Una verdad maravillosa que es primordial en la práctica de la curación por medio de la Ciencia Cristiana, es que la creación de Dios, incluso el hombre, es espiritual y eterna. Por lo tanto, es completa. Siempre lo ha sido, lo es ahora y siempre lo será. ¡Y eso es todo! Nada puede perderse, nada puede añadirse. El hecho es que la eternidad no incluye ningún momento en el cual pueda haber supresiones o añadiduras.
No obstante, el universo de Dios no es estático y donde nada ocurre; tampoco carece de movimiento o vitalidad. El Dios único que es todo-acción, creó un universo activo. En esta grandiosa realidad eterna de la existencia, las ideas individuales se mueven por sus canales apropiados, interactúan de manera armoniosa y se bendicen unas a otras en la atmósfera del Amor infinito.
El universo espiritual de Dios también es enteramente bueno. La mente carnal y mortal —la supuesta mentalidad que insiste en que todo es material— nos engañaría alegando que vivimos en un mundo basado en el tiempo en el cual la enfermedad, el pecado, la muerte y la destrucción tuvieron autoridad en el pasado, la tienen hoy y la tendrán en el futuro. Pero en la gran eternidad de la bondad de Dios el mal no existe, por lo tanto, no puede operar o tener autoridad. ¡Podríamos decir que Dios no tiene tiempo para esas cosas!
No hace mucho tuve que enfrentar un problema físico que parecía estar relacionado con el envejecimiento. A lo largo de unos meses, el hombro izquierdo comenzó a dolerme cada vez más hasta que no pude levantar el brazo más allá de la altura del hombro. Me preocupaba que esto se convirtiera en algo crónico. No obstante, como sabía que los movimientos restringidos y el deterioro relacionados con la edad no tienen lugar alguno en la eternidad, en la realidad espiritual del universo activo de Dios lleno de amor, yo tenía la certeza de que esto podía sanarse, así que comencé a darme a mí mismo un tratamiento diario en la Ciencia Cristiana. Esto quiere decir que oré afirmando la perfección, fortaleza y armonía eterna de Dios, y negué que pudiera tener realidad la supuesta influencia del tiempo o de los síntomas presentados por el sentido material, como son la disfunción, la debilidad o la aflicción. Razoné: si Dios es eterno, yo también lo soy, y jamás puedo ser afectado por el tiempo. Si Dios no tiene ningún defecto, tampoco lo tengo yo, pues, soy Su reflejo espiritual. Mientras seguía orando por mí mismo, el dolor en el hombro disminuyó, y pude levantarlo más alto, hasta llegar arriba de todo.
Ese verano fui a la playa con unos de mis hijos y su familia. El oleaje estaba muy agitado, pero orar me ayudó a sentirme seguro para entrar en el agua con mi hijo y mi nieto. Allí estábamos, tres generaciones sumergiéndonos bajo el agua y surcando las olas con el cuerpo. No sentí ningún dolor o limitación en el hombro al zambullirme y nadar. Fue muy divertido expresar dominio sobre las olas.
Mi nuera, que no es Científica Cristiana, me felicitó cuando nos íbamos de la playa al final del día. Me dijo que cuando me vio entrar al mar, temía que yo no pudiera manejar las fuertes olas. “Pero ¡lo hiciste!”, exclamó con una gran sonrisa, levantando el pulgar en señal de aprobación.
El Dios único que es todo-acción, creó un universo activo.
Esta experiencia me demostró que obtener al menos cierto entendimiento de la naturaleza espiritual y eterna de la creación, puede resultar en la curación de dolencias relacionadas con la edad. Mary Baker Eddy explica: “La eternidad, no el tiempo, expresa el pensamiento de la Vida, y el tiempo no es parte de la eternidad” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 468).
Aunque no existe el tiempo en la creación eterna y completa de Dios, sí se disfruta continuamente del constante desenvolvimiento del bien. Eso puede ser difícil de entender. Las teorías basadas en las aparentes evidencias de los sentidos físicos, insisten en que vivimos en un universo material, y que todo en él, desde una molécula hasta una galaxia, tiene un comienzo y un fin, y sufre de deterioro entre medio. Pero Dios nos ha dado un sentido espiritual que revela una perspectiva completamente distinta de la realidad, una realidad perfecta y eterna, libre de limitaciones de tiempo. La Sra. Eddy dice esto acerca del hombre: “No atraviesa las barreras del tiempo hacia la vasta eternidad de la Vida, sino que coexiste con Dios y el universo” (Ciencia y Salud, pág. 266).
Esta “vasta eternidad de la Vida” es un estado celestial que podemos empezar a percibir —y a demostrar— paso a paso, aquí y ahora. El Padre Nuestro, que Cristo Jesús nos dio, comienza así: “Padre nuestro”, y luego dice: “Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mateo 6:9, 10).
¿Acaso nos habría pedido Jesús que oráramos de esta manera, si no fuera que podemos demostrar —por lo menos en cierta medida— la supremacía de la buena voluntad de Dios al tener vidas más santas y felices, mientras avanzamos hacia la completa salvación?
Ahora que soy ya una persona mayor, cuando oro por distintos asuntos, me ha resultado muy útil el concepto de que se trata de una creación eterna completa, pero en desenvolvimiento. Por ejemplo, al mismo tiempo que sanaba del hombro también estaba orando para sanar de un dolor en el talón. Tuve que usar bastón durante una semana. Al orar me aferré a la convicción de que, puesto que en la creación eterna de Dios solo se revela el bien, entonces la dificultad para caminar no podía haberse desarrollado como parecía haberlo hecho. Me di cuenta de que la evidencia de que se había desarrollado tenía que ser mentira.
Orar partiendo de esta base espiritual demostró ser muy eficaz cuando me fui de campamento con una de mis hijas y su familia. Cuando surgió la oportunidad de ir de caminata por la ladera de la montaña, solo tres de nosotros mostramos interés: mi yerno, mi atlética nieta y yo. El sendero en ciertos lugares era accidentado y empinado, pero enfrenté el desafío sin ningún dolor. Esta vez nadie levantó el dedo pulgar por lo que yo había hecho, pero me sentí bendecido al seguir el ritmo de las generaciones más jóvenes y disfrutar con ellas de una vigorizante caminata por el bosque.
La Sra. Eddy escribió: “Si no fuera por el error de medir y limitar todo lo que es bueno y bello, el hombre gozaría de más de setenta años y aún mantendría su vigor, lozanía y promesa” (Ciencia y Salud, pág. 246). San Pablo nos enseñó que “en él [Dios] vivimos, y nos movemos, y somos” (Hechos 17:28). En la gran eternidad de Dios, donde existimos en realidad, el tiempo no existe. La vida no tiene etapas materiales ni limitaciones. Una percepción creciente de nuestra identidad espiritual genuina y de nuestra coexistencia con Dios —nuestra perfección eterna como Su semejanza— puede resultar en vidas activas y felices en cada etapa de la experiencia humana.
Publicado originalmente en el Christian Science Journal de Marzo 2017.
Apareció primero el 15 de junio de 2017 como original para la Web.
