Cuando estaba en la escuela primaria, tenía que usar uniforme. Cada mañana, de lunes a viernes, me despertaba y me ponía ese uniforme: camisa blanca, falda a cuadros, zapatos color café con cordones. Y todos los días, cuando me miraba, veía lo mismo: camisa blanca, falda a cuadros, zapatos color café con cordones... y una fea verruga en una de mis rodillas.
La verruga realmente me molestaba. Ya hacía dos de años que la notaba, y estaba segura de que eso era lo que todos veían cuando me miraban. Pero no podía ocultarla porque tenía que usar esa falda del uniforme todos los días.
Una mañana pensé: ¡ya basta! Ya no quería vivir con esa verruga. Así que fui a ver a mi mamá para hablar con ella sobre eso.
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