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Para niños

Tenía que verme perfecta

Del número de agosto de 2017 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Publicado originalmente en el Christian Science Sentinel del 1° de mayo de 2017.
 Apareció primero el 7 de junio de 2017 como original para la Web.


Cuando estaba en la escuela primaria, tenía que usar uniforme. Cada mañana, de lunes a viernes, me despertaba y me ponía ese uniforme: camisa blanca, falda a cuadros, zapatos color café con cordones. Y todos los días, cuando me miraba, veía lo mismo: camisa blanca, falda a cuadros, zapatos color café con cordones... y una fea verruga en una de mis rodillas.

La verruga realmente me molestaba. Ya hacía dos de años que la notaba, y estaba segura de que eso era lo que todos veían cuando me miraban. Pero no podía ocultarla porque tenía que usar esa falda del uniforme todos los días.

Una mañana pensé: ¡ya basta! Ya no quería vivir con esa verruga. Así que fui  a ver a mi mamá para hablar con ella sobre eso.

Mamá siempre tenía buenas ideas que me ayudaban a conocer a Dios como mi mejor y más confiable amigo. Cada vez que mamá y yo orábamos cuando algo me molestaba, y confiaba totalmente en Dios, tenía curaciones.

Mamá siempre hablaba conmigo con mucho amor. Yo sabía por mis clases de la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana que Dios es Amor, y quería sentir ese Amor, ya no quería sentir miedo, irritación o tristeza. Pero la forma en que mamá me habló ese día cuando fui a verla, me hizo sentir un amor inmenso. No solo el amor de mamá, sino el amor de Dios. Fue como si no sintiera nada más que ese amor. Al hablar de Dios, me di cuenta de que Dios me creó, y que me creó espiritualmente, a Su imagen y semejanza. Eso significaba que yo era tan perfecta como Dios, y que todo acerca de mí era hermoso. ¿Cómo podría algo que Dios, el bien, hizo, incluir algo feo? ¡Eso era imposible!

Después de hablar con mamá, mi corazón otra vez se sintió muy feliz. Sabía que mamá seguiría orando por mí porque eso era lo que mamá hacía cuando yo necesitaba ayuda. Me fui a jugar y me olvidé por completo de la rodilla. Ni una sola vez pensé en eso.

Días más tarde, mi amiga Corinna y yo estábamos jugando a la pelota en mi jardín. Era un día caluroso y yo llevaba puesto unos shorts. Cuando me agaché para recoger la pelota, mis ojos miraron la rodilla. ¿Y adivina qué? La verruga casi había desaparecido. Se estaba disolviendo, ¡y yo estaba tan emocionada! En un par de días no había siquiera rastro de ella.

Estuve muy agradecida a Dios. Y después de esa curación, a nadie le gustaba vestir su falda del uniforme más que a mí.

Publicado originalmente en el Christian Science Sentinel del 1° de mayo de 2017.
 Apareció primero el 7 de junio de 2017 como original para la Web.

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