

Nuestra comprensión del cuidado amoroso y constante de Dios fue en aumento conforme reconocimos con gratitud que “el Amor divino siempre ha respondido y siempre responderá a toda necesidad humana” (Ciencia y Salud, pág. 494).

Patricia L. Kurtz
Kailua Kona, Hawai, EE.UU.

Publicado originalmente en el Christian Science Journal de Mayo de 2017.
 Apareció primero el 23 de junio de 2017 como original para la Web.

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