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Unidad en la diversidad

Del número de agosto de 2017 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Publicado originalmente en el Christian Science Monitor del 10 de abril de 2017.
 Apareció primero el 22 de junio de 2017 como original para la Web.


Es un hecho indiscutible que vivimos en un mundo de opiniones claramente divididas. Muchos pensadores sinceros están dedicando tiempo y energía para encontrar respuestas.

Un tema reciente que se ha discutido es que en un mundo frenéticamente ocupado, en el que hemos perdido contacto con nuestros vecinos tanto locales como globales, llegamos a la conclusión de que la única posición válida es la que tenemos actualmente. Entonces, ¿cómo es que no todo el mundo lo entiende?

Partir de la premisa de que hay un solo Dios, o Mente, puede ayudar a cualquiera a ver que todos somos capaces de expresar la sabiduría de la Mente que todo lo sabe.

Al buscar respuestas para entender esa división, podríamos recurrir primeramente a la forma como Jesús manejaba los problemas, dado su éxito sin precedentes en resolverlos. Sanaba toda clase de condiciones, tanto mentales como físicas, y en muchos de esos casos la persona que buscaba curación era de una raza o religión despreciada o rechazada por la suya. A Jesús no le importaban esas cosas. Simplemente declaraba y probaba lo que sabía del poder de Dios para sanar. En ningún caso dijo que una persona o nación debía renunciar a su gloriosa diversidad desde el punto de vista de los alimentos, el lenguaje, la belleza, música o arte, o renunciar a su lucha por tener leyes más humanas.

En síntesis, Jesús dijo que hay dos requisitos que resumen nuestra función al sanar a un mundo herido: primero, debemos amar a Dios, con todo nuestro corazón, alma y mente. Segundo, debemos amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos (véase Marcos 12:29-31). Y él demostró que la obediencia a estos dos edictos tendría un efecto inmenso en términos de curación para todos aquellos que los siguieran.

La fundadora del Monitor, Mary Baker Eddy, descubrió que leyes espirituales y demostrables respaldan la comprensión de lo que Dios es y la práctica del amor puro que proviene de este entendimiento.

Al explicar el efecto de gran alcance de su texto bíblico favorito, “No tendrás dioses ajenos delante de mí” (Éxodo 20:3), ella escribió: “Un único Dios infinito, el bien, unifica a los hombres y a las naciones; constituye la hermandad del hombre; pone fin a las guerras; cumple el mandato de las Escrituras: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’; aniquila la idolatría pagana y la cristiana, todo lo que está errado en los códigos sociales, civiles, criminales, políticos y religiosos; equipara los sexos; anula la maldición que pesa sobre el hombre, y no deja nada que pueda pecar, sufrir, ser castigado o destruido” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 340).

Partir de la premisa de que hay un solo Dios, un creador inteligente, o Mente, puede ayudar a cualquiera a ver que todos somos capaces de expresar la sabiduría de la Mente que todo lo sabe. Para mí es muy reconfortante poder orar todos los días: “Gracias Padre, tú eres mi verdadera Mente y la Mente de cada persona en la tierra y de cada persona que encuentro, o sobre la que leo, o escucho, este día. Tú puedes proveernos fácilmente a cada uno de los pensamientos que necesitamos para Amarte como Mente y Amor, y amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos”.

Orar fervientemente para obedecer los dos mandamientos que lo abarcan todo, aquellos que Jesús predicó y vivió, abre el pensamiento para que se reconozca con felicidad que cada uno de los hijos de Dios tiene el mismo valor —mis vecinos locales y globales— y conduce a que se acepte con toda naturalidad la unidad en la diversidad.

Publicado originalmente en el Christian Science Monitor del 10 de abril de 2017.
 Apareció primero el 22 de junio de 2017 como original para la Web.

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