Recientemente, me recordaron una frase que usó la descubridora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, al escribirles a los Científicos Cristianos acerca de permanecer en Dios, en la Verdad y el Amor. Ella dijo que si lo hacían, serían “uno en corazón —uno en motivo, propósito y empeño” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 135).
Ya sea dentro de las familias, los vecindarios o las legislaturas, el propósito de moverse juntos en armonía con un propósito en común, y apoyarse unos a otros, es un ideal que por el que vale la pena esforzarse. En medio de un aparente conflicto, no es irracional orar por la unidad del espíritu, porque esa unidad expresa la naturaleza de Dios, la Mente infinita y única, nuestro creador. La unidad, más que la división, caracteriza y sostiene todo ser verdadero como el efecto espiritual y perfecto de Dios.
Sin embargo, la Ciencia Cristiana no nos enseña a orar con el fin de unir mentes opuestas, de recomponer una realidad supuestamente fragmentada. Requiere, en cambio, que nos apartemos de la noción de que hay muchas mentes. Esta Ciencia nos alienta a aceptar humildemente la verdad de que hay una única Mente, la cual controla, ordena y guía todo en armonía. Curaciones y progreso maravillosos se producen al ceder a este control inteligente, a la ley del Amor divino, y al hecho de que cada individuo es verdaderamente creado a semejanza de la Mente divina.
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