Para mí, la mejor forma de mirar un atardecer es permanecer quieto, mantenerse en el lugar y observar cómo cambian los colores del cielo y el sol resplandeciente se pone en el horizonte.
Últimamente, he estado pensando en esta idea de quietud, no tanto en relación a observar una puesta del sol, sino a la oración. Me atraen estas frases de la Biblia: “Estad quietos” y “Estad firmes”. Por ejemplo: “Estad firmes, y ved la salvación que Jehová hará hoy con vosotros” (Éxodo 14:13); “Detente, y considera las maravillas de Dios” (Job 37:14); “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios” (Salmos 46:10).
Estos pasajes no solo nos enseñan a estar quietos, sino que nos aseguran que el mantenerse quietos puede ayudarnos a experimentar más plenamente la “salvación” y “las maravillas”, así como el poder sanador, guiador y salvador de Dios.
¿Qué quiere decir “estar quieto”? ¿Se refieren estos pasajes a una quietud física? En cierto sentido, sí, porque si estamos corriendo de un lado a otro, preocupados por los horarios e itinerarios, puede ser difícil detenernos y orar, prestar atención a Dios. Sin embargo, creo que la instrucción de estar quietos significa más que alcanzar simplemente la quietud física. Se refiere a aquietar, o acallar, nuestro pensamiento.
Pienso que para lograr esta quietud mental se requiere una gran humildad. Quiere decir que debo dejar de lado las preocupaciones, frustraciones y opiniones, y abrir mi pensamiento a la presencia de Dios, el bien. Esto no siempre es fácil. Las preocupaciones humanas a veces pueden venir de muchos lados y dominar mi pensamiento.
Para acallar estas preocupaciones, me ha ayudado esta declaración de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy: “Toda la naturaleza enseña el amor de Dios al hombre, pero el hombre no puede amar a Dios supremamente y poner todo su afecto en cosas espirituales, mientras ama lo material o confía en ello más que en lo espiritual” (pág. 326). Dios es Amor; por lo tanto, poner todo nuestro afecto en cosas espirituales significa confiar en el Amor. ¿Qué podría ser más natural? He descubierto que cuanto más amo y confío en Dios, más se tranquiliza la tempestad de preocupaciones en mi pensamiento, y puedo encontrar la quietud mental que necesito para orar por mí misma y otros.
Cuando reconocemos que Dios es la fuente de todo el bien en nuestra vida, y comprendemos algo de la totalidad y actividad de Dios, empezamos a liberarnos del impulso humano de tratar de forzar a que las cosas sucedan. A medida que comprendemos la omnipresencia del bien de Dios y nos adherimos a ella, el pensamiento se vuelve más centrado y se apacigua, y empezamos a percibir y a experimentar más de este bien en nuestra vida.
Cristo Jesús dijo: “El reino de Dios dentro de vosotros está” (Lucas 17:21, según versión King James). Para mí, el reino de Dios significa el reino de la bondad absoluta, la cual incluye perfección, compleción y abundancia. Es una profunda y reconfortante verdad entender que no necesitamos buscar estas cosas fuera de nosotros mismos; ya existen dentro de nuestra consciencia espiritual y verdadera, porque somos reflejos de Dios. Es más, no solo tenemos el reino de Dios dentro de esa consciencia verdadera, sino que es verdaderamente la voluntad de Dios que nosotros lo experimentemos. Como dijo Jesús: “No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino” (Lucas 12:32).
El mantenerse quietos puede ayudarnos a experimentar más plenamente el poder sanador, guiador y salvador de Dios.
Esta verdad prueba el poder y la promesa de la quietud espiritualmente inspirada. No obstante, a veces podemos sentirnos tentados a creer que si nos quedamos simplemente quietos, y no hacemos algo para que ocurran cosas buenas, otro vendrá y se llevará el bien que es nuestro por derecho. Esta creencia de que el bien se logra simplemente mediante acciones humanas es falsa, como lo demuestra la historia en la Biblia de un hombre que hacía 38 años que estaba inválido (véase Juan 5:1–9). Él estaba esperando junto a otros inválidos cerca de un estanque cuyas aguas, según se creía, ocasionalmente adquirían poderes sanadores gracias al toque de un ángel. La trampa era que solo una persona —la primera en entrar en el agua— podía sacar provecho del poder sanador del agua, y todos los demás tenían que esperar hasta que regresara el ángel, y luego intentar nuevamente llegar al agua primero.
Al ver al hombre, Jesús le preguntó si quería ser sano. El hombre respondió que no tenía a nadie que lo llevara hasta al agua, y para cuando él llegaba allí, otro ya le había ganado. Es de notar que la respuesta de Jesús no fue “¡Entonces vamos a meterte más rápido en el agua!” Él dijo en cambio: “Levántate, toma tu lecho, y anda” (versículo 8). En otras palabras, el hombre no necesitaba entrar en el estanque para poder volver a caminar. El poder de Dios, no el agua, hizo posible que él caminara. Y eso fue lo que ocurrió; el hombre sanó inmediatamente.
Esta historia ilustra la verdad de que la curación se produce mediante el poder del Espíritu, Dios. Jesús demostró que el poder de la curación se hallaba en la comprensión de que la salud del hombre está permanentemente establecida porque es el hijo de Dios. Esta salud, o integridad, permanentemente establecida, es algo que el Cristo, la idea pura de Dios, revela en cada persona.
Esta historia de la Biblia apunta a la idea de que el bien, por ser espiritual, es ilimitado y está por siempre al alcance de todos. De modo que, “obtener” ese bien no requiere de apresuradas acciones humanas, sino más bien de una quietud espiritual de pensamiento, de reconocer el poder sanador por siempre activo del Cristo en la vida de todos, incluso en nuestra propia vida. Cuando el hombre respondió a la presencia del Cristo, su curación fue inmediata y natural. No necesitaba ir a ningún lado para encontrarla, como tampoco hacer nada humanamente para lograrla, y nadie pudo privarlo de su curación.
Sin embargo, hay, ciertamente, una forma correcta de ser activo y de expresar iniciativa; y no querríamos confundir la quietud espiritualmente inspirada con la inactividad o indolencia humanas. De hecho, son bastante contrarias una de otra. La Sra. Eddy describe cómo es el pensamiento quieto basado en la oración que nos guía a realizar acciones correctas y buenas. Ella escribe: “La mejor clase espiritual del método de acuerdo con el Cristo para elevar el pensamiento humano e impartir la Verdad divina, es poder estacionario, quietud y fuerza; y cuando hacemos nuestro este ideal espiritual, viene a ser el modelo para la acción humana” (Retrospección e Introspección, pág. 93). Estar quietos en la comprensión de Dios es estar espiritualmente activos, porque es una forma de oración.
Cuando yo estaba en la escuela primaria, mi papá trabajaba en un puesto administrativo en una pequeña universidad. Aunque disfrutaba de la atmósfera universitaria, el trabajo no le permitía usar plenamente sus talentos para escribir y comunicarse, y tampoco le permitía pasar mucho tiempo con su familia, así que empezó a buscar otro trabajo.
Después de buscar durante varios meses en varias ciudades alrededor del país, llamó a un practicista de la Ciencia Cristiana para que orara por él. El practicista le dijo que estuviera quieto, que no buscara afuera de sí mismo y en otros lugares para sentirse realizado, sino que simplemente reconociera primero la actividad siempre presente del Cristo en su vida. Si lograba hacer eso, sería guiado hacia adelante.
Un día, muy poco después de eso, mi papá se quedó cierto tiempo tranquilo orando en su oficina, antes de regresar a casa del trabajo. Al salir del edificio, se encontró con uno de sus colegas caminando por el campus de la universidad, y se sintió impulsado a preguntarle quién enseñaría las clases de relaciones empresariales en el otoño. Su colega le dijo que todavía no habían encontrado a nadie, y le preguntó a papá si estaba interesado. Él estaba ciertamente interesado, y fue contratado poco después. Desde entonces, ha estado enseñando en esa misma universidad por más de 35 años, incluso más allá del tiempo en que la mayoría de la gente se jubila.
Esto se ha transformado en un hito en nuestra familia, no solo porque el trabajo ha excedido por mucho las expectativas de sentirse realizado de mi papá, y ha bendecido a nuestra familia y a innumerables estudiantes, sino porque también ha sido una demostración muy clara de la poderosa función que desempeña la quietud en la oración.
El reino de Dios —la abundancia del bien— está por siempre presente y activo en nuestra vida y en la de todos los demás. Podemos estar quietos y saber esto.
Publicado originalmente en el Christian Science Journal de Abril de 2017.
Apareció primero el 29 de junio de 2017 como original para la Web.
